Una fiesta musical sin sorpresas
Con una ceremonia con actuaciones en vivo y la consagración del artista pop Axel, que se llevó el Gardel de Oro, la industria musical premió a los artistas más establecidos
"No es ni lo mejor ni lo peor. Es lo que tenemos", decía el otro día "el Chango" Spasiuk, que anoche se llevó la estatuilla en el rubro chamamé. Su frase, en el contexto de esta nueva entrega, suena conceptualmente acertada. El Premio Gardel no puede ser más de lo que es por el momento, una celebración anual, donde la industria reunida en Capif, la cámara que agrupa a las compañías discográficas, celebra la producción del año. En esa celebración partida en 42 rubros (21 categorías se entregaron por la tarde, las otras 21 por la noche para la TV) hay lugar para una nueva estrella pop como Lali Espósito y un tributo al maestro Leopoldo Federico; hay necesarios reconocimientos a la trayectoria de un viejo guerrero como Jairo y galardones a una banda pop cumbiera como Agapornis; hay espacio para la reivindicación de géneros marginados como el chamamé, que este año tuvo una categoría propia, y premios a músicos independientes como Verónica Condomí.
En la ceremonia que se realizó en el Gran Rex, conducida por el locuaz Roberto Petinatto y la sobria Catarina Spinetta, la industria aprovechó para mostrar su costado mainstream y establecido en función de un espectáculo televisado.
Los musicales en vivo se limitaron a cumplir con las expectativas tradicionales, sin apuestas ni creatividad. La apertura recordó a un cuadro de baile de los noventa con b-boys vestidos con luces. No hubo cruces ni producciones especiales. El cantautor pop Axel fue el único que metió una cuota diferente cuando invitó al grupo Metabombo para participar en su canción "Somos uno". Pero fue lo único. La Bersuit, El Chaqueño Palavecino, el tributo a Leopoldo Federico con la participación de Hernán Piquín y Cecilia Figaredo (lo más emotivo) y el musical de Lali Espósito sólo completaron el cuadro general de la noche. En ese sentido, el nivel de producción resultó tan estandarizado como muchos de los premios que se entregaron.
En ese contexto, fueron naturales los resultados de este año y hasta incuestionables en términos de profesionalismo de muchas de las figuras que los recibieron, como el premio de Valeria Lynch (postergado en su caso porque fue el primer Gardel que se lleva a su casa) al Mejor artista romántico; el premio al Chaqueño Palavecino como Mejor álbum artista masculino de folklore, o el esperado galardón a Miranda! por Safari, elegido mejor álbum de grupo pop.
Quizá lo más interesante del premio es que revela el pensamiento estandarizado de la industria. Deja en evidencia a la vez a todo un sector de la escena musical que no entra en la consideración de los votantes por falta de información, miopía musical o simple preferencia. Durante la entrega, Andrés Calamaro tomó la posta sobre este tema y dedicó en su largo párrafo de agradecimientos "a los grandes ausentes a la fiesta". Cuando Liniers subió para entregar el premio al mejor DVD, que ganaron los IKV por Aplaudan en la luna, ironizó sobre la ausencia de su disco junto con Kevin Johansen en esa terna y le regaló un DVD a Emanuel Horvilleur cuando subió a recibir la estatuilla. Hasta el grupo Pájaro de Fuego, la gran sorpresa de la noche y ganadores del rubro Mejor álbum instrumental-fusión-world music, se refirieron a "todos los músicos que nos acompañaron y con los que nos cruzamos en este camino y donde prevalece la música".
Lo alternativo parecía la minoría en la fiesta de la música (de hecho, muchas categorías interesantes se entregaron por la tarde). Sobre todo en el ruido de la tribuna, dividida entre los fans de Axel y los de Lali Espósito. Tanto que los pianistas Jorge Navarro y Mariano Fraga, dos referentes de una tradición jazzística en la Argentina, recurrieron al humor para conseguir más aplausos de la popular. "Les dije a mis hijos que soy famoso y no me creen. Demuestren lo contrario: Axel!, Lali Espósito", dijo Fraga, y recibió una ovación y un grito agudo como respuesta. Navarro también apuntó al rol de minorías del jazz. "Un músico decía que el jazz es como el crimen, no paga".
Lo que sí se vio fue el acompañamiento y la solidaridad de la comunidad musical al problema de los femicidios como recordó el cantor Ariel Ardit cuando recibió el premio al Mejor artista masculino de tango, y la presencia de muchos músicos para entregar los premios a sus colegas: Ciro Pertusi le dio el Gardel a Andrés Calamaro como Mejor álbum de artista de rock; Lisandro Aristimuño y Fernando Cabrera hicieron lo propio con Jairo por Mejor álbum artista canción testimonial y de autor, y Juanchi Baleirón le entregó la estatuilla a Dread Mar I.
Como otros premios telúricos que despiertan polémicas -el caso de Aptra y la relación con los Martín Fierro puede ser un ejemplo- hay ciertos criterios artísticos en la selección final y en cómo está integrada esa gran masa de 500 votantes (músicos, periodistas, gente del sector musical), que debería ser transparentada como pasa con los jurados de los premios Konex. Eso permitiría entender desde dónde se nominan primero y se entregan después ciertos premios. Sería una manera de darle más confianza a un galardón que desde 1999 se viene posicionando de a poco entre la comunidad musical, pero que todavía no tiene un gran rebote en el público.
A pesar de los comités de revisión, hay errores conceptuales en las categorías y cierto nivel de segregación de la música independiente. A la vez el mismo sistema de votación permite que una producción tan original e indie como la de Gabo Ferro y Luciana Jury (El veneno de los milagros) quede entre los candidatos a ganar el Gardel de Oro, aunque finalmente haya quedado en manos de Axel. En el balance final, lo que sigue triunfando es lo establecido y ese mensaje que envía la industria al público es lo que se termina reflejando en el consumo y replicando en la radio y en la tv.