Teatro. Y la luz se hizo en escena
Está en el Museo de Arte Moderno de Nueva York; es un óleo sobre tela, de 79 por 99 centímetros; se titula "El imperio de las luces" y lo pintó el belga René Magritte en 1950. En primer plano, la calle de una ciudad, en la noche: oscuros volúmenes de las casas bajas, algunas con pequeñas ventanas encendidas, y el sombrío, espeso follaje de los árboles, como en una de esas siluetas recortadas en cartulina negra, que encantaban en el siglo XVIII. Un farol encendido difunde sobre la acera la sensación de placidez suburbana. No hay nadie en la calle. En el segundo plano, ya es pleno día: detrás de la visión nocturna se alza un magnífico cielo estival, luminoso, surcado por nubes regordetas. Noche y día simultáneos. Nada más: silencio y misterio.
Amo ese cuadro porque me recuerda una escenografía. Y pensé en él porque recibí un volumen editado -magníficamente editado- por el Instituto Nacional del Teatro, "La luz en el teatro", de Eli Sirlin, de la colección Pedagogía Teatral, subtitulado "Manual de iluminación". Pocos meses atrás me llegó también "La trampa de Goethe" ("una aproximación a la iluminación en el teatro contemporáneo"), de Gonzalo Córdova, con el sello de Los Libros del Rojas - el Centro Cultural Ricardo Rojas, de la Universidad Nacional de Buenos Aires- y que da como fecha de primera edición abril de 2002. Quienes hayan visto el cuadro de Magritte, digan si esta reflexión de Córdova no remite a él: "El movimiento de la sombra nos señala el tiempo; el azul del cielo es la aparición de la luz desde el negro que impacta en la atmósfera".
Ambos, la arquitecta Sirlin y Córdova, se han destacado últimamente por importantes trabajos para la escena, en un medio donde abundan los profesionales de calidad: Ernesto Diz, Roberto Traferri, Ariel Del Mastro, Miguel Morales, Jorge Pastorino, Nicolás Trovato, entre otros a los que ruego que disculpen mi flaqueza de memoria. Son probados especialistas en una disciplina que hasta no hace muchos años parecía reservada a los escenógrafos: Saulo Benavente, Luis Diego Pedreira, Mario Vanarelli, Tito Egurza, solían ser sus propios iluminadores. Hoy, el diseño de luces, sin independizarse (no podría hacerlo) del diseño escenográfico, ha adquirido rango propio. La técnica provee día tras día de novedades, no siempre accesibles a los módicos presupuestos locales. La reconocida habilidad argentina para hacer lo más con lo menos (bendición y flagelo, al mismo tiempo) y el talento de estos verdaderos artistas de la luz permiten superar más que decorosamente las carencias.
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El libro de Sirlin es, como lo indica el subtítulo, un manual de uso práctico. Muy completo, comprende una historia de la utilización de la luz como herramienta indispensable de la actividad y el progreso humanos, y por supuesto en su relación con el teatro. Una parte considerable del texto está dedicado a los principios de la óptica, las aplicaciones técnicas y las últimas novedades en la materia. Abundan las ilustraciones y los diagramas, utilísimos para profesionales y novicios. La impresión es buena, sobre todo en el cuadernillo final, en papel ilustración, donde se habla del uso del color y se lo muestra.
Córdova elige, en cambio, el camino de la reflexión filosófica, sobre todo a partir de la célebre y controvertida "Teoría de los colores", de Goethe (de ahí el título de su libro). Su pensamiento discurre por siglos y autores, desde los griegos hasta los estructuralistas. Tanto él como Sirlin coinciden en la apreciación de la luz como factor fundamental en la consideración del tiempo. "Una luz que me recuerde una escena pasada, es una luz que se ha instaurado en el tiempo. El espacio ya era el escenario del tiempo", escribe Córdova. Sirlin termina la introducción a su libro, con esta frase: "Como en la prehistoria, y desde siempre, la luz vuelve a ser la medida del tiempo".
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