
Crónicas de la selva: Proust, Flaubert y el erotismo en movimiento
Gustave Flaubert y Marcel Proust son escritores completamente distintos; en cierto sentido, opuestos. A pesar de ello, el autor de En busca del tiempo perdido admiraba al de Madame Bovary y llegó a temer la influencia de ese narrador formidable, por lo que hizo lo que hacía con sus deidades literarias: se prescribió una cura de desintoxicación, en este caso, flaubertiana, es decir, imitó a Flaubert en dos oportunidades en forma deliberada y pública. En su primer libro, Los placeres y los días (1896), está el pastiche “Mondanité y mélomanie de Bouvard et Pécuchet”, inspirado en los personajes homónimos del escritor normando y, más tarde, en un texto que apareció en Le Figaro, el 14 de marzo de 1908, parte de una serie de pastiches dedicada a Balzac, el duque Saint-Simon, Sainte-Beuve, Michelet, Renan, De Régnier, los hermanos Goncourt y Faguet. Para todas esas “curas”, tomó el mismo tema: una estafa real y muy conocida. Un tal Henri Lemoine asombró al mundo cuando declaró en la prensa que había inventado un método (falso) para fabricar diamantes idénticos a los de las minas. Se valió de trucos para convencer a sir Julius Wernher, presidente de la compañía de diamantes De Beers, de cederle su producción industrial por una suma millonaria.
"Entre los proustianos, faire catleya se convirtió en la manera más íntima, elegante y eficaz de proponer por primera vez una relación sexual"
Proust leyó con mucha atención al novelista de Salambó, como lo probó en su ensayo “A propósito del ‘estilo’ de Flaubert”, publicado en la Nouvelle Revue Française en enero de 1920. En él, marca la diferencia más profunda que lo separa del maravilloso cuentista de “Un corazón simple”: el empleo y la concepción de la metáfora, pilar de la obra proustiana. No vacila en decir que no hay una sola metáfora bella en todo Flaubert; en cambio, ensalza un “blanco” flaubertiano en una escena del final de La educación sentimental. El protagonista, Frédéric Moreau, durante el golpe de Estado de Luis Napoleón, ve cómo un agente de policía reaccionario, al servicio del futuro Napoleón III, mata a su gran amigo Dussardier. La frase siguiente es: “Y Fréderic, sorprendido, ¡reconoció a Sénécal!” Este era un antiguo conocido de Frédéric. Muchos años antes, Sénécal, un gris profesor de matemática, había sido un revolucionario fanático, autoritario y cruel. ¿Cómo ese hombre había llegado a traicionar sus ideales? El “blanco” está librado a la imaginación del lector. También en À la recherche du temps perdu, hay blancos semejantes.

Al final de Un amor de Swann, el protagonista, recuperado de la pasión desdichada que vivió con Odette de Crécy, confiesa que perdió los mejores años de su vida por una mujer “que no era su tipo”. Páginas más adelante, el lector se entera de que Swann, tras la ruptura, se casó con Odette. El narrador nunca aclara cómo ni por qué Swann se casó con una mujer que ya no amaba.
Otra coincidencia. Un de los episodios eróticos más divulgados de la literatura francesa es la escena en que Madame Bovary, complacida por el interés que le manifiesta Léon, un estudiante de derecho, acepta subir con él a un coche. Léon ordena al cochero que recorra la ciudad sin detenerse y baja las cortinillas del compartimento. El narrador enumera calle por calle el itinerario repetido durante horas por el vehículo cerrado que se bamboleaba con violencia.
La primera vez que Swann y Odette tuvieron relaciones también fue en un fiacre. Por la irregularidad de la calle, una rueda dio un salto y el coche se sacudió. Odette, sacudida a su vez por el golpe, se arregló su vestido. Swann le pidió permiso para acomodar la hermosa orquídea, una catleya, que llevaba en el corsage. Cuando se dio cuenta de que, por primera vez, apoyaba su mano sobre el pecho de ella, siguió arreglando la flor, pero ya con malicia. La pareja consumó allí su primer encuentro. Más tarde, cada vez que uno de los dos quería repetir esa experiencia sugería faire catleya (hacer catleya). Entre los proustianos, faire catleya se convirtió en la manera más íntima, elegante y eficaz de proponer por primera vez una relación sexual. No sé si ese dialecto, contraseña o código amoroso está vigente. Lo estaba en mi juventud. No creo que Victoria Tolosa Paz lo use.