Cuando los indígenas de la puna gritaron “¡Viva Mitre!”
Un curioso alineamiento de la disputa política jujeña con la escena nacional hizo que, en 1874, integrantes de los pueblos originarios reclamaran tierras vivando al entonces expresidente
En la noche del 12 al 13 de noviembre de 1874 unos 300 indígenas puneños irrumpieron en el pueblo de Yavi, en el noreste de la provincia de Jujuy, al grito de “¡Viva Mitre!” La muchedumbre sitió la receptoría de la Aduana Nacional, rompió sus puertas y ya dentro de ella arremetió contra sus empleados, todos vecinos del pueblo y sus alrededores, como la mayoría de los atacantes.
Su administrador logró escabullirse a pesar de estar herido, pero su hermano murió en la trifulca. A la madrugada, y luego de saquear la casa central de la hacienda Yavi, los indígenas salieron del pueblo, llevándose consigo los fondos de la recaudación aduanera. Este virulento episodio se continuó en otros similares en varios pueblos de la puna jujeña, nuevamente bajo el grito de “¡Viva Mitre!” ¿Por qué estos indígenas del confín norte de la República Argentina combatían vitoreando al expresidente porteño?
"La rebelión indígena pronto adquirió un cariz político con proyección nacional"
Desde 1872 la puna jujeña estaba convulsionada. Ese año, dos arrendatarios de la enorme finca Cochinoca y Casabindo (que abarcaba todo un departamento de la provincia) habían denunciado ante el gobierno de Jujuy que los títulos de su propietario, Fernando Campero –descendiente de los marqueses de Valle de Tojo en Bolivia y a quien los indígenas aun llamaban “El Marqués”–, eran ilegítimos. El gobierno provincial aceptó la denuncia y solicitó al propietario que hiciera su descargo, mostrando los títulos de propiedad originales. No lo hizo, y el gobierno incorporó esa enorme finca rural al patrimonio fiscal de la provincia de Jujuy.
En los dos años siguientes los indígenas, en su enorme mayoría arrendatarios en grandes fincas rurales de propiedad particular, resistieron activamente el pago de sus arriendos e intentaron extender la denuncia por títulos presuntamente ilegítimos a otras propiedades de la puna. Aunque estos esfuerzos no prosperaron, los indígenas lograron cuestionar el derecho de propiedad de las tierras que habitaban.
Un repentino cambio de gobierno –de esos tan frecuentes en las provincias argentinas en el siglo XIX–agravó el estado de cosas. A comienzos de 1874, el gobernador Teófilo Sánchez de Bustamante, miembro de la familia “conspicua” (así se la llamaba en Jujuy) que había gobernado férreamente la provincia desde mediados de la década de 1850, fue derrocado. Ese episodio era el remedo local de la lucha política por la sucesión presidencial: Sánchez de Bustamante, su familia y sus amigos políticos eran partidarios de la candidatura del expresidente Bartolomé Mitre, mientras sus rivales favorecían la ascendente figura del joven ministro Nicolás Avellaneda.
La imposición de una figura política rival, José María Álvarez Prado, como gobernador en abril de 1874, implicó el alineamiento de la política jujeña con las autoridades nacionales que aseguraban el apoyo de la provincia a la candidatura de Avellaneda. Para afianzar la nueva situación, el gobernador estaba decidido a restablecer el orden en la puna, zona que consideraba un baluarte del bando mitrista.
Para las nuevas autoridades provinciales no cabía duda de la connivencia de los rebeldes indígenas con el gobernador depuesto, Sánchez de Bustamante, a quien acusaban de azuzar a los indígenas desde su exilio salteño con falsas promesas de recuperación de las tierras si Mitre salía triunfante de la contienda electoral.
A mediados de 1874 el gobernador Álvarez Prado decretó la restitución de las tierras denunciadas a su antiguo propietario y designó un comandante político y militar de la puna con el explícito cometido de asegurar el orden en las áreas rurales y restituir el respeto al derecho de propiedad cuestionado por los indígenas. El efecto inmediato del decreto y de esa designación fue la fulminante expansión de la protesta indígena por toda la puna jujeña.
En la segunda mitad del 1874 la política se recalentó en vísperas de elecciones presidenciales en las que se enfrentaban el candidato oficialista, Nicolás Avellaneda, con el expresidente Bartolomé Mitre. En noviembre de ese año, Mitre se levantó en armas contra el gobierno nacional, repudiando por fraudulento el resultado electoral favorable al recientemente electo presidente Avellaneda. A mediados de ese mismo mes el pueblo de Yavi, en la recóndita puna jujeña, fue asaltado por los indígenas al grito de “¡Viva Mitre!”, junto con los de “¡Viva Mitre, Arredondo y Rivas!” y “¡Viva Mitre y Don Teófilo Bustamante!”. En los meses siguientes los indígenas sitiaron y ocuparon todos los pueblos importantes de la puna bajo las mismas consignas.
Si la rebelión indígena de la puna se había iniciado como un reclamo local por tierras, pronto adquirió un cariz marcadamente político con proyección nacional. El gobierno de Jujuy no dudaba de su conexión con el levantamiento de Mitre y sus apoyos locales. En ese sentido, el jefe político y militar de la puna advertía: “Los indios alucinados con las promesas que les hacen los antiguos explotadores de su credulidad e ignorancia de que ha de producirse el trastorno general… del que resultará la presidencia del Brigadier Mitre, quien les ha de dar la posesión de las tierras denunciadas como fiscales”. Derrotada la revolución mitrista a fines de noviembre, desde Buenos Aires el presidente Avellaneda urgió al gobernador de Jujuy a terminar con el último foco de ese levantamiento en la puna jujeña.
En diciembre, el presidente ordenó a la Guardia Nacional de Salta marchar a la puna a colaborar con la de Jujuy en la restauración del orden. En la tarde del 4 de enero de 1875, luego de un fatigoso ascenso hasta las serranías de Quera, las tropas de la Guardia Nacional, unos mil hombres, encontraron a más de ochocientos indígenas que poco antes se habían parapetado en esas alturas. El combate se trabó inmediatamente y duró unas tres horas en las que, como relataba el parte oficial de la batalla, “los bravos indígenas de la Puna... se batían cada uno por su cuenta, pero con un valor superior a todo elogio”. Al anochecer, los rebeldes comenzaron a dispersarse huyendo de la encarnizada persecución de los soldados.
Al día siguiente, el comisionado gubernamental contaba 194 indígenas muertos y 231 prisioneros, entre ellos 87 heridos. Las tropas del gobierno solo habían perdido 73 hombres. El último bastión de la rebelión mitrista –así lo consideraban las autoridades nacionales– había sido sofocado.
En 1874, la evocación del nombre del expresidente –rebelde contra las autoridades nacionales– permitió a los indígenas vincular su causa con una figura trascendente de la política nacional y albergar expectativas de éxito al colaborar en su eventual llegada al poder. En las décadas posteriores a la derrota de Quera, los indígenas puneños continuaron sus reclamos por la reivindicación de tierras, aunque no sonara ya en ese rincón de la Argentina el grito de “¡Viva Mitre!”.
Historiador