Desánimo y bronca se potencian en el humor social de los argentinos
Falta de expectativas, hartazgo y un alto nivel de pesimismo marcan el pulso de una sociedad agotada; en un futuro dominado por la incertidumbre, ¿adónde pueden conducir la desilusión y la falta de respuestas?
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Alfredo Casero, maestro del humor, se convirtió en un comentarista de la realidad nacional. Entonces, un día golpeó la mesa televisiva del programa del periodista Luis Majul y se fue maldiciendo contra todo y todos. Preso del malhumor que genera la Argentina. De la incertidumbre y la frustración. También, de sus emociones. Un hartazgo similar manifestó, de otro modo, Susana Giménez. Tras criticar al oficialismo por la situación del país, hizo un llamado a los argentinos: “Me gustaría que el pueblo se levante y diga ¡basta!”.
"Es difícil anticipar en qué derivará este proceso de malestar y angustia"
Dos emergentes. Reconocidos socialmente. Y acaso la voz de un sector de la sociedad, la clase media –quizá la alta– que elige rumiar el descontento y no reaccionar. Como dice el analista político Sergio Berensztein, “no hay que caer en la tentación de generalizar lo que uno ve en las redes sociales. Trending topic en Twitter no es sinónimo de trending topic en la sociedad argentina”.
Sin embargo, aunque no se traduzca en manifestaciones multitudinarias ni cacerolazos, los argentinos comentan su malestar en la calle. Están saturados de la economía, que los apremia con la inflación. Están saturados de la política, que sigue sin dar respuestas a sus principales problemas: la incertidumbre económica, la inseguridad, la pobreza, el desempleo, el narcotráfico, la impunidad, los piquetes.
Nueve de cada diez argentinos están preocupados por la situación general, sin ver perspectivas de que mejore a futuro. Más del 36% está “muy” preocupado por el presente, y el 55% lo está “bastante”. Por el futuro, al 40% lo preocupa “mucho” y al 50% “bastante”. Y no hay diferencias de clase ni región en torno a este malestar. Comparado con Chile, Paraguay y Perú, la Argentina es el país con mayor estado de resignación y desgano. Según este trabajo de la consultora Trendsity, a la sensación predominante de preocupación le siguen la de cansancio y la de angustia. Y en los últimos tiempos se observa mayor nerviosismo y ansiedad. Otro dato: los jóvenes se muestran tan preocupados por el futuro como el resto de los grupos etarios.
“Hay una relación significativa entre el malestar y los niveles de confianza que las personas tienen en los distintos actores sociales [gobierno, medios, organizaciones sociales]”, dice Pilar Filgueira, psicóloga (Conicet-UCA). Los que expresan mayor insatisfacción tienden a mostrar mayores niveles de desconfianza en políticos y periodistas.
"“La gente entró a 2022 agotada y agobiada por dos años insoportables”, dice Guillermo Oliveto"
Es difícil anticipar en qué derivará este proceso de malhumor y angustia. Los especialistas aseguran que tiene que ver con la economía, pero también con lo vivido durante la pandemia. La clase media esperaba que terminara el confinamiento para volver a la vida anterior, pero se encontró con que al salir tenía los bolsillos secos. Y los políticos, lejos de ofrecer respuestas efectivas ante esta nueva crisis que se sumaba a las acumuladas, se dedicaron a gastar sus energías peleándose por poder, incluso entre quienes comparten el mismo espacio.
“El desánimo social convive con la bronca. Ambos se retroalimentan. La sociedad está de brazos caídos –describe Guillermo Oliveto, especialista en tendencias sociales y consumo, columnista de LA NACION–. La gente entró al 2022 agotada y agobiada por dos años insoportables. Anhelaba tranquilidad y se encontró con la guerra [la invasión de Rusia a Ucrania] y con un nivel de tensión muy fuerte en el Gobierno. Es decir, la incertidumbre creció, cuando el deseo era tener más previsibilidad y tranquilidad tras haber atravesado la pandemia”.
"No parecen estar dadas las condiciones para que el panorama se radicalice"
El factor económico fue decisivo. La inflación llevó a un sector de los argentinos a no poder volver al nivel de vida que tenía antes del Covid. La clase media buscó retomar el consumo de corto plazo (recitales, turismo, teatros, fútbol), tratando de recuperar hábitos que se habían perdido, en lo que Oliveto llama “la revancha de la vida”. Pero se encontró con que le costaba sostener ese nivel de vida y más aún organizar el consumo de largo plazo (inmuebles, autos, viajes al exterior).
Los más pobres vieron cómo la inflación se comía sus magros ingresos, en muchos casos producto de programas estatales de futuro incierto, y cómo la escasa reactivación no procuraba nuevos trabajos. Tampoco les fue fácil que sus hijos retornaran a la escuela, ni que sus abuelos pudiesen tener los medicamentos que necesitaban.
Sin horizonte
“No poder acceder a nada grande y que el mundo quede cada vez más lejos profundiza la sensación de ‘no futuro’ y de ‘no proyecto’ –afirma Oliveto–. La gente se siente en la rueda del hámster. Gira y gira, trabaja y trabaja, sin avanzar. La sensación de ‘no progreso’ en un entorno hostil que raspa y donde la mecha está corta, agobia y enoja. Se provoca así la conjunción de desánimo y bronca. Dos impotencias que se potencian”.
La desilusión para con los políticos es grande. En los últimos años, señala el analista Marcos Novaro, el sistema político se acomodó hacia el centro. Novaro sostiene que en una parte de la sociedad hoy existe “una rebelión contra el centro político, que ha sido muy eficaz para estabilizar un país en crisis, pero que no ha podido reformarlo”. En ese sentido, agrega: “El sistema político argentino, además de tener cierto predominio del centro, ha tenido una radicalización despareja. Hace dos décadas que existe una expresión radicalizada de izquierda que no es equilibrada por un antagonista similar de derecha”.
Novaro considera que es aquí donde cobra lógica la aparición de Javier Milei, diputado nacional y líder de La Libertad Avanza. “Más allá de que él sea un desequilibrado, equilibra el sistema”, precisa con humor. “Siempre que esté dentro de este juego político y no se pase a un juego donde predominan los extremos, todo bien. Ahora, si esto sucede, el centro se va a disolver, como sucedió en Brasil y Chile. Y si se evapora, lo que tenés es fragmentación, segmentación, polarización y un sistema donde puede ganar cualquiera, donde es muy difícil formar consensos y los gobiernos se debilitan muy rápido y se vuelven muy ineficaces. Como pasó en Brasil y creo va a pasar en Chile”.
Dosis de bronca
No parecen estar dadas las condiciones, no obstante, para que el panorama local se radicalice. Novaro cree que ni Susana ni Casero son “tan representativos”, sino que acaso catalizan “los cinco minutos de bronca” que tiene buena parte de la gente. “Son cinco minutos, la gente después cambia de canal y quiere escuchar otra cosa. No es que estas personas sean representativas del estado de ánimo de la opinión pública. Eso sí, son representativas de un aspecto de su opinión, que está dada por una dosis importante de bronca. Pero no exageraría la nota. No diría que este es el tono mayoritario. Ni en términos ideológicos, ni del estado de ánimo”, subraya.
Por ahora, en el horizonte solo se ven algunas señales sociales. Síntomas del enojo. Y los políticos saben que ahí sí pueden ser víctimas del derrame. Según la consultora Synopsis, la imagen de los dirigentes políticos está mostrando diferenciales negativos superiores a los positivos en 20 puntos. Y particularmente, en el caso de los dirigentes del oficialismo, la imagen negativa supera en más de 40 puntos a la positiva.
Lucas Romero, titular de esta consultora, también señala los altos niveles de pesimismo que reinan en la Argentina. “Alguien sostiene este nivel de pesimismo solo estando en una situación de enojo y de bronca”, afirma. “Porque incluso saliendo de la pandemia no hemos visto recuperación en la expectativa que la gente tiene sobre el futuro. Los niveles de pesimismo se sostienen en un nivel extrañamente elevado. Y digo extrañamente porque si hoy consideramos que estamos mejor de lo que estábamos en la pandemia, no se entiende cómo puede ser que aún así, los niveles de pesimismo sigan siendo los mismos”. Más del 60% de la gente cree que el país va a estar peor. Y más del 50% cree que su situación personal va a empeorar.
Hay otro ingrediente a tener en cuenta: la frustración que produce no encontrar una salida a la eterna crisis nacional.”En la Argentina la alternancia política no resultó –dice Romero–. En 2015 se votó una opción política distinta al oficialismo de entonces para ver si se cambiaban los resultados, y eso no se produjo. En 2019 se volvió a cambiar el sentido del voto, se eligió otra fuerza política, y tampoco ocurrió. Cuando la respuesta que ofrecen los políticos no satisface, naturalmente eso afecta el vínculo entre la demanda y la oferta. Entre los representados y sus representantes. Y seguramente, deteriora el vínculo. ¿Cuál es la consecuencia? Probablemente haya un comportamiento más caótico de la demanda electoral, en términos de empezar a buscar representantes distintos, que no tengan antecedentes como representantes, e incluso que tengan propuestas rupturistas, como es el caso de Milei”.
El futuro está dominado por la incertidumbre. ¿Cómo llegamos al 2023, que, como si fuera poco, es un año electoral?
“A los tumbos, como siempre”, dice Berensztein, haciendo gala de la ironía con la que los argentinos solemos interpretar nuestra mala suerte. Y cita al gran economista Juan Carlos De Pablo: “En la Argentina siempre pasa todo”. Luego agrega: “Y nunca sabemos en qué orden”. Preguntas a futuro, muchas. ¿Puede haber algún ajuste caótico? Sí, puede haber. ¿Puede esto disparar más bronca? Sí, puede. Probabilidad de que eso pase, imposible saberla. Basta mirar la historia para ver cómo las crisis empujaron eventos que, en otros momentos, no desencadenaron ningún episodio grave.
Impredecible
“El Rodrigazo se disparó por la negociación de la UOM”, recuerda Berensztein. Y se pregunta: ¿habrá ahora una negociación colectiva que dispare un ajuste? “Estamos a punto caramelo para que eso pase, pero puede no pasar perfectamente”, apunta.
Pero lo cierto es que, continúa Berensztein, “todos aquellos que esperaron una crisis dramática del kirchnerismo, no la tuvieron. Y la tuvo Macri, que supuestamente sabía lidiar con los mercados. No hay ninguna forma de predecir esta clase de ajustes”.
En consecuencia, dice Berensztein, “hay que adaptarse a un mundo volátil, incierto, complejo, ambiguo. Y ser humildes, porque los actores pueden determinar el resultado de lo que pase. Depende de sus decisiones. Pero de cualquier modo, insisto, es muy difícil, analíticamente, dibujar un camino crítico de acá al 2023″.
Mientras tanto, hay que ver cómo se acomodan los tantos. Qué pasa en la sociedad. Y aprovechar que, como dice Susana Giménez, hoy los argentinos no parecen querer chocar la Argentina.
“En parte es cierto lo que dice Susana –retoma Novaro–. Este es un pueblo manso. Porque la verdad es que este país se ha bancado mucho en los últimos años, con muy baja protesta social. Comparado con lo que se bancó en otros momentos y estalló… De todos modos, y si bien es cierto que estamos en una situación muy diferente, esto puede cambiar. Hay que ver si el sistema político aguanta y si tiene recursos para ordenarse hacia el centro y cuidando las coaliciones. Pero, fundamentalmente, si la sociedad tolera unos años más de esta situación”.
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