Desde la intimidad. Visiones en primera persona
Lo familiar, lo subjetivo, lo cultural y lo político se dan la mano en nuevos libros como los de Andrés Di Tella y Mariana Eva Pérez
S i cada época encuentra –o busca– su cifra en algún tipo particular de escritura, la actual parece estar marcada por la autoficción, los diarios, la llamada literatura del yo. Y si algunos textos pueden desmarcarse del aluvión que convierte a la primera persona en un recurso monótono, son aquellos donde la historia, esa que suele escribirse con mayúscula, se engarza con lo subjetivo y se abre a nuevos sentidos, a otros problemas.
“¿Cómo lo habría hecho Piglia?”. La pregunta, anclada en lo literario, orienta buena parte de la filmografía del documentalista Andrés Di Tella (Buenos Aires, 1958). La obra del autor de Respiración artificial, su modo de interrogarse por los alcances de la narración desde la narración misma, lo impulsó a trabajar la materia fílmica a partir de lo fragmentario, lo reflexivo, la apuesta a la primera persona. Así lo cuenta en Cuadernos, una serie de ensayos que rondan el espíritu del diario personal y cuyo título envía, como en un eco, a 327 cuadernos, película de 2015 donde, en diálogo con el propio Ricardo Piglia, aborda el complejo proceso de elaboración de Los diarios de Emilio Renzi.
En Cuadernos hay apuntes de filmación, reflexiones sobre el estilo de tal o cual cineasta, registros de lecturas, impresiones tras alguna caminata, puesta al día de recuerdos, postales de viaje, anécdotas íntimas. El hilado es invisible e interroga a la expresión artística tanto como indaga en el concepto de herencia: qué hacer con el legado de los maestros intelectuales, del padre argentino, de la madre india, de un apellido inescindible de la historia argentina, casi un sinónimo de la modernización cultural de los años sesenta.
En uno de los capítulos, Di Tella recuerda el estreno de su primera película, Montoneros, una historia, a mediados de los noventa en el Centro Cultural Rojas. Adolescente en los años setenta, nunca había tenido militancia política ni había participado en las turbulencias de la época; por eso realiza su documental desde la mirada del que lo interroga todo: curiosidad de quien no pretende juzgar sino más bien acceder a un territorio desconocido. Luego seguirá interrogando, en un movimiento que va a impregnar sus películas de elementos cada vez más cercanos. Una delicada arqueología de lo familiar en la que caben imágenes de Torcuato y Kamala jóvenes, en los años cincuenta, “antes de ser mamá y papá”, registros del viaje de Andrés a la India, el país del que su madre huyó, e incluso recuerdos de escolaridad londinense, cuando descender de un matrimonio mixto era la vía directa para ser tachado –como le ocurrió al propio Andrés Di Tella– de fucking wog. Una arqueología, también, de lo intergeneracional, como el momento en que –tal como apunta en Cuadernos– decide volver a ver Gombrowicz o la seducción, película de Alberto Fischerman en la que había participado como asistente de dirección, y se descubre reflexionando sobre el papel de los maestros, los discípulos, los indefinibles caminos del legado.
“A menudo los ‘herederos’ no terminamos de entender nuestra propia herencia. (Pensemos si no, en lo más simple: ¿qué entendemos de lo que nos dejan nuestros padres?)”, escribe.
En las variantes de esa pregunta probablemente radique la fuerza de Cuadernos y de libros que, desde otras improntas narrativas y sumergiéndose en los costados más crudos de los años sesenta y setenta, también se interrogan por los diversos mecanismos del legado (familiar, histórico, político). El salto de papá, de Martín Sivak, La caja Topper, de Nicolás Gaddano o Black out, de María Moreno, son algunos de los más recientes.
Y está también la alquimia, que en otro momento se habría pensado imposible, que logra Mariana Eva Pérez (Buenos Aires, 1977) en Diario de una princesa montonera. Con humor, crítica e irreverencia alude a sus vivencias en tanto víctima del terrorismo de Estado sin jamás perder de vista la dimensión trágica de lo que está contando. Hija de dos militantes desaparecidos y nieta de la vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Pérez, que permaneció un día desaparecida cuando tenía quince meses, comenzó a escribir el Diario… en formato de blog hace unos diez años.
La versión impresa mantiene el desparpajo del original digital. De hecho, es la reedición ampliada del primer pasaje del blog al papel, al que ahora se suman –con idéntico estilo y mirada– dos partes: una, correspondiente a la estada de la autora en Berlín, donde estuvo becada entre 2011 y 2015, y la otra, a su participación en 2016 como parte de la querella en el Juicio RIBA, el centro clandestino de detención donde fueron llevados sus padres.
La autora se refiere al hecho que marca su biografía como “el temita”, el punto de quiebre que la convertiría en precoz, responsable y dedicada “esmóloga” impedida de jugar, como todas las niñas, a ser una simple princesa. Pérez ironiza y se describe a sí misma como ex “huérfana superstar”, “militonta”, integrante de un colectivo al que bautiza “los hijis”. El sortilegio de su escritura es el de la inteligencia que sabe tomar distancia; su mirada desnaturaliza, rompe con el facilismo de las consignas, desacraliza y se permite una risa prima hermana del humor negro. Porque es una risa en absoluto complaciente, que nace de las profundidades del dolor, que acepta a regañadientes la irremediable crueldad del mundo.
“Algo en la vida de la princesa montonera tiene que ser del orden de lo privado. ¿O todo está atravesado por la Historia, la Revolución, la Patria, esas mayúsculas?”, se pregunta la que sigue buscando los “huesitos”, no puede dejar de pensar en su madre dando a luz en la ESMA mientras inicia su propio trabajo de parto o, cuando recibe la noticia de que el Juicio RIBA está a punto de comenzar, resigna posibilidades laborales en Berlín –ciudad que ya había empezado a amar– y decide regresar a Buenos Aires. La princesa se ríe, despliega distancia generacional, elabora un legado. Es una Antígona que no necesita ser solemne.
“Al cabo de estas páginas no veo más que algunas cosas que me digo a mí mismo y que impúdicamente decidí publicar”, escribe Martín Sivak en el final de El salto de papá. La fina línea del pudor quizá sea la menos tortuosa de todas las que deben sortear quienes escriben memorias o publican diarios. Sus textos transitan “en el filo de la navaja, entre la vida y la obra, entre el documento y el relato”, como apunta Di Tella. Una zona que se torna aun más lacerante y ambigua en el cruce con la historia reciente de nuestro país.
CUADERNOS
Andrés Di Tella
Entropía
266 páginas
$860
DIARIO DE UNA PRINCESA MONTONERA
Mariana Eva Pérez
Planeta
384 págs.
$1390