Dos inolvidables cuentos de Navidad
De la alegría al desconsuelo, entre el rigor de los hechos y el inexplicable designio de la fortuna, en el drama y la euforia del desenlace, por la expansiva onda de multitudes y las miserias de la rapiña politiquera, la Argentina acaba de escribir dos inolvidables cuentos de Navidad.
El sabor del final feliz impregnará los brindis de esta noche, al cabo de un mes de la pura vida real más parecida a la ficción que pueda encontrarse.
El temido diciembre de cada año quedará anotado esta vez como el legendario mes en el que los argentinos viajaron en una montaña rusa de emociones entre goles, atajadas, resultados adversos y triunfos agónicos. El fútbol, otra vez, como analgésico de los sufrimientos cotidianos.
"La decisión de los campeones del mundo de gambetear el intento del poder político de colarse en la foto expuso al ridículo al oficialismo en sus distintas versiones enfrentadas entre sí"
El vértigo de los hechos estableció una nueva realidad, despojada de los impactos y usos políticos temidos y deseados en cálculos destruidos por la dimensión del fenómeno.
Al revés, la decisión de los campeones del mundo de gambetear el intento del poder político de colarse en la foto expuso al ridículo al oficialismo en sus distintas versiones enfrentadas entre sí. Quedaron expuestos a la premeditada indiferencia de los jugadores los delegados de la Cámpora, parados al pie de la escalerilla del chárter que trajo al equipo desde Doha y, más tarde, el Presidente y su cada vez más reducido núcleo de incondicionales.
La selección evitó el balcón de la Casa Rosada y sorteó la presión que ejercieron en público operadores mediáticos y funcionarios. Los jugadores usaron la misma firmeza con la que la mayoría de ellos han eludido involucrarse con la política durante sus carreras en el fútbol mundial. Eligieron eso como podrían haber decidido militar en un partido. ¿Quién tiene derecho a cuestionar la decisión de cada quién?
La sobreactuación en respuesta a una gambeta incluyó el desatino de convocar a un feriado nacional en todo el país para facilitar los festejos en la ciudad de Buenos Aires y parte del conurbano. Más de 30 millones de los 45 millones de argentinos debieron dejar de trabajar por un decreto intempestivo, a centenares de kilómetros de la impresionante manifestación.
"Messi ha hecho de la prescindencia una conducta sin alteraciones a pesar de ser uno de los deportistas más expuestos al escrutinio"
El 2 de septiembre el Presidente también había ordenado no trabajar en todo el país al disponer un feriado para garantizar la movilización partidaria de bonaerenses y porteños que repudió el atentado contra Cristina Kirchner. Fernández tiene un doble reflejo condicionado que le hace creer que el país es el AMBA y que evitar que la gente trabaje es una buena noticia para todos (la pandemia fue un ejemplo). Es bajo esa misma línea, que los empleados públicos no trabajaron ayer y fueron liberados de sus responsabilidades el viernes que viene, en las respectivas vísperas de las fiestas.
En ambos feriados nacionales, el del miércoles y el del atentado contra la vicepresidenta, quienes osaron hacer notar el despropósito repetido fueron atacados por los sicarios mediáticos del oficialismo. Pero esta vez, varios gobernadores peronistas, como los de Tucumán y Santa Fe, tomaron distancia de la decisión.
Messi, en primer lugar, ha hecho de la prescindencia una conducta sin alteraciones a pesar de ser uno de los deportistas más expuestos al escrutinio. Como máxima figura del Barcelona, durante años zafó con éxito de las presiones para mostrar simpatía o rechazo al separatismo catalán. Era un dato más que elemental saber que el capitán de la selección rehuiría los abrazos de la política argentina.
En 2014, de regreso de la final del Mundial de Brasil soportó con una expresión más que reveladora, un discurso de la presidenta Cristina Kirchner que le acentuó su tristeza por la derrota. Esquivo en la cancha y fuera de ella, esta vez no lo agarraron.
Advertido de que los jugadores no quieren ser usados para ninguna foto política, Mauricio Macri decidió durante todo el mes del Mundial no visitar nunca a la selección. Él también habría resultado desairado.
Tener poder es también elegir con quién estar. Y la selección eligió ponerse lo más lejos posible de la grieta que degrada las formas de gobernar y la participación en la acción pública. Sin proponérselo, los jugadores enviaron un mensaje político de enorme valor: ellos, como la mayoría de sus compatriotas, están hartos de un país en blanco y negro, de buenos y malos, cargado de odios, carente de acuerdos básicos y de mínimo respeto.
Al cuento navideño de una selección que caminó por la cornisa durante un mes para terminar con la Copa del Mundo en sus manos se sumó otro cuento navideño.
Más corto e intenso, pero también marcado por giros inesperados, esa narración fue escrita entre las gigantescas manifestaciones, la temeraria improvisación en la organización de las celebraciones y un comportamiento colectivo que alejó los peores presagios.
Con algunas excepciones que no hacen otra cosa que validar la extendida decisión de las multitudes de mostrar su felicidad por un ansiado triunfo deportivo, entre los festejos del domingo en toda la Argentina y la descomunal expresión de agradecimiento y alegría del miércoles fueron quebrados todos los registros históricos de grandes concentraciones.
Esa emoción de millones de argentinos que salieron en busca del resto de la sociedad dice mucho más que la pasión por el fútbol. También es una búsqueda de abrazarse a una alegría, a un logro compartido, en medio de una crisis que se hace eterna y de la certidumbre generalizada de que las cosas van mal y siguen peor al cabo de muchos años.
Los que salieron a las calles lo hicieron sin otra conducción que la propia voluntad de celebrar y refugiarse en esa conquista de Messi y los suyos. Los que creen conducir el país quedaron afuera de la mayor fiesta de todos los tiempos. Es un mensaje bastante claro y, también, el final agridulce de dos inolvidables cuentos de Navidad.