Hisham Matar. “El arte es, por su esencia, contrario al autoritarismo y al populismo”
Nacido en Nueva York, el escritor de origen libio vuelve en su última novela a la muerte de su padre a manos de Muammar Khadafy e indaga en la fuerza de la creación artística para superar el dolor
El arte puede brindar consuelo a quienes lo contemplan. A menudo, tras la detención de su padre, un joven Hisham Matar (1970, Nueva York), ingresaba a la hora del almuerzo en la National Gallery de Londres en busca de un bálsamo para su alma: los cuadros de la Escuela de Siena. Jaballa Matar, quien había sido primer secretario de la Misión Libia en las Naciones Unidas y luego uno de los principales opositores de Muammar Khadafi, partió con su familia al exilio en 1979 y se instaló en El Cairo cuando el régimen intensificó sus amenazas. La sed de venganza del dictador era tan atroz que emprendió una campaña para cazar a sus detractores más allá de las fronteras del país. Jaballa Matar fue secuestrado en 1990 en su casa en Egipto y llevado de vuelta a Libia. “Allí lo encarcelaron y, gradualmente, como la sal que se disuelve en el agua, consiguieron hacerlo desaparecer”, escribió su hijo en su último libro, Un mes en Siena (Salamandra).
Matar, profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Columbia logró prestigio internacional cuando obtuvo el Premio Pulitzer en 2017 por El regreso (Salamandra). En esta novela autobiográfica narra la vida de su padre y de su familia, su viaje a Trípoli, Libia, luego de tres décadas de ausencia. Matar construyó un desgarrador relato sobre un hombre común y valiente, su padre, que se opuso al absurdo del mal como líder de la resistencia. El escritor logró reconstruir, gracias a organismos internacionales como Amnistía Internacional y de escasas cartas que llegaron a manos de la familia, que su padre estuvo vivo al menos hasta 1996: “La crueldad es omnipresente, pero sigo siendo más fuerte que sus tácticas de opresión. Mi frente no sabe inclinarse”, escribió Jaballa Matar.
"Hoy la belleza se ha convertido en una noción complicada, como si fuera superficial. Pero es evidente cuánto la necesitamos”"
Ciudadano del mundo, Hisham Matar vivió en Nairobi, Roma, Londres, París y El Cairo. Actualmente reside en Nueva York. El escritor conversa con Ideas en un bar de Madrid. Llegó el día anterior a la capital española y ya ha visitado el Museo del Prado y hará malabares en su agenda para ir al Thyssen, donde se encuentra una obra de la Escuela de Siena. Los museos son un imán y un templo para este autor tan sensible. Dedica su vida literaria y académica a comprender el diálogo que existe entre un objeto de arte y el individuo que se acerca a él. Un mes en Siena es la experiencia estética y sanadora de Matar, quien permaneció una temporada en esta ciudad italiana detenida en el tiempo, ya como adulto y formado como profesor, abocado a explorar la misteriosa unión y el diálogo entre una psiquis y las creaciones de genios, en este caso, Duccio o Lorenzetti. “Solo el amor y el arte tienen esa capacidad; solo delante de un libro o delante de un cuadro podemos verdaderamente acceder a la perspectiva del otro. Siempre me ha parecido paradójico que en las artes solitarias haya algo íntimamente colectivo”. El exilio, el populismo, el amor, el arte y la esperanza recorren la obra de este singular narrador.
–Dos de los lienzos que analiza en su último libro son Alegoría de un buen gobierno, de Lorenzetti, con las virtudes en torno al poder, y Los efectos del mal gobierno [aquí aparece la Tiranía gobernando y la Justicia encadenada]. ¿Qué es el populismo? ¿Cómo explica este contexto mundial donde proliferan estos sistemas?
–Es una pregunta enorme. Diría que hay muchas razones por las cuales surgen los populismos, pero hay algo central: la democracia necesita una amplia red de respaldo social. Esto ha sido negado últimamente y tanto los medios como las redes sociales han jugado un papel clave para fortalecerlos. Está claro que hemos naturalizado valores que emergieron después de la Segunda Guerra Mundial, como la libertad de prensa, la democracia o el derecho internacional. Asumimos que aquellas eran estructuras férreas y sólidas, pero no lo eran. Son débiles. La democracia no es algo pasivo, sino que, por el contrario, requiere que la mantengamos con un compromiso activo. El populismo brinda una respuesta muy simple a una cuestión muy compleja que es la estabilidad: ¿por qué querrías democracia cuando puedes tener estabilidad? Esta estabilidad viene con soluciones muy veloces y fáciles a problemas complejos. Y es lamentable que se elija esta estabilidad aparente. La gente olvida que el populismo, o los gobiernos dictatoriales o autoritarios, son en verdad inestables porque corroen los sistemas cívicos.
"El amor y la historia del arte se asemejan. Hay un acto de esperanza en la búsqueda de conectar con el otro a través de un cuadro, con el artista o con aquellos a quienes amamos"
–¿Qué papel cumplen en este contexto los intelectuales? Usted se ha especializado en la literatura del exilio, ha escrito sobre contextos políticos complejos, pero hay intelectuales o personas vinculados a la docencia que, por el contrario, colaboran con los populismos, que adoctrinan desde sus clases.
–Te respondo desde la literatura y desde aquello que conozco. No creo que la literatura deba ser utilizada de este modo que señalás. A la literatura, por su naturaleza, le interesa la complejidad y la contradicción, intentar imaginar qué significa ser alguien diferente. El arte es, por lo tanto, por su esencia, contrario al autoritarismo y al populismo. Al populismo no le interesa la diferencia y la complejidad, prefiere explicar las cosas de modo simple. La honestidad es fundamental para los profesores; se debería repensar cuál es este valor, admitir que no siempre tenemos razón.
–La historia del arte, señala usted, resulta una herramienta fundamental para conocer a nuestros contemporáneos, y en especial a nuestros seres amados. ¿De qué modo?
–El amor y la historia del arte se asemejan. Hay un acto de esperanza en la búsqueda de conectar con el otro a través de un cuadro, con el artista o con aquellos a quienes amamos. Queremos que estos últimos nos vean de modo tal que puedan comprendernos, que aquello que expresamos tenga un sentido, y que no se trate de defender una causa o una idea, sino solamente de que el otro pueda ver las cosas desde nuestra perspectiva.
–Han pasado muchos años desde la desaparición de su padre. ¿Cómo se siente hoy en torno a esta tragedia? ¿Han ido cambiando sus sentimientos con el paso del tiempo? ¿Siente rencor u odio?
–Siento una tristeza profunda y un gran deseo de justicia. No me interesa en absoluto la venganza. La venganza es la victoria final del opresor; significa que has aprendido de ellos el lenguaje del poder. Cuando lucho, nunca lo hago con ánimos de venganza, pero sí he fantaseado muchas veces con la justicia. Mi padre atravesó momentos terribles, pero era fácil ser su hijo, porque él tenía principios, era valiente, no traicionó jamás a sus compañeros. Que yo sea su hijo es un accidente muy conveniente para mí, porque los hijos no elegimos a nuestros padres. Siento pena por el hijo de Khadafy. Para él, ser su hijo ha sido también un accidente, pero, en su caso, uno inconveniente, con un padre que le ha dejado un legado de violencia.
–¿Piensa que estas experiencias, el daño causado a su familia y la persecución sufrida por su padre han cincelado su sensibilidad?
–Sin lugar a dudas me han marcado. Si bien no quiero pensar que soy un rehén de ellas, porque soy un hombre libre, me han afectado en mi relación con el arte, con la naturaleza, con mi idea de justicia.
–En El regreso menciona a Joseph Conrad, a quien también enseña en sus clases, un pionero a la hora de criticar desde la literatura los estragos del colonialismo. Su experiencia vital tiene muchos puntos en común con él: el exilio, la persecución que padecieron sus padres, escribir en un idioma diferente de su lengua natal. A Conrad lo toman grandes autores como Edward Said, pero hay otros, como el escritor nigeriano Chinua Achebe, que sostuvieron que la obra de Conrad no solo no es una crítica al colonialismo, sino que incluso discrimina y revela superioridad.
–Conrad es magnífico. Es original en su invención del lenguaje y en su sensibilidad. Hay muy pocos autores que hayan escrito tantas obras maestras, y él ha escrito cuatro o cinco. Sin embargo, puedo entender por qué Conrad genera esta controversia entre algunos críticos. Aclaro de todos modos que no leo a Conrad porque creo que sea una buena persona. Leo a Conrad porque es un gran artista. Lo demás es simplificar demasiado la historia. En El corazón de las tinieblas lo que más le interesa a Conrad es la locura del proyecto colonial. No es abiertamente crítico, pero, sin lugar a dudas, no respalda el colonialismo.
–En Un mes en Siena elabora un concepto que se refiere al modo en el que cada uno de nosotros interpreta una obra de arte a través de lo que denomina “la vida emocional del espectador”. ¿Hay también algo de racionalidad en esta contemplación?
–Sí, sin lugar a dudas. Creo que una obra de arte es un lugar activo, un espacio donde se concentran diversas actividades, como la intelectual, la emocional, la psicológica y la filosófica. El motivo por el cual regreso a una misma pintura es porque intento enlazarme con todas esas esferas. Y también aparece, entre todos estos aspectos, el nivel del deleite. Por eso nos conmovemos.
–Un mes en Siena se centra en el vínculo entre una obra de arte pictórica y el espectador, dos horizontes ubicados en tiempos y espacios muy remotos. ¿Qué ocurre con la literatura y el lector?
–Creo que algo muy profundo ocurre cuando te encontrás a vos mismo en la historia de un personaje o de una voz, de alguien que narra algo que no te ha ocurrido o que describe un país donde nunca has estado. Es un momento muy expansivo, como si estuvieras conectado con el género humano. A veces recibo cartas de personas en otra parte del mundo que me dicen que han sido movilizados con mi libro. ¿Sabés cómo llamo a este momento? Para mí es lo opuesto de la locura: de repente las cosas tienen sentido en un nivel muy profundo sobre las personas y sobre el mundo en el que vivimos. Se produce una suerte de acto amoroso en esa conexión.
–Mario Vargas Llosa, en La civilización del espectáculo, escribe que, con el devenir de los siglos, el dominio de la técnica en el arte resulta cada vez menos importante. ¿Está de acuerdo?
–Creo entender lo que dice Vargas Llosa. Es verdad que no podías ser un artista en el siglo XVI si no dominabas la técnica; pero hoy sí podés serlo. También es verdad que la educación pone su énfasis cada vez menos en la técnica. Pero en la literatura, mi preocupación central son las historias y si en ellas no hay estilo, no hay nada.
–El concepto de belleza también ha ido cambiando con los siglos. Pienso en las ideas de Arthur C. Danto, que sostiene que la belleza ya no es más una condición necesaria o inherente en una obra de arte.
–Hoy la palabra belleza se ha convertido en una noción complicada, como si se sospechara en algunos ámbitos que la belleza transmite algo que no es serio o una idea superficial. Sin embargo, es evidente cuánto la necesitamos. No hace falta más que ir a un museo y ver la cantidad de visitantes que acuden a él, o ver cómo en la pandemia tantas personas acudieron a la literatura. Vivimos en una era posindustrial donde todo es manufacturado en una gran escala y esto tiene ventajas, porque hace que muchos objetos sean cada vez más accesibles para tantas personas, pero también ha hecho que se rindiera o se retirara la artesanía, el tacto humano en esta velocidad.
–¿Cuál es el lugar que ocupa el arte en la actualidad?
–Es fascinante cómo hoy tenemos mucho más acceso al arte con respecto a otros momentos del pasado. Pero, sin lugar a dudas, en el presente subestimamos la importancia de la cultura y el arte. Es también cierto que hoy nos interesan las cifras, la cantidad de libros que se venden, todo tipo de datos. Está bien pensar en abrir el arte y de llegar a personas sin privilegios, pero no podemos analizar a la cultura y a sus efectos en números. El arte es algo muy serio para la especie humana. Se trata de lo más importante que es capaz de crear.
–¿Por qué?
–Porque allí se albergan nuestras ideas más profundas sobre nuestra naturaleza y nuestra expresión, así como sobre el tiempo. No hemos logrado crear nada mejor y más complejo donde se exprese de modo coherente, conmovedor e inteligente la sintonía entre nuestra mente y nuestra alma. Pero hay algo más importante que el arte y es la dignidad. Cuando se mira la historia del arte o de la literatura advertís cuán complejo significa ser un ser humano, por ejemplo, cuán difíciles son los vínculos familiares. Ser humano es aquello de lo cual me siento más orgulloso y, a la vez, más avergonzado.
–En el final de su libro hay capítulo muy conmovedor donde analiza el cuadro Paraíso, de Giovanni de Paolo, un espacio donde se produce un abrazo eterno, en algún momento, con aquellos seres queridos que hemos perdido. ¿Imagina un encuentro con su padre?
–No en el modo en el que aparece en este cuadro. Creo que los muertos están con nosotros todo el tiempo. Una de las cosas que más me interesa es cómo los vivos se vinculan con los muertos, cómo les prestamos atención a sus enseñanzas, sin que eso nos impida al mismo tiempo ser libres en el presente a lo largo de nuestras vidas breves.
LA CREATIVIDAD COMO TABLA DE SALVACIÓN
PERFIL: Hisham Matar
■ Hisham Matar nació en Nueva York en 1970. Su padre, Jaballa Matar, un opositor del líder libio de Muammar Khadafy, fue secuestrado en 1990 por el régimen y luego desaparecido.
■ Profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Columbia, Matar logró prestigio internacional cuando obtuvo el Premio Pulitzer en 2017 por El regreso (Salamandra), novela autobiográfica en la que narra la vida de su padre y la de su familia.
■ En 2006 su primera novela, In the Country of Men, fue traducida a treinta lenguas.
■ En Un mes en Siena, que acaba de aparecer en español, el escritor indaga en los efectos terapéuticos del arte para trascender el sinsentido y el sufrimiento.
■ En su obra prevalecen los temas de la pérdida y el exilio, así como la pintura, la arquitectura y la música.