La moral, las costumbres y el fariseísmo del siglo XXI
Hay pensamientos que necesitan, y por lo tanto piden, un despliegue moroso, y que se nos descubren completos después de un devanado que es posible únicamente con la colaboración de la motricidad fina de la inteligencia. Otros, en cambio, extraen su fuerza de la brevedad concentrada, como si tendieran al aforismo, que no necesita ni precedencia ni posterioridad. A esta segunda familia pertenecía Gustave Thibon (1903- 2001). Su escritura, su pensamiento, tenía esa condición fulminante de lo que cabe en pocas palabras, y es por eso pasto fácil del florilegio. Pero no habría que llegar a la conclusión de que ese pensamiento era invertebrado.
Una prueba es su libro Diagnostics. Essai de physiologie sociale. Thibon lo escribió entre 1936 y 1939, lo publicó en 1940, decidió reeditarlo en 1985, y bien podría volver a la luz en 2021. El libro es evidentemente hijo de la Segunda Guerra (acaso también de las larguísimas conversaciones que mantuvo con su amiga Simone Weil, a quien refugió en su granja) y resulta claro que algunas discusiones (como la tensión entre marxismo y freudismo) nos parecen muy ajenas. En cambio, los capítulos sobre la moral y las costumbres siguen siendo acuciantes.
Anota Thibon algo que podemos comprobar en carne propia: “Cada época tiene sus tonterías pseudorevolucionarias, sus innovaciones nacidas muertas que causan el asombro y la risa de la época siguiente”. La fe en el progreso es para él una de esas tonterías. Sobre todo, cuando no se explican los alcances del progreso y, más todavía, cuando caemos en su enfermedad infantil: el progresismo. En otro libro, Thibon había ya apuntado en la misma dirección: “Este es el gran dogma moderno, tan indiscutido, al menos en ciertas mentes, como infundado. Consiste en afirmar que el hoy vale más que el ayer y que el mañana valdrá necesariamente más que el hoy. De tal modo que a principios de siglo los propietarios de algunos cafés los denominaban indiferentemente ‘café del Progreso’ o ‘café del Porvenir’. De aquí la valoración desmesurada de la idea de cambio, como si bastara cambiar las cosas para obtener su mejoramiento”.
Pero veamos mejor el caso que aduce en Diagnostics: “Si nos comparamos con una época como la Edad Media, llegamos a esta conclusión: desde el punto de vista de las costumbres, la humanidad está en franca decadencia; desde el punto de vista de la moral (por lo menos como disposición emotiva e ideal universal) se nota ciertamente un progreso”. Se impone una aclaración: eso que llama ‘costumbres’ y eso en lo que denuncia regresión es “la moral vivida antes que representada, la moral fundada en la necesidad física, esto es, en el orden del sentimiento y de la acción”. Inversamente, la moral que progresó es la moral “representada antes que sentida”. Observa con ironía que el nacimiento de un hijo era para Rousseau excusa para el enaltecimiento de las leyes de la naturaleza, la justicia y la razón, y que otro hombre mira simplemente a los suyos.
Lo “angustiante” (la palabra es de Thibon) es la disyunción creciente entre las costumbres y la moral. La naturalización y la promulgación estatal de lo que imprecisamente se llama corrección política es el fariseísmo del siglo XXI. Para las pretensiones farisaicas las costumbres sólidas no son más que “fantasmas del pasado” (nunca fue peor que hoy la reputación del pasado): hay una mora de la que no se siguen actos propios. Esta disyunción es efecto de otro divorcio mayor, de una desnaturalización, para la que Thibon opta por la palabra alemana Verwesung, putrefacción, corrupción o incluso, más imperfectamente, “desencialización”.
Weil hablaba del retorno a un orden que había sido momentáneamente perturbado. Del mismo modo, para Thibon el progreso comporta una variedad del regreso: “La tarea más urgente de la moral consiste en restaurar las costumbres […] Las costumbres existen para ser coronadas por la moral; la moral fue hecha para encarnarse en las costumbres.”