Lecturas: El sueño de la inmortalidad, de los soviéticos a Facebook
Tal como dijo Mark Zuckerberg hace unos días al presentar Meta, el ambicioso relanzamiento tecnológico y comercial de Facebook, la gran promesa incumplida de la tecnología es “permitirnos estar con quien queramos, teletransportarnos a donde sea y crear y experimentar lo que sea”. De ahí su invitación a dar “un paso más allá del mundo físico” y sumergirnos en el “metaverso”, una plataforma de realidad virtual todavía en vías de desarrollo pero que al interconectarse incluso con los estímulos neuronales de los usuarios, ya no dejaría casi nada por fuera del control digital de Silicon Valley. Al transportar nuestra existencia cerebral a una realidad alternativa, Meta aspira, por lo tanto, a convertirse en un avance de lo que diversos pensadores del siglo XXI han llamado “transhumanismo”, es decir, la superación de los límites de la vida física actual a través de un salto evolutivo tecnológico.
Aun así, la idea de que la realidad tal como la experimentamos de manera cotidiana es, apenas, una forma menor de la plenitud de nuestro potencial, una caverna oscura ante la que debemos rebelarnos y escapar para llegar a ser verdaderamente libres de la ignorancia (o de la contaminación ambiental y las catástrofes sanitarias, según las coordenadas más inmediatas), es tan antigua como las alegorías de Platón. En ese sentido, Meta es solo el último capítulo de una antiquísima lucha por la salvación eterna de las conciencias; lucha que, por otro lado, nunca olvidó la apuesta por la salvación eterna de los cuerpos.
"El arribo de los grandes nombres del capitalismo contemporáneo al sueño de la inmortalidad no habría sido posible sin los precedentes del comunismo, que a inicios del siglo XX, de la mano de los “cosmistas” rusos que participaron de la revolución bolchevique, organizó sus recursos en vías de alcanzar el mismo objetivo."
Se trate de las milenarias promesas de sacerdotes que pastorean almas o de las centenarias promesas de ingenieros que construyen inteligencias artificiales, lo cierto es que trascender la vida y vencer a la muerte sigue siendo la búsqueda humana definitiva. El arribo de los grandes nombres del capitalismo contemporáneo al sueño de la inmortalidad no habría sido posible, sin embargo, sin los precedentes del comunismo, que a inicios del siglo XX, de la mano de los “cosmistas” rusos que participaron de la revolución bolchevique, organizó sus recursos en vías de alcanzar el mismo objetivo.
Para los “cosmistas”, explica el filósofo Boris Groys (Berlín, 1947), compilador de Cosmismo ruso. Tecnologías de la inmortalidad antes y después de la Revolución de octubre, el “cosmos visible” era el único lugar para la vida biológica del ser humano después del fracaso del cristianismo histórico, con su fe en la realidad de ultratumba, y el nihilismo pesimista de la filosofía, incapaz de pensar algún modo satisfactorio de trascendencia. De ahí que el círculo de pensadores y científicos “cosmistas-inmortalistas” que formaron parte de la Revolución rusa, en un espíritu incluso más radical que el exhibido cien años más tarde por Mark Zuckerberg, se propusiera diseñar las condiciones tecnológicas, sociales y políticas para resucitar por medios científicos “a todos los seres humanos que alguna vez vivieron en la Tierra”. Antes y ahora, la premisa es la misma: solo el trabajo en los laboratorios de última generación podrá alcanzar la producción artificial de eternidad. Aunque, a veces, los experimentos partieron de suposiciones equivocadas.
Entre intentos extraños de sus colegas para llevar un paso más allá a “la biología general de la copulación”, por ejemplo, el médico y físico Alexander Bogdánov (1873-1928) no solo publicó en 1908 Estrella roja, la primera novela utópica socialista, sino que además en 1926 fundó en Rusia el primer Instituto de Hematología y Transfusión de Sangre del mundo, donde intentó probar que las transfusiones de sangre de jóvenes permitían controlar el envejecimiento. Para ver hasta dónde los “constructores de Dios”, como se llamaba a los “cosmistas”, eran parte real del poder soviético, entre las actas del Politburó del otoño de 1923, cuando Lenin estaba gravemente enfermo, se registra también la sugerencia de Leonid Krasin (1870-1926) de congelar al líder comunista con el objetivo de devolverle la vida, seguro de que cuando la ciencia lograse “resucitar a grandes figuras históricas, entre ellas se encontraría nuestro camarada”, cuenta John Gray en La comisión para la inmortalización.
Para iluminar esta historia entre “cosmistas” y “transhumanistas” que se extiende hoy a versiones tan diversas como las fantasías alienígenas de los “raelianos”, las ansiedades de los investigadores del genoma humano y el anhelo de multimillonarios que invierten en proyectos como la criogenia o la transmigración de la mente a distintas bases de datos, es clave –como recuerda Groys– otro eslabón: los espiritistas del siglo XIX.
Entre curiosos de la talla de Charles Darwin, Thomas Huxley o Henri Bergson, los espiritistas fundaron en 1882 la Sociedad para la Investigación Psíquica, que se propuso investigar desde Inglaterra el contacto con “las mentes desconectadas de un cerebro físico”. Convencidos de que morir solo era “moverse de un ala de una gran casa de campo a otra, un cambio en el que no se perdía nada”, como afirmaba el psíquico Charles D. Broad (1887-1971), al igual que en el Kremlin y Silicon Valley, lo que los espiritistas con mayores dotes científicos deseaban, aún contra la fraudulencia de sus propias reuniones, era un “experimento de eugenesia psicológica”. Bajo la depuración de los defectos físicos y las deficiencias espirituales gracias a distintas versiones de la tecnología y el conocimiento, los hombres y las mujeres alcanzarían así un nivel de desarrollo jamás imaginado.
Ante la última versión de esta lucha por la inmortalidad, tal vez lo más curioso sea que, pronunciadas en una época en que la búsqueda de pruebas de la supervivencia humana a la muerte ha quedado en nada y, al mismo tiempo, la ciencia se ve más que nunca como una técnica para resolver lo irresoluble, las palabras de Zuckerberg sobre Meta, si se cambian las circunstancias ideológicas, las fechas y apenas uno o dos nombres propios, se parecen a las que Lenin le dijo al “cosmista” Krasin sobre la electricidad en 1918: “La electricidad ocupará el lugar de Dios. Dejen que el campesino rece a la electricidad; sentirá más el poder de las autoridades centrales que en las del cielo”.
Cosmismo ruso
Por Boris Groys (Comp.)
Caja Negra. Trad.: Fulvio Franchi
319 páginas / $ 1400
La comisión para la inmortalización
Por John Gray
Sexto Piso. Trad.: Carme Camps
242 páginas / $ 2590