¿Qué está pasando? Twitter, la infocracia y el mundo feliz
Elon Musk sacudió el mercado al anunciar que se quedaba con la red social tras desembolsar el equivalente a un PBI; Pero, ¿qué está comprando realmente?
“¿Qué está pasando?”. La pregunta puede ser leída en tono tremendista, apuntalado por el revuelo que atraviesa a la aldea mediática global. Más simple: “¿Qué está pasando?” es lo que nos pregunta desde una caja gris la red social Twitter. Una invitación, hasta banal, a que cada uno de los cientos de millones de usuarios diarios respondamos en forma de tuit para contar lo que vemos, lo que pensamos, lo que sucede. Ese modesto incentivo por hacer pública nuestra opinión (¿hechos u opinión?) en forma de breve mensaje (originalmente 140 caracteres; hoy, hilos, videos, foros en vivo...) convirtió en poco más de una década a Twitter en una red de alta reputación e influencia pero poco, nada o difícilmente rentable. El revuelo de esta semana, de todos modos, parece justificado más allá de la exorbitante cifra por la que Twitter fue adquirida (una deuda externa, el PBI anual de un país pequeño) y de ser una noticia amplificada, justamente, por tratarse del pase de manos de una enorme caja amplificadora de noticias. O mejor dicho: de una increíble herramienta narrativa, de gestión colectiva y fragmentada, a través de la que intentamos explicarnos qué está pasando.
"Twitter es lo más cercano que tenemos a una conciencia global”. La frase fue publicada el martes y corresponde a Jack Dorsey, uno de los fundadores de la empresa y dos veces CEO"
Vale preguntarse entonces: ¿qué está comprando Elon Musk? ¿Una plataforma tecnológica? ¿El talento creativo o ingenieril de algunos de sus empleados (que a priori aparecen resistentes a dejar de pertenecer a una empresa de cotización pública)? ¿Una enorme comunidad de usuarios difícil de “monetizar”? ¿La versión moderna de la plaza pública, del ágora?
“Twitter es lo más cercano que tenemos a una conciencia global”. La frase fue publicada el martes y corresponde a Jack Dorsey, uno de los fundadores de la empresa y dos veces CEO. Estemos o no de acuerdo (¿acaso las búsquedas en Google no son un mapa universal de nuestros intereses?), su opinión nos permite elucubrar qué puede pasar en el futuro: “Este es el paso correcto, recuperar a Twitter del control de Wall Street. En principio, no creo que nadie deba ser dueño de Twitter. Creo que debe ser un bien público desde el nivel del protocolo. Elon es la solución individual en la que confío”.
"Los desafíos que las tecnologías de la información plantean a los pilares de la organización social (hoy mismo: la comunicación humana, el dinero, las empresas, la elección de autoridades…) está en el centro de las preocupaciones filosóficas"
Más allá de las discusiones sobre la libertad de expresión, moderación de comentarios, bloqueo a opiniones diferentes, control de la desinformación o de las “mentiras”, aparecen pistas sobre cómo deberá gestionarse esa “conciencia global”: tanto Dorsey como Musk son activos defensores del uso de la tecnología blockchain y las criptomonedas, y acaso esos modelos permiten asomarse a una gobernanza descentralizada y colectiva (DAOs), hoy en fase experimental. Suena fantasioso pero… también lo era suponer hace apenas 15 años que una diminuta red de microblog creada por tres amigos podía convertirse en una empresa cuyo control supone una discusión sobre la democracia representativa o las libertades civiles más preciadas de los Estados Unidos y buena parte de Occidente.
En la tarde del viernes, parafraseando a Mark Zuckerberg, Dorsey hizo un descargo en Twitter sobre la necesidad de... arreglar Twitter.
El tema está lejos de quedar aislado en las esferas políticas, económicas o mediáticas. Los desafíos que las tecnologías de la información plantean a los pilares de la organización social (hoy mismo: la comunicación humana, el dinero, las empresas, la elección de autoridades…) está en el centro de las preocupaciones filosóficas. El más reciente libro de uno de los pensadores del momento, el coreano Byung-Chul Han (Infocracia, editado este mismo mes de abril por Taurus) enfoca específicamente en el impacto de lo que él llama el “dataísmo” en el proceso democrático. Con citas de Michel Foucault, Jürgen Habermas o Hannah Arendt, repasa el movimiento al que asistimos en el siglo XXI: de la comunicación de masas al “régimen de la información”. Para él, asistimos a un cambio de paradigma radical en el que el modelo de dominación es reemplazado: con millones de datos personales y noticias falsas circulando, los sujetos se creen libres, auténticos y creativos. De George Orwell y su Gran Hermano (el clásico de ciencia ficción 1984) a Aldous Huxley y Un mundo feliz. En el repaso de Han, la pintura es más ominosa que optimista. “La comunicación digital reestructura el flujo de información, lo cual tiene un efecto destructivo en el proceso democrático”, sentencia el surcoreano.
Esta semana, el escritor y teórico Cory Doctorow relativizaba la ola de exageración crítica (“criti-hype”) y el exceso conspirativo contra las llamadas big-tech: sin ánimo de defenderlas, advierte que esas teorías simplistas alimentan, paradójicamente, la ilusión de que las plataformas dominan un eficaz rayo manipulador.
Pero, entonces, ¿qué pasa si esa plaza pública pasa no ya a la propiedad privada sino directamente al control individual de un usuario, un poderoso influencer y el hombre más rico del planeta?
En pleno debate hubo voces que se alzaron por una visión de servicio público, montados sobre la idea de Dorsey y opiniones del propio Musk. Y respecto de la idea de bien público se abren, además otros interrogantes. Si ese debiera ser su destino: ¿hubiera nacido y crecido desde una organización pública? ¿Hubiera sobrevivido sin Wall Street? ¿Sobrevivirá con Elon Musk? ¿Sobrevivirá a nosotros?