Reseña: Bongo Fury, de Sergio Bizzio
Antes que situarse en el plano y contraplano de lo fantástico –es decir, en su intrínseca ambigüedad-, la literatura de Sergio Bizzio (Villa Ramallo, 1956) hace pie, en rigor, en una suerte de dislocación: algo en la realidad se quiebra y, a partir de allí, todo se encadena.
Esa idea, la del encadenamiento, la de un eslabón que se potencia en el siguiente –y de ahí en más ya no se detiene–, resulta fundamental para observar la lógica interna del puñado de historias de Bongo Fury. Mucho más contenido que en su juventud, Bizzio ya no apuesta al desmadre: solo el primer paso es desmesurado, en verdad un salto, una idea fuerza que funciona como motor, como el omnipresente centro de la nueva, definitiva vida de sus criaturas.
Así, en uno de los cuentos al narrador-protagonista –los seis están escritos en primera persona– se le cumple todo lo que desea, siempre que esos deseos sean modestos; basta que sueñe con más para que las cosas se compliquen. En otro, un hombre se pierde en su propio pueblo: todo es reconocible, excepto el camino para regresar a casa. Los dos puntos más altos de un libro que se disfruta como una larga y oscura epifanía son “Sí Sí”, en el que una mujer abandona a su pareja dejándole un sucedáneo inesperado, y el que abre el conjunto, de título enigmático y polisémico (“Las formas más salvajes del fondo, la luz del aire”), que decanta en un hombre que recibe el don de la velocidad, en un momento en el que paradójicamente ha optado por el retiro, la paz, la introspección. En otras palabras: por la quietud.
Bongo Fury
Por Sergio Bizzio
Random House
157 páginas, $ 1999