Reseña: Cassette virgen, de Edgardo Scott
Los patios internos, un amigo de la infancia, las casas abandonadas, una leyenda urbana son algunos de los elementos que dan sustancia a los relatos de Cassette virgen, textos autobiográficos que Edgardo Scott (Lanús, 1978) escribió durante diez años y marcan las coordenadas de su poética.
Más cercanos al ensayo personal que al cuento, los quince relatos se presentan con el mismo punto de vista, por momentos nostálgico, por momentos reflexivo, pero siempre distantes de esos objetos concretos que rastrea en busca de un sistema que funde de nuevo el pasado. Si bien no hay una pretensión de totalidad, sí aparece una idea que unifica los fragmentos como si fueran mosaicos de una única voz narrativa. De hecho, ya desde el prólogo el autor asume abiertamente la identidad del narrador.
Sin embargo, todos los textos se alejan de la idea de reconstruir la memoria, para centrarse en excavar lo mínimo. “Quiero contar algo que no me resulta tan extraño ni asombroso como sugestivo”, anticipa en el primer relato, “Patios internos”. La frase se vuelve un principio fundamental en una estrategia que procura siempre sumergirse en las obsesiones, las recurrencias, los detalles para revelar otra mirada.
Al igual que en su novela Luto, el conurbano tiene en el conjunto de Cassette virgen una presencia fuerte. Así y todo las frases delimitan la geografía de un espacio imaginado a la distancia, al que la escritura regresa, sin exceso de emoción, pero sí con la firme impresión de llevarlo aún tatuado en el recuerdo.
Cassette virgen
Por Edgardo Scott
Emecé
204 páginas
$ 1630