Reseña: La gota en la piedra, de Mercedes Álvarez
Una mujer intenta recuperarse después de que le amputan la mano izquierda. A los pocos días de volver del hospital su marido la abandona: no puede “soportar la falta”. La pérdida, por supuesto, es el eje de La gota en la piedra, de Mercedes Álvarez (Tandil, 1979), libro que se organiza alrededor de varias voces para retratar el vacío que deja el horror.
Sofía abre el relato con la suya, reflexiva y desapegada. Sueña que le crece una flor del reciente muñón, visita a su mamá, se encuentra en el parque con un chico que le muestra un dibujo escatológico, convive con un empresario y tiene sexo con su médico, aunque no puede mirarlo a los ojos. Y todo lo hace porque sí: las escenas se suceden sin que ningún motivo justifique la exposición cruda del cuerpo y del dolor.
Le sigue el relato del amante empresario, Pietro Saldívar. Un personaje soso, rico y pelele, que no tiene mayor sentido en la trama. La tercera voz tiene, en cambio, un fin claro: mostrar que hay un infierno peor que perder una mano. Birkin, el cirujano que opera a Sofía y se vuelve su amante, narra su vida antes de conocerla. Él amó y fue feliz con su primera mujer, que murió de golpe. Huyó a África para hacer servicio humanitario, y por supuesto, en Sierra Leona vio la verdadera cara del horror, que le quedó impresa para siempre.
La gota en la piedra busca así un sesgo existencialista al estilo de El extranjero, pero naufraga en un lenguaje que no alcanza a sostener una trama demasiado escasa.
La gota en la piedra
Por Mercedes Álvarez
Mardulce
113 páginas. $700