Reseña: Los procesos de Oscar Wilde
La figura de Oscar Wilde (1854-1900) tiene un aura tan potente que –a más de un siglo de su muerte– puede confundirse con la de un personaje ficticio. A tal punto todo en él estaba impregnado de literatura. Por supuesto, su apogeo y caída, la condena surgida de su enfrentamiento con el marqués de Queensberry, el padre de lord Alfred Douglas, fue bien cruel y real. La condena por indecencia y sodomía, la cárcel, los trabajos forzados, la muerte miserable en un hotel parisiense conforman un destino trágico que, desde el presente, roza lo absurdo y fatal.
Los procesos de Oscar Wilde reúne la transcripción del juicio (en realidad, los tres juicios) en que el dramaturgo exquisito y exitoso, siempre con una respuesta mordaz a mano, sufrió la degradación pública que le endilgó la era victoriana que, además de homofóbica, no le perdonaba la altanería de las respuestas. “Yo soy el demandante en este proceso”, dice al comienzo Wilde. Y era cierto: él llevó a los tribunales, en un error garrafal, al Marqués de Queensberry.
Por supuesto, esta reproducción se lee como una puesta teatral –la versión es la clásica de Ulyses Petit de Murat–: se suceden los testigos, los alegatos, los jueces y fiscales. Se conoce el final, claro, pero no los matices. Y aunque se trate de una ordalía, y desespera atestiguar cómo Wilde se dirige a la trampa, no deja de emocionar la petulancia con que defiende su punto. ¿Lo considera decente?, le pregunta el último juez tras leerle el párrafo subido de tono que el escritor le dirigió en una carta a Douglas. “Fue una tentativa –responde Wilde– de escribir un poema en prosa usando una hermosa fraseología”.
Los procesos de Oscar Wilde
Por Oscar Wilde
Lumen. Trad.: Ulyses Petit de Murat
378 págs./$2599