Reseña: Mundos etéreos, de Tatiana Tolstáia
Portadora de un linaje que le contagia su aura, pero que asimismo le habrá regalado mil y un fantasmas, Tatiana Tolstáia (San Petersburgo, 1951) es nieta del novelista Alekséi Nikoláievich Tolstói y –antes que nada– sobrina nieta de Lev Tolstói. Hasta qué punto, cabe preguntarse, parte de la ligereza o luminosidad –no exenta de melancolía– que transmiten sus relatos no deviene de una intención más o menos programática, más o menos consciente, de liberar su literatura de ese peso indecible.
Las narraciones reunidas en Mundos etéreos se ajustan, más que a las proporciones usuales de la ficción, al modelo incierto de la crónica, un tipo de crónica personal, e incluso íntima. Todas ellas están escritas en primera persona, y todas parten de un yo automático, en cierto modo testimonial. A través de él, y de puntos de partida a veces ínfimos, el paso del tiempo pareciera ser el núcleo subyacente que hermana todas las experiencias: un plato cuya composición y rituales la espantan desde la infancia, un amorío tan inevitable como absurdo, una casa y un trabajo que atomizan su adecuación a la vida en Estados Unidos, o el puñado de episodios en los que dialoga con el recuerdo de su padre, quizá los mejores del libro.
Acaso la bellísima introducción de Juan Forn, en la que reversiona en parte uno de esos relatos, sea –y resulta paradójico– la culpable de que el volumen no termine de cumplir con las expectativas que genera. No solo por los elogios que Forn le dedica a Tolstáia, sino porque la mirada de la autora rusa solo muy ocasionalmente está a su altura.
Mundos etéreos
Por Tatiana Tolstáia
Tusquets. Trad.: Alejandro Ariel González
266 págs., $ 2270