Reseña: Niño quemado, de Stig Dagerman
Además de las polémicas de cada año, el Premio Nobel de Literatura tiene un problema extra a la hora de apuntar a la propia Suecia: ¿cómo galardonar a los suyos sin sospechas de favoritismo? En el caso de Stig Dagerman (1923-1954), que se lo hubiera merecido sin levantar objeciones con el correr de los años , no hubo ese dilema: el escritor se quitó la vida demasiado pronto.
Sus treintaiún años sobre la tierra le bastaron para dejar cuatro novelas, cuentos largos y piezas de teatro, además de artículos y poemas. Influido por los grandes narradores estadounidenses, la angustia que domina la obra de Dagerman es la de la posguerra, aunque en clave descarnada y metafísica: La serpiente (1945) refleja sus orígenes proletarios y sus convicciones anarquistas, y La isla de los condenados (1946) cuenta de siete náufragos que temen su destino en un paisaje desolado.
Faltaba Niño quemado (1948) para completar el damero narrativo de este autor que fue comparado con Kafka y Albert Camus. “A las dos enterrarán a una mujer casada”: la primera línea de la novela recuerda, de hecho, a El extranjero. Dagerman escribió el libro en seis febriles semanas, y su opacidad realista, su aparente simplicidad, va mucho más allá de su ambiente obrero. El veinteañero y torturado Bengt descubre, cuando muere su madre, que el padre tiene una amante. ¿Cuáles son los caminos para que el desprecio y la promesa de venganza se transformen en celos y pasión mientras la mujer sigue siendo poco menos que un fantasma? La rabia de Bengt es, con sequedad más moderna, la de un gran Dostoievski tardío.
Niño quemado
Por Stig Dagerman
Nórdica. Trad.: Neila García
290 páginas, $ 3650