Una elegía sobre las formas que adopta la pesadilla americana
El estreno de una película basada en “Ruido de fondo”, novela de Don DeLillo, recuerda cuánto del presente estaba anunciado en el pasado
El estreno, al filo de 2022, de la nueva película del estadounidense Noah Baumbach (en salas de cines primero; en Netflix un día después) representa un acontecimiento para los admiradores de la obra del escritor Don DeLillo (Nueva York, 1936). Baumbach escribió el guión y dirigió Ruido de fondo, la octava novela del escritor, que en 1985 obtuvo el National Book Award y un amplio reconocimiento público. Jack Gladney, el protagonista y narrador, es un profesor neoyorquino que da clases en una pequeña universidad del Medio Oeste, en Blacksmith, donde sus colegas solo leen “los envases de cereales para el desayuno”; vive con su esposa Babette, “de alocada pelambrera rubia”, y sus cuatro hijos (de distintos matrimonios). Si bien aún asiste a cursos de alemán, Gladney se ha especializado en estudios sobre Hitler y compite en argumentaciones con su colega Murray Jay Siskind, especialista en Elvis Presley. Las políticas de exterminio (promovidas por líderes totalitarios, fanáticos religiosos, presuntos demócratas o terroristas) y la cultura del entretenimiento son figuras intercambiables en los arcos narrativos de DeLillo. “Hitler me proporcionó algo en lo que convertirme y hacia lo que desarrollarme, por mucho que mis esfuerzos al respecto hayan pecado de tímidos”, reflexiona Gladney. Un cáustico humor negro, que suele expresarse en tono casi solemne, es otro de los atributos de la obra de DeLillo. “La escritura es una forma concentrada de pensamiento –declaró el autor en una entrevista–. No sé lo que pienso sobre ciertos temas, incluso hoy, hasta que me siento y trato de escribir sobre ellos”.
En la película de Baumbach, un Adam Driver barrigón interpreta al profesor mientras que Greta Gerwig es Babette, la esposa que desde el inicio consume píldoras en secreto y se preocupa por el menor de la familia, el silencioso e inocente Wilder. Los niños de la familia ensamblada cumplen un rol crucial en la novela y también en la película. Denise (Raffey Cassidy) da la voz de alerta sobre el consumo de fármacos de Babette y Heinrich (“evasivo y malhumorado, aunque en otras ocasiones resulta desconcertantemente obediente”) es quien anuncia la catástrofe que acelera la acción: el choque entre un tren y un camión cisterna que transporta residuos peligrosos (Niodeno-D) provoca una nube tóxica de la que se sabe muy poco. Atentos a la desconcertante información de radios y canales de televisión, los habitantes de Blacksmith son evacuados de una forma tan caótica que recuerda las primeras medidas de los gobiernos al inicio de la pandemia. Muchos personajes se protegen con barbijos y temen que la exposición a la nube los condene a muerte. DeLillo adjudica un síntoma particular para los apestados: el déjà vu. “Estamos contemplando el futuro pero ignoramos cómo procesar la experiencia –le explica Murray a Jack–. En consecuencia, la mantenemos oculta hasta que la precognición se convierte en realidad, hasta que nos enfrentamos al acontecimiento real. Solo entonces somos libres de recordarlo, de experimentarlo como algo familiar”.
Además de la sátira social, se advierte en Ruido de fondo una elegía sobre las formas que adopta la pesadilla estadounidense en diferentes escalas, de la política y la ciencia como aliadas del poder bélico hasta la universidad y la familia en sus respectivos grados de alienación. “El misterio americano resulta cada vez más profundo”, reflexiona el narrador. La novela (y consecuentemente, la película) vira luego al thriller conspirativo, tras la pista del Dylar, la droga que consume Babette para ahuyentar el miedo a la muerte. La paranoia sobrevuela –por no decir que guía– la mayoría de las novelas del autor. En la oscura Cosmópolis (de 2003 y que fue llevada al cine por David Cronenberg en 2012), se presenta la deriva urbana de un joven financista multimillonario por Manhattan, en medio de protestas anticapitalistas.
Por varios años, DeLillo fue un escritor de culto y hoy ocupa un lugar central en el canon de las letras estadounidenses. Autores como Paul Auster, John Updike, Bret Easton Ellis, Jonathan Franzen y David Foster Wallace lo consideran un referente indiscutido del arte de la novela. Luego de advertir que DeLillo no es un escritor emotivo, su colega Lorrie Moore, en una reseña de Mao II (novela de 1991), sostiene: “Ninguna prosa es mejor que la de DeLillo”. Baumbach, que adaptó Ruido de fondo, parece darle la razón y reproduce de manera textual varias formulaciones “teóricas” de la novela (“En las ciudades nadie presta una atención específica a la muerte” y “En este mundo, hay dos clases de personas: los que matan y los que mueren”) que, como en un déjà vu, siguen madurando su efecto aún después del apoteósico final al ritmo de una canción de LCD Soundsystem.