No lo dudó ni un instante. En cuanto terminó de escuchar aquella voz que le daba seguridad, apoyó el celular sobre la cama, miró a su hijo con la ternura que solo una madre puede reconocer y sacó la valija del placard. No quería llevar mucho, tampoco necesitaba tanto. Lo más importante era que, finalmente y después de tantos años, estaba a punto de dar vuelta la página y comenzar un nuevo capítulo en su vida.
Criada en la ciudad de Trenque Lauquen, cabecera del partido homónimo, en la provincia de Buenos Aires, Jésica (33) estaba convencida de que el amor era algo que no le había tocado en suerte en la vida. Una serie de relaciones tóxicas durante su adolescencia habían frustrado sus ganas de formar pareja, hasta que lo conoció a él y se dejó llevar por sus encantos. Enamorada de aquel hombre que le prometía un futuro distinto, Jésica aceptó la propuesta de casamiento y se abrió a la aventura. "Pensé que ese iba a ser el comienzo de una vida feliz. Pero no fue así. Después de dos años de casados y de perdonar infidelidades, sentí que ya no iba a poder tolerar más el maltrato".
Los primeros meses marcharon sin mayores sobresaltos. Hasta que Jésica quedó embarazada y, poco a poco, todo comenzó a derrumbarse. "Fue algo que no esperaba pero la noticia me llenó de alegría. Saber que un bebé estaba creciendo en mi interior fue algo instintivo, ni siquiera lo había confirmado con un test de embarazo". Simplemente lo presentía.
- Te felicito. ¿Era lo que buscabas no?, le dijo él en tono de amenaza.
Jésica guardó silencio y tragó el malestar. "Seguramente tenía un mal día", pensó ella. Pero cuando el bebé estuvo en sus brazos, las cosas empeoraron. Y, mientras transitaba el puerperio, descubrió que su marido intercambiaba mensajes con una compañera de trabajo. Hizo la vista gorda. No podía enfrentar la situación en ese momento de su vida. El bebé creció, pasó el tiempo pero nada mejoraba. "Para ese entonces llevábamos dos años y tres meses de casados. Yo estaba terminando el último año de la escuela secundaria en la modalidad nocturna. Hacía un gran sacrificio para llevar mi familia adelante. Trabajaba desde las siete de la mañana hasta el mediodía. Volvía a casa, me ocupaba de mi hijo y de la limpieza, hacía la tarea del colegio y salía para la escuela".
Hasta que un día, nuevamente guiada por el instinto, Jésica sintió que había llegado el momento de poner fin a su malestar. Revisó el celular de su marido y allí encontró la confirmación de su sospecha. Mientras ella estaba fuera de casa estudiando o trabajando, él la engañaba con una vecina del barrio. "Ahí fue cuando dije basta, me separé y me quedé sola con mi hijo".
Heridas del pasado
La separación la llevó a reflexionar sobre otras cuestiones que la preocupaban. Y buscó ayuda profesional. Desde que su hijo había nacido, sentía un miedo paralizante cuando pensaba que alguien podía lastimarlo. "Después de varias sesiones lo recordé. Y pude hilar más fino. De hecho, yo había tenido sueños al respecto pero, con mucho dolor, la terapia me ayudó a poner en palabras que yo había sido abusada por el papá de mi madrina cuando todavía era una niña. Eso pasaba cuando mi papá estaba de viaje. No sé si mi mamá se daba cuenta o no le importaba, yo solo me sentía segura cuando mi papá estaba en casa".
Fueron meses de profunda revisión interna, de sanar heridas e intentar un nuevo comienzo. ¿Sería posible para ella tener una vida lejos de los abusos y el maltrato? Con la muerte de su padre y la revelación de lo que había ocurrido en su infancia, se había alejado de su madre y hermano. Estaba literalmente sola con su hijo.
Fue entonces que recibió un mensaje de Claudio (42), aquel chico que había conocido en la infancia y que siempre la había tratado con mucho respeto y consideración. Se había enterado de la muerte de su papá y le hacía llegar sus condolencias. La charla continuó por un par de días hasta que él le confesó que siempre la había querido, pero que se había dado por vencido cuando Jésica contrajo matrimonio.
Claudio estaba solo hacía ya mucho tiempo y se animó a intentar una vida junto al amor de su infancia. Aunque tenía un trabajo estable en Buenos Aires, durante esos meses se había instalado en Trenque Lauquen para pasar la fiestas con su familia y visitar amigos. Todo ocurrió muy rápido entre ellos, pero se sentían cómodos y confiados. "Hasta que llegó el día en que él tuvo que regresar a Buenos Aires. Me dolió, lo extrañaba, pero nos mantuvimos en contacto. Finalmente, después de algunas semanas, él me confesó que no se había animado a pedirme que me fuera con él por miedo al rechazo".
- ¿Querés venir a vivir conmigo? Ya mismo te saco un pasaje, le dijo él.
Jésica colgó el teléfono y lo apoyó sobre la cama. Respiró profundo. Miró a su hijo y armó un bolso. En ese mismo instante, un nuevo capítulo de su vida comenzaba. Hoy vive en Buenos Aires con Claudio y formaron una familia como siempre había soñado.
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