Ella tenía un negocio de diseño y coordinaba eventos y, por un contacto en común, terminaron compartiendo un trabajo. Emprendedora, aguerrida, destilaba orgullo y ganas de hacer; lo demostraba desde la delicadeza de sus rasgos hasta sus manos fuertes, así como desde sus convicciones.
Hablaron por teléfono y cruzaron mails para resolver los temas que iban surgiendo, hasta el día de aquel evento en el que finalmente se conocieron. "Pude entonces vivir eso del flechazo del que tanto hablan, porque me quedó grabado ese instante de aquel 22 de enero en el que nos miramos a los ojos por primera vez. Sabría poco después que a ella le había pasado lo mismo. La sensación de verse y encontrarse en la mirada del otro, sin nada, nada más", recuerda Martín.
Los matrimonios de ambos atravesaban momentos duros y encontraron en esa mirada el brillo que les estaba faltando. Los separaban 1000 kilómetros y, terminado el evento, empezaron a escribirse cualquier día, a cualquier hora, con cualquier excusa, hasta que ella le avisó que viajaría a Buenos Aires y que le encantaría compartir "aunque sea un café en aeroparque" con él.
Lo que empezó como un café se les fue de las manos y devino cita en un hotel perdido en Palermo, encuentro de casi desconocidos dispuestos a enlazar sus historias y que se extendió algunos días más. "Y a partir de allí empezamos a intercambiar mensajes interminables, charlas, imágenes - a ella le encantaban las frases y textos breves- chats y llamados y planear más visitas y nuevos encuentros cada vez que nuestros hijos y nuestras posibilidades de viajar nos lo permitían; tanto en su ciudad como en la mía", confiesa Martín.
La magia parecía inagotable
Conectaron. Mucho y fuerte. Compartieron canciones, palabras, silencios, lágrimas y hasta un tatuaje en común. Sufrieron el vacío de necesitar un abrazo, que apenas podía resolverse en el próximo viaje, a veces sin fecha cierta. En ese camino lograron encontrar la manera de concretar algo elaborado para, finalmente, disfrutar un poco más de ese tiempo juntos que se les negaba. "Abrir paso para hacernos de un puñado de días para recorrernos; celebrarnos. Y once meses después de nuestro primer encuentro embarcábamos hacia unas playas en Brasil, lejos de todo y todos con la esperanza de ser únicamente nosotros, quizás por primera vez. La magia parecía inagotable y, vencidos algunos obstáculos, ya nada parecía imposible", revela.
Ella solía decir que las cosas suceden por alguna razón, y en ese viaje, todo lo que podría haber sido no fue. Malentendidos y desaciertos se fueron apilando casi sin darse cuenta, sin poder explicarlo. En la breve convivencia de aquellas vacaciones surgieron desencuentros, en principio simpáticos, que con los días fueron creciendo. Como la de compartir una habitación con el aire acondicionado devenido campo de "tensión"; la elección de la ropa adecuada para una salida o la mejor hora para compartir un desayuno o una cena, y de éstas últimas, el lugar de preferencia entre todos los posibles y el mejor modo de comunicarse con los hijos de cada uno, por primera vez lejos de sus vidas.
"Y acá cuentan también las expectativas. lanzarse a un viaje sin pensar mucho en el después, sin tener en claro que es un terreno de exploración del tiempo compartido, mientras buscaba imaginar, tal vez de manera bastante idealizada, las rutas posibles para sostener una relación que se iría dificultando conforme pasara el tiempo. Era un tema de enfrentar situaciones que en el momento duelen y, si no se hablan, luego intoxican", afirma, "Nuestro amor quedo allí, junto a las cintas de colores en las que se dejan deseos a la espera de ser cumplidos, cerca de la iglesia de Arraial de Ajuda. Porque regresamos a Buenos Aires y ya no pudimos, supimos o quisimos ser los de antes", continúa conmovido.
El último café
A Martín siempre le quedó la impresión de que tal vez ella había decidido volver sola, dejando sus promesas de amor anudadas junto a aquellas cintas. Y a poco de regresar, un 21 de enero, compartieron en el más triste de los silencios un café. Martín guardó bastante tiempo aquel ticket en el que escribió a mano: "¿el último café?", sin suponer jamás que esa sentencia sería definitiva.
Se conectaron por whatsapp alguna que otra vez; se pidieron perdón por lo que no pudo ser y se agradecieron por haberlo intentado y haberse ayudado en los difíciles momentos que pasaron. Se acompañaron a la distancia y él le envió algún libro de esos ilustrados que tanto le gustaban.
"Pero jamás pudimos volver a vernos. La sufrí, la extrañé y quizás la extraño aún, porque después de todo, si, la amé. Y algún tiempo después, mi último y más grande acto de amor fue renunciar a ella al descubrir que aquel amor ya no encontraba forma de ser correspondido", dice Martín, por lo bajo.
"A la distancia -en el tiempo y los kilómetros- me queda claro que nos ayudamos. Que los rencores y el dolor quedan atrás y sobreviven los recuerdos de los mejores momentos y los sentimientos compartidos, cuando han sido sinceros. Seguro nos quisimos, aunque saliendo de momentos difíciles en nuestras vidas nos faltó el tiempo necesario solos, como para entender mejor qué buscaba cada uno, y qué pasos necesitaba dar para ponerse frente a un nuevo amor. Pero claro, es fácil decirlo…..porque muchas veces estas cosas simplemente suceden. Y ahora que los años no dejan de correr y sabiendo que siempre la llevaré conmigo, llega un nuevo enero con el recuerdo siempre presente de aquella primera mirada y de aquel ultimo café", concluye.
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