A la caza de Pokémon por Puerto Madero
Una cronista participó, junto con expertos en el juego de una extraña excursión al aire libre para atrapar estos mostruitos
Mi WhatsApp marca las 9.31 pm del sábado cuando mando el siguiente mensaje a un amigo de una amiga; sólo sé su nombre, que estudia tercer año de Medicina y que es una de las millones de personas en el mundo que, diariamente, usan la app del momento: "¡Hola Rodrigo! Quiero ir a una cacería de Pokémon y me contaron que vos solés salir con amigos. ¿Mañana hay alguna organizada?" Recibo su respuesta a las 9.42 pm: "Nos vemos a las 5 de la tarde en el Puente de la Mujer. Y de ahí vamos al tumulto. Voy a estar con una remera que dice Sheldon Cooper President. Por si llega a haber una corrida (por algún prehistórico), ponete zapatillas."
Este breve intercambio me da la pauta de que, quizás, esto del Pokémon Go no sea para mí. Para empezar, porque las palabras "tumulto" y "corrida" no describen un escenario que me emocione demasiado. Eso sí, la mención de un "prehistórico" no me asusta: sé que se refiere a una categoría de monstruitos muy difícil de atrapar -uno de ellos fue el que generó la famosa "estampida" humana en Central Park-.
Admito que tengo mucha curiosidad por vivir esta experiencia. ¿Cómo no tenerla? Desde que se lanzó el 6 de julio pasado, el juego de realidad aumentada viene protagonizando una invasión mundial arrolladora. Y, a cada paso, genera primicias: el récord de descargas histórico que superó a Twitter, Facebook y Tinder; el renacimiento meteórico de las acciones de Nintendo; la astuta estrategia de locales de comida que, comprando cebos para atraer a Pikachu y sus amigos, lograron subir hasta un 300% sus ventas... En estos días, todo lo relacionado con Pokémon Go se vuelve multimillonario o viral.
Llego justo a tiempo al punto de encuentro en Puerto Madero. Rodrigo me espera junto a sus amigos Emmanuel, otro estudiante de Medicina, y Gonzalo, que ya pasó la barrera de los treinta y es profesor en un colegio. Es, además, experto vitalicio en el mundo Pokémon: sabe todo sobre la historia de la serie, los manga (cómics japoneses), los juegos de cartas, las películas y jugó cada uno de los videojuegos anteriores de la saga, que hasta ahora eran para consolas Nintendo. "Lo revolucionario de Pokémon Go es que por primera vez logró, de manera masiva, sacarnos a los nerds del cuarto, del encierro, y salir a caminar por toda la ciudad", me explica sonriente, celular en mano y cargador portátil en el bolsillo del buzo porque "la aplicación te come la batería al toque". Es, sin dudas, un experto: en los cinco minutos que tarda en explicarme las reglas básicas del juego, logró cazar 30 Pokémon, y yo ni me percaté que estaba mirando la pantalla.
"Bueno, ¿empezamos?", me invita Rodrigo, y hago click en el icono de la app que, previsora, me bajé una noche antes. Se abre entonces una especie de mapa multicolor de Google, pero con la diferencia de que acá y allá aparecen unas estructuras extrañas: cuadrados azules que flotan y están recubiertos por una lluvia interminable de pétalos rosas, o plataformas de impronta cuasi ovni con símbolos de flechas y pajarracos que vuelan sobre ellas. Los cuadrados, me explican los chicos, son las poképaradas, en donde puedo conseguir pokébolas para atrapar a los Pokémon. La plaza Reina de Holanda, a un lado del Puente de la Mujer, tiene tres poképaradas; por eso, es un álgido epicentro de pokéfans. Hacia allá caminamos, y lo que veo es increíble: son al menos 300 o 400 personas sentadas en el pasto, todas con el celular en la mano. Hay quienes trajeron mate y galletitas, pero no hay lo que se dice una atmósfera de picnic.
Cada uno está en la suya y, al mismo tiempo, conforman entre todos una gran comunidad. En su mayoría, son grupos de chicos de secundaria o universitarios; en muchos de ellos predominan el negro y el cuero en la vestimenta, y la tintura de colores flúo en la cabeza. Pero también veo padres con hijos, parejas adultas y hasta chicas pertenecientes a esa particular tribu de "cosplayers" -imposible no reconocerlas con sus polleras infladas estampadas con unicornios y estrellas, sus medias largas rayadas o a lunares, sus cabelleras largas de bucles perfectos, sus tacones de hebillas y moños aniñados-. Mientras que los más grandes las miran estupefactos, los más chicos lo hacen con expresión dudosa: "¿Son o no son princesas Disney?". A pocos metros, un hombre con disfraz de tigre (¿Tony de Kellogs? ¿Tigger de Winnie the Pooh?) baila y gesticula, pero nadie le presta atención.
"¡Pikachu en el agua!", advierte un grito anónimo. Acto seguido, nos unimos a los que ya apuntan su celular al dique. ¡Ahí está! Tal como me indica Emmanuel, uso mi dedo índice para disparar una pokébola y logro capturarlo. Cuando la app me felicita por mi desempeño, siento un leve cosquilleo que, si tuviera que definir en una palabra, diría que es satisfacción. Me acuerdo entonces de la teoría de la "gamificación", que sostiene que cualquier juego que te ofrece una recompensa le está dando al cerebro una dosis instantánea de dopamina, la "droga" legal y natural de la felicidad. Pero otros todavía no alcanzaron el éxtasis. "Se me escapa y me muero", escucho que le dice un nene a su papá.
El juego es mucho más complejo de lo que pensaba. Hay distintas formas de tirar una pokébola (hasta una que sale curva, como en el béisbol), hay huevos de Pokémon que tengo que incubar y que sólo se abren después de cumplir un determinado kilometraje de caminata, hay "gimnasios" en donde mis criaturas pueden entrenar y fortalecerse. Hay, también, todo tipo de misteriosas insignias que puedo ir ganando ("cazabichos", "nadador", "karateka", "científico"), y la teoría general es que, en una futura actualización del juego, serán casi más importantes que la cantidad de monstruos que uno haya capturado.
Con un ojo siempre en la pantalla, los chicos me siguen contando detalles, curiosidades, trucos y vericuetos de la app. Como, por ejemplo, el hecho de que los usuarios pueden denunciar una poképarada peligrosa (como lo sería una intersección de dos avenidas muy transitadas) o inadecuada (como fue el caso de la que estaba en el ex campo de concentración de Auschwitz).
Desplazamiento físico e interacción social. Esos son, una y otra vez, los dos puntos fuertes y novedosos que destacan mis guías. Para mi sorpresa, el hecho de que se pueda experimentar con la realidad aumentada no es algo que destaquen demasiado: prefieren jugar con esa modalidad apagada, porque consume demasiada batería. Cuando Rodrigo logra pasar al nivel 14, su grito de felicidad es acompañado por miradas cómplices y divertidas de los que nos rodean, hasta que unos skaters pasan a toda velocidad, advirtiendo: "¡Permiso, pokelocos!".
Dos horas después, damos por terminada la aventura, pero justo vemos a dos hombres correr a toda velocidad. En un nanosegundo, los chicos chequean sus celulares y ven la señal inequívoca de ¡un Gyarados! Se trata de uno de los monstruos más difíciles de cazar, y me miran con cara de pedir permiso. "¡Dale, corramos!", los animo, casi más emocionada que ellos. "¡Allá, está abajo de la grúa amarilla, dale que lo van a perder!", nos grita un grupo. Somos como treinta personas corriendo, hasta que por fin encontramos a esta especie de dragón acuático con alas. Hay todo tipo de festejos ("¡Lo agarré con una pokébola normal, no lo puedo creer!", "¡La voy a llamar a mi mamá!") pero, también, desconsuelos tragicómicos ("¡Pero la rep? no llego, tengo 5% de batería!"). Yo, con la respiración todavía entrecortada y el corazón latiendo a mil por hora, me río como una nena.
Mina de oro online
Desde que se lanzó, Pokémon Go tuvo unas 100 millones de descargas en el mundo. Se calcula que el 75% de los jugadores tienen entre 18 y 34 años. Con picos de 23 millones de usuarios conectados al mismo tiempo sólo en los EE.UU. genera ingresos de US$ 10.000 por minuto.