A solas con Carlotto
Estela Barnes de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, recibió a LNR en su casa e hizo lo que pocas veces –o nunca– hace: hablar de sus padres, de su infancia, de sus sueños como esposa y madre, y de su lucha, renovada a partir de fenómenos como el éxito de Montecristo
Sólo una vez se enojó con Dios.
–Fue cuando mataron a Laura. Yo le había rogado tanto, le hice promesas, hice todo lo que como católica me enseñaron. El día que me entregaron el cuerpo de mi hija, abdiqué. Pero después pensé que no había sido Dios, sino el hombre el que la mató.
Estela Barnes de Carlotto pone la pava al fuego. Una radio portátil cuelga en la pared y su teléfono suena a cada instante. Sobre la mesa de la cocina hay un plato tapado con una servilleta blanca de papel que ella descubre con ese entusiasmo típicamente maternal: –Son masitas, chicos. Coman, coman. ¿Todos toman mate o alguno quiere café?
Tiene edad y porte de abuela. Y si no fuera quien es uno diría que está perfecto imaginarla a la cabeza de cualquier reunión familiar, sentada entre hijos y nietos, debatiendo con cada uno acerca de las cuestiones de la vida.
Pero a ella le tocó otra cosa.
No precisamente renunciar a su condición de madre y de abuela, sino potenciar esos atributos al máximo, cobijando bajo un ala que la historia vuelve cada vez más grande a miles de hijos y de nietos, protagonistas reales (o simbólicos) de cualquier intento de construir identidad, memoria.
Carlotto no se queja por el reparto de piezas. Dice –contra lo que podría esperarse– que está agradecida. Porque el asesinato de su hija mayor Laura Estela, y la búsqueda de su nieto Guido –el bebe que Laura tuvo durante su cautiverio y que todavía no pudo encontrar– transformaron su apacible vida de docente, esposa y madre en un escenario totalmente inesperado, donde ella no encontró lugar para las medias tintas, pero tampoco para el odio o el rencor.
–Yo agradezco a la vida –dice–. Porque ¿cuántas cosas yo no sabía, cuánta gente maravillosa yo no conocía, y cuántas cosas pude hacer que no estaban en mis planes después de lo que pasó. Yo era bien aburguesada, pensaba tener mi vejez con mis nietos, seguir en esa cosa chata. Por eso, cuando me hablan de odio y rencor, yo digo: "No conozco esos sentimientos, nunca, nunca los tuve".
La casa es sencilla, sencillísima: una pequeña entrada con jardín, y un pino que ella y su marido plantaron en 1980, cuando se mudaron aquí. Sobre las paredes hay muchos cuadros y condecoraciones. Un enorme crucifijo cuida el sueño de Estela sobre la cama matrimonial. Su marido, Guido, falleció hace 5 años. Era diabético y tenía Parkinson. La puerta de la otra habitación de la casa está prácticamente cerrada, pero en el ir y venir de las cronistas y el fotógrafo por el pequeño living esa puerta se abre unos centímetros más y deja ver qué hay adentro: cientos de papeles y carpetas ("son de mi hijo Remo, que deja todo acá", explica Estela sonriendo) y al fondo, dominando una de las paredes, una foto de Laura, esas típicas fotos carnet en blanco y negro, ampliadas hasta lo imposible, quizá del documento o de la Facultad. ¿18, 20 años? Seguramente: no llegó a tener muchos más.
Desde la cocina, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo dice que sí, que ha hecho una excepción al recibir a LNR en su casa del barrio Tolosa, en La Plata.
"Vienen muy pocos periodistas para acá, y los que lo hacen generalmente son platenses", explica esta mujer que acaba de cumplir 76 años y siempre está elegante, bien peinada y maquillada, y dispuesta a desanudar ahora el camino de la vida y remontarse en los recuerdos de su infancia.
–El apellido Barnes es inglés. Nunca me explicaron bien si siempre fue Barnes, o si con las invasiones inglesas vinieron los Warnes y transformaron la W en B. Porque a los ingleses, ¿quién los quería? Mi mamá tenía directamente sangre inglesa de padre y de madre. Ella era de apellido materno D’Alkaine y el papá, Wauer. Le decíamos May.
–¿Qué hacía su papá?
–En una época era jefe de Correos. Vivíamos en La Pampa, en un pueblito muy chiquito, Villa Sauce, cerca de General Villegas y de Santa Rosa. Mamá era diseñadora de modas ,pero en esa época las mujeres no trabajaban, así que se dedicó a los hijos, a la casa. Fuimos tres hermanos, un varón dos años mayor, yo en el medio y el menor, 7 años más chico. Yo era la mimada de mi papá, la única mujer.
–¿Cómo la llamaba él?
–Ay, qué vergüenza. A mí el nombre que me puso todo un pueblo, Villa Sauce. Viste que en esos pueblitos las autoridades eran el comisario, el Jefe de Correos, el jefe de estación. No había médicos, no había iglesias, eran pueblitos miserables. Todas las tardes mi mamá nos vestía a mi hermano y a mí. Nos sentábamos en la vereda a tomar fresco con un perro enorme ovejero alemán, Jack. "Adiós señora, adiós señora, qué dicen los ñatitos, cómo están los ñatitos", decían los vecinos. A mi hermano le quedó Ñato y a mí, Ñata.
–¿Y ahora también la llaman Ñata?
–Todos en mi familia me llaman Ñata. Mi marido, que falleció hace 5 años, cuando me llamaban de la tele me decía: "Vení Ñata, te llama Mirtha Legrand". Yo me enojaba, le decía: "Shhhhh, callate", me daba vergüenza. Pero él no podía decirme Estela.
–Usted está siempre elegante. ¿La coquetería la heredó de su mamá?
–Puede ser, o es una condición natural, porque a veces de mamás muy prolijitas salen hijas muy desarregladas. Mamá me hacía la ropita, los vestiditos, hasta los guardapolvos de piqué con franjas de bordados. Cuando yo empecé a crecer y a ser preadolescente, ya decía: "Me tira acá", o "Me queda mal acá". Era muy flaca. Entonces mi mamá me dijo: "Te voy a comprar telas baratas, y cosete vos".
–¿Y se animó a coser?
–Claro, me empecé a hacer mis primeros vestidos y como era tan flaca me hacía un cuello redondo, fruncido, recto; no tenía nada de busto y con un buen cinturón me acomodaba para que me formara caderita. Después seguí cosiendo con los moldes Burda, que son regios. Me gustaba coser, a mis hijas les hice tapados, trajecitos.
–Si hoy tuviera 20 y tantos, y no le gustara ser tan delgadita, seguramente sería una gran candidata a la cirugía...
–Mirá, yo tomo remedios para la presión porque sé que es necesario, pero para todos los dolores propios de la edad, reuma, artritis, todas esas cosas que tenemos las viejas, tomo una aspirina. Soy reacia al médico, y me imagino que con las operaciones sería reacia también si fuera joven, aunque tendría también otra mentalidad. Yo no condeno las cirugías, siempre que no se exagere y que una persona con un rostro se transforme en otro. Pero eso de que sean todas Barbies… se levantan esto, se bajan aquello... Eso no me gustaría. Pero para mejorar la figura en el tema busto –que era mi problema– lo más probable era que me hubiese hecho algo.
–¿Estaba acomplejada?
–Y, sí. Para colmo yo fui joven en la época de las gorditas rellenitas, los dibujos de Divito, la cinturita, la colita, el busto, el pelo, mucho cabello. Ay, chicas, miren de qué estamos hablando...
–¿Está mal que una mujer hable de eso?
–No, para nada. Si lo digo es porque lo puedo decir. Al final, soy alguien normal. A mí la gente me toca, me endiosa, y yo digo: "Soy normal". Si me tocan el timbre el fin de semana, no salgo porque estoy en batón y no me pinto y no estoy arreglada, entonces no salgo. Aprovecho para hacer las cosas de la casa, regar las plantas... De todos modos, creo que el darles importancia a esas cosas físicas es un poco trivial. Porque el amor, si vamos a llegar a eso, el que un hombre te ame no está en tener ni mucho ni poco, está en lo que llevás adentro.
–¿A usted la amaron mucho?
–Yo fui muy amada y amé. A Guido, mi marido, lo sigo amando. Si sueño, sueño con él.
–¿Fue el único hombre en su vida?
–El único, y lo amé locamente. Mi primer y único novio.
–¿Cómo fue el matrimonio?
–El hombre es más de salir y la mujer más casera; en la época mía, con más razón, esas diferencias se plasmaban en noviazgos largos con separaciones temporarias y después nos arreglábamos. Era común en esa época. Yo siempre fui fiel, él vivió un poco más que yo, hasta que nos casamos.
–¿En qué giraba su mundo?
–Mi mundo era la escuela, yo era docente por vocación. Me jubilé por obligación, porque la dictadura me obligó a hacer lo que estoy haciendo. Mi marido tenía un pequeño negocio, una fábrica de pinturas, primero en Avellaneda y luego acá, en La Plata, y la fábrica era su mundo.
–Ahora su vida es buscar. Y usted siempre muestra paz, aun en la búsqueda desesperada.
–A mí me dicen: "Qué paz que tiene". Yo creo que hay cosas naturales, pero también de crianza. Yo tuve dos papás maravillosos. Me dieron amor, familia, bienestar, fui una hija muy atendida, muy querida. Mi padre era un hombre cariñoso, buena persona, muy honesto. Eso me lo transmitieron ellos, esa forma de ser honesta, leal, solidaria. Mi casa estaba atrás del Correo. Y que no fuéramos a entrar nosotros, porque lo que venía para el Correo era sagrado. A veces venía la Caja Nacional de Ahorro Postal con lápices, cuadernos. Nosotros queríamos que papá nos diera uno. Pero él decía: "Esto es para las escuelas." Era la honestidad hecha persona. Una vez sacó a un tipo a rebencazos, le preguntamos qué había pasado y nos dijo: "Me vino a coimear, porque en esa encomienda mandaba productos de granja y decía que eran libros. El tipo le dijo: "Mire jefe, son productos de granja, pero si usted me permite le traigo unos chorizos". ¡Y mi papá lo sacó a rebencazos!
–Y a usted, ¿la han querido coimear?
-Sí. Y lo peor es cuando dicen que si con los represores hacemos la vista gorda o el negocio por atrás vamos a conseguir a los nietos. Peor coima que ésa no hay.
–¿Alguna vez le ofrecieron dinero?
–Sí, vinieron represores de cuarta a pedir plata a cambio de algún dato sobre los nietos. No íbamos a darles nada, sabíamos que era todo cuento chino. Con eso no se negocia.
–En la telenovela Montecristo, sin embargo, en un momento el protagonista busca negociar con los que tienen secuestrada a su mujer, que fueron también sus apropiadores. De alguna manera se entiende ese intento desesperado, porque él está negociando por amor…
–Sí, yo también pagué una coima. Cuando busqué a mi marido, que desapareció durante 25 días antes que Laura, a mí me chantajearon y yo pagué. Me mandaron a pedir 40 millones de pesos en agosto de 1977. Era muchísimo dinero, tenía que juntarlo de un martes a un miércoles. El chantaje me vino por interpósita persona, él que fue quien llevó el dinero, se llamaba Recalde Pueyrredón y era profesor de la Universidad de La Plata. Ahí negocié para salvar una vida. Y con Laura me pidieron 150 millones de pesos, los juntamos con mi marido, los dimos. Nos chantajeó un secretario de monseñor Plaza.
–¿Su marido tenía actividad política?
–Nunca tuvo actividad política. Siempre fuimos radicales, muy pasivos, de votar cuando nos tocaba. Mi marido era más rebelde que yo, yo era más acatadora del statu quo.
–¿Balbinista?
–Era un enamorado de Balbín. Iba y se enamoraba de Balbín cuando hablaba. Y viste que Balbín era un guitarrero... Mi papá también era radical, y éramos antiperonistas a muerte. Eso era malo, y yo ahora lo digo y lo hago re público para que no pase de nuevo esto de la antinomia. Guido era un pequeño industrial, él ayudaba a sus hijas y a los compañeros, que le pedían pintura para las leyendas en la calle. El así se sentía solidario y entendía la lucha de su hija porque Laura trabajaba con él en la fábrica. Había una simbiosis muy grande. Laura fue la primera hija.
–¿La preferida?
–No, Laura fue la hija soñada: Guido y yo tuvimos un noviazgo muy de ver películas norteamericanas y francesas, y hubo una, Laura, en la que trabajaba una bellísima actriz, Gene Tierney, que nos dio tanto en la música como en el contenido la idea de que íbamos a tener una hija a la que llamaríamos así. Me la regalaron hace un tiempo, pero no quiero verla porque me va a romper el corazón. La melodía de Laura nos acompañó todo el noviazgo. Es una melodía muy lenta (se toma unos segundos y luego la tararea). Así que Laura era Laura. Y Guido tenía "la" afinidad con ella. Quiso a sus cuatro hijos como yo, pero Laura y él se llevaban muy bien. Y lo detuvieron por buscarla: ella le había pedido prestada la camioneta de la fábrica para mudarse, pero no volvió; mi marido fue a su casa para ver qué pasaba y ahí lo secuestraron. En ese momento, Laura, que militaba en Montoneros, pasó a la clandestinidad.
–¿Qué actividad específica tenía?
–Era de prensa. Nosotros le decíamos que se fuera al exterior. Pero ella nos respondía: "No me saquen, no me saquen porque cuando me despierte vuelvo". Me lo dijo a mí. Yo le pregunté: "Laurita, ¿por qué no te vas? Están matando". Ella lo sabía, si venía llorando a veces por los compañeros. Entonces me dijo: "Mirá mamá, nadie quiere morir, todos tenemos un proyecto de vida. Pero sabemos que miles de nosotros vamos a morir, y no en vano". Me dejó dura. ¿Qué podía decirle yo? Ya era una chica libre, grande.
–¿Cree que Laura era consciente de la situación?
–Creo que era muy audaz. Tenía muy metida adentro su filosofía. Cuando yo le proponía cosas, ella me decía: "Lo que vos me decís, mamá, no sirve. ¿Qué cambio conseguiste con llevarles zapatillitas a los de la escuela? ¿Por qué les tenés que llevar zapatillas y no que se las compre el padre si tiene un buen trabajo?
–A pesar de que una vez se enojó con él, ¿le da lugar a Dios en su vida?
–Soy creyente, católica, no soy practicante, pero tengo mucha fe y le doy el lugar de lo que es: el creador, al que me entrego en mis pedidos, mis ruegos, mis oraciones.
–¿Algo que la rebele?
–La injusticia. Contra una injusticia yo reacciono feo, no con venganza, sino con reparación. Yo me sostengo en esa fe, me hace bien, sin ser fanática.
–¿Hizo terapia?
–Nunca. A pesar de lo que dijo una mujer en plaza San Martín: que yo era más peligrosa que Hebe de Bonafini porque Hebe era una bruta y una loca, pero yo, con ese lenguaje de psicoanalizada y ese peinado de peluquería y esa suavidad, era muy peligrosa. Yo me reí, ni contesté, pero nunca me psicoanalicé. En Abuelas hubo siempre psicólogos para la atención de los chicos que van llegando y los familiares, y a veces venía el psicólogo, muy divino: "Estelita, ¿vamos a charlar?" "No, viejo, no me hagas perder tiempo, dejame tranquila". Soy un poco autosuficiente. Yo sola, si tengo algo que me duele, empiezo a buscar la vuelta para que eso se ponga en el lugar que tiene que estar.
–Más allá de lo que digan otros, ¿qué la diferencia de Hebe de Bonafini?
–Yo empezaría por los parecidos, las cosas en común. Ella tiene tanto dolor como yo, tiene tanta lucha. Yo no sería jamás agresiva ni sería injusta ni ofensiva, y me cuidaría muy bien porque yo soy de no ofender ni herir al otro. Por ejemplo, sabiendo quiénes son los asesinos, yo no voy a decir: "Hijos de puta". Son asesinos, ¿y qué es más grave que ser asesino? Yo a Bignone le digo: el asesino Bignone. El es un asesino, porque no sólo ideó una matanza, la ejecutó y la llevó adelante, sino que también mató, con sus propias manos. Se lo confesó a un familiar.
–Pero usted tenía una relación personal con Bignone…
–Personal, no. Indirecta. La hermana de Bignone era docente. Yo era directora de la escuela de Brandsen y cuando me nombraron presidenta de la Junta de Clasificación ella vino representando a la parte gremial. Marta Bignone, una maestra, excelente persona, hicimos un grupo de amistad muy grande, tanto que ella venía a mi cumpleaños, yo iba al cumpleaños de ella, viajaba a Castelar que era donde vivía su mamá, o sea, que a la casa de Castelar de los Bignone iba con todas las compañeras, y ahí estaba el general Bignone que todavía no era general. Yo no tenía nada contra los militares, no tenía odio ni ninguna cosa de prevención por esa chatura, ese acatamiento que tuvimos para con todos los golpes militares, conversábamos ahí, conocí a sus hijos e hijas. Cuando desapareció Guido lo primero que hice fue llamarla a Marta.
–¿Ella qué hizo?
–Le dije: "A Guido lo secuestraron, porque lo comprobé, ya hablé con curas, con políticos prominentes, y voy a tener que hablar con un militar". Marta me consiguió que fuera a ver a su hermano a Castelar, a su casa. Me recibió y me dijo que me iba a mandar una persona, un tal Rospide, uno que estaba acá, en La Plata, que prácticamente vino con un ejército a mi casa y me interrogó más que ayudarme. A mí me ayudó Dios. Cuando el secuestro de Laura, repito la historia: "Marta, necesito ver a tu hermano…" Incluso, ingenuamente, le agradecí a Bignone que me hubiera ayudado con lo de mi marido. Esta vez me recibió en el Comando en Jefe del Ejército, con un arma sobre el escritorio. Estábamos los dos solos, él loco total, caminaba, iba y venía. Cuando le pido por la vida de Laura me dice que no, que los matan a todos. Entonces le pido: "Si ya la mataron, quiero que me devuelvan el cuerpo para no volverme loca buscando en los cementerios". Y él me dice: "Bueno, déme más datos, cómo le decían, qué apodo tenía". Salí de ahí destruida. Y al poco tiempo recibimos el mensaje de que estaba viva, de su embarazo. En resumen: Bignone me recibió dos veces. Y me devolvió el cuerpo de Laura, para mostrar eso del "honor" de un asesino.
–Volviendo a Montecristo, ¿ustedes ven la telenovela como un fenómeno positivo?
–Sí, fue una sorpresa para nosotras y para la sociedad por el rating que ha tenido y sigue teniendo. Los autores del libreto vinieron a la casa de las Abuelas a consultar con nuestra gente. Y aparece el tema ensamblado dentro de la trama de amor y odio de una manera normal, dentro de la normalidad de un represor, un torturador, que tiene gestos como ser bueno de repente, y de repente también fajar a la mujer. O de apropiarse y matar ,y seguir matando; o del odio del protagonista, de cómo él busca venganza. A partir de Montecristo muchos chicos que tienen dudas sobre su identidad se acercaron a nuestra institución.
–El gobierno de Kirchner, ¿les simpatiza a las Abuelas?
–Sí, desde el punto de vista de los derechos humanos vemos cómo hay un compromiso político muy grande por revertir la impunidad, el juzgamiento y la condena. Todo lo que se llevó a cabo durante estos tres años de gestión fue muy importante. Somos recibidas, consultadas. Aunque a veces me llaman para cosas que no voy.
–¿Por ejemplo?
–Me invitaron a descolgar los cuadros del Colegio Militar. No, no me corresponde. Eso sería una provocación. ¿Qué tengo que hacer yo en la escuela militar? Donde no me corresponde, no estoy. Como no hubiese ido nunca a Misiones; los misioneros saben qué hacer y yo no soy la sabia para levantar el dedo, como hacen otros.
A Estela la están esperando. Hay un remise afuera, con su hija Claudia. Están por irse al centro. La abuela se arregla el saquito, sale al jardín del frente, posa para las fotos junto al árbol de Guido, y le pide al conductor del remise que la espere un poco más. Algunos vecinos pasan en bicicleta. En la pared de la esquina hay una inscripción que dejaron las hinchadas de los equipos de fútbol de La Plata.
–Yo soy de Estudiantes por Guido –le dice ella al fotógrafo, que es de Gimnasia–. ¿Qué me contás del 7 a 0?
Que a los 76 años Estela de Carlotto sea tan joven es algo que llama la atención. Se divierte con la charla, la disfruta, y dice que siempre le ha costado mucho llorar.
–¿Alguna vez le gustaría ganarse el Nobel de la Paz?
–Las Abuelas hemos sido propuestas en distintas ocasiones. Ojalá, porque es un reconocimiento internacional que trae la comprensión de mucha más gente. Y trae dinero, que es siempre bienvenido para una tarea que insume mucho. Además, sería bueno para la Argentina que mujeres en lucha obtengan el Nobel.
–¿Y si el Nobel nunca llega?
–No importa, y lo tengo muy claro: no hay premio más Nobel que cada nieto que encontramos.
Para saber más:
www.redxlaidentidad.org.ar ; www.abuelas.org.ar
Perfil de una luchadora
- Nació el 22 de octubre de 1930 y es porteña.
- Casada con Guido Carlotto, tuvieron cuatro hijos: Laura Estela, nacida el 21 de febrero de 1955; Claudia Susana, el 26 de junio de 1957; Guido Miguel, el 22 de enero de 1959, y Remo Gerardo, el 21 de diciembre de 1962. Laura, estudiante de Historia en la Universidad Nacional de La Plata, era militante de Montoneros y fue secuestrada el 26 de noviembre de 1977, con un embarazo reciente. El 26 de junio de 1978, con las manos esposadas, dio a luz a su hijo, al que llamó Guido, en el Hospital Militar Central. Sólo permaneció 5 horas con el niño, cuyo paradero todavía se desconoce, igual que la identidad de su padre, compañero de militancia de la joven. El cadáver de Laura fue entregado a su familia el 27 de agosto de ese año.
- Estela B. de Carlotto ingresó en la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo en 1978.
- Desde 1989 ocupa la presidencia. En estos 29 años, las Abuelas restituyeron 85 nietos a sus familias de origen. Obtuvo numerosas distinciones nacionales e internacionales; entre ellas, la Orden de la Legión de Honor del Gobierno de Francia, el Premio Defensor de la Democracia otorgado por la Acción Global de Parlamentarios, el Premio “Liderazgo en el interés superior del niño”, por Unicef, la Orden del Mérito en el grado de Comendador de la República Italiana y varios doctorados Honoris Causa de universidades nacionales e internacionales.
- Además de Guido, el hijo de Laura que todavía busca, Estela de Carlotto tiene otros 11 nietos.