A veces, estar conectados también nos juega a favor
Es el año 2017, tengo 41 años, una hija de seis, un Iphone 7 Plus, 5898 seguidores en Instagram (y sus tantos likes a mis aventuras), y otros tantos en redes más viejas y obsoletas como Facebook o Twitter. El simbolito de la carta en mi teléfono marca 3776 mails no leídos, y estoy tratando de cazar un Vulpix para poder evolucionarlo en un Ninetails. Mi hija nació en 2011. En su primer mes de vida «postee» 135 fotos de ella en Facebook. Vino con un Ipad bajo el brazo, primero como su reproductor de white noise, luego como reproductor de videos para bebes y juegos. Hasta que llegó a una edad en la que pudo decidir qué quería, y hoy sigue a ciertos youtubers que juegan videos arcaicos en consolas que ya no existen. Ella quiere ser arquitecta, cocinera y youtuber.
En mi infancia, no existía nada de esto. Pero no por eso estaba más conectado con mis padres. Yo quería ver dibujitos, ellos el noticiero. Yo hablaba de fútbol, ellos de política. No era la panacea de la comunicación y el encuentro. Yo no creo en esa idea romántica de la familia de antaño preocupada y compartiendo, «conectada». Por lo menos no fue mi caso. Pero ahora la problemática es otra, ellos son nativos digitales pero todos somos parte de esta cultura hiperconectada, viviendo en esta aceleración neurótica en la que necesitamos chorros de dopamina ante cada like, respuesta o mensaje. Cada uno tiene el poder de elegir cómo vivir esta realidad. Muchas veces, con Julia, nos (des)encontrábamos cada uno en su mundo (virtual). Ella con Peppa, yo con un mail o un hecho curioso de cualquier rubro para adultos.
Creo que, con el aparatito que controla mi vida, finalmente encontré un atajo y aprendí justamente a conectarme con mi hija a través de su mirada, sus intereses, sus inquietudes. Así que ahora charlamos todos los días sobre temas tan relevantes como cuánto tiempo le falta al huevo de Rayman para darnos otro bicho, qué mejora necesita nuestra moto en Trials Frontiers o qué podemos crear en Little Alchemy. Y a su vez, ella aprende quiénes son The Beatles, nos reímos imitando un video de baile o sacando fotos para mandarles por WhatsApp a sus tíos y primos que viven muy lejos. Yo estoy muy agradecido a mi telefonito. Creo que sin él no estaría tan conectado con lo más importante que tengo en la vida que es mi hija. Así que ahora me iré a perseguir a ese Vulpix. Y seguramente se lo cuente mañana por la mañana por Facetime, después de mandarle las capturas de pantallas por WhatsApp.
El autor es Chef Ejecutivo del Palacio Duhau
Antonio Soriano