SIN PLUMAS. ACOSO TELEFONICO
De cómo un emprendimiento lírico es amenazado por intromisiones de lo más prosaicas
Encendió la pantalla de la computadora y se puso a escribir un poema pastoril. Intuía que como género literario estaba algo pasado de moda, pero no encontraba otro envase mejor para expresar de modo lírico las bondades de la vida campestre frente a la disolución y los incordios de la vida urbana. Un asunto tan actual, tan new age si cabe... Confiaba en su inclaudicable percepción bucólica del mundo y en que unos buenos diálogos en rima consonante entre pastorcillos enamorados que apacentaban sus ovejas servirían para mostrar entretenidamente cuánto más sano es para el alma oler yuyos que padecer el stress de una existencia entre cables y cuotas. Usaría versos alejandrinos, para variar. ¡Oh, tú a quien mil demandas acosan a deshora...! Confiaba también en que el proyecto le encantaría a su editor, que siempre le pedía cosas cortas y con gancho.
Arranca bien con el poema, los dioses de la Arcadia le son propicios. Pero a la altura del verso catorce suena el teléfono.
Una voz de burócrata optimista onda que pases buen fin de semana, querida , trata de interesarla en un departamento de tiempo compartido en Sierra Linda. No lo quiere. Cuelga y se concentra de nuevo en las ovejas que retozan. Avanza. En el momento en que una pastora con su cayado irrumpe en escena, vuelve a sonar el teléfono. La misma voz la felicita y le informa que ha salido beneficiada en un sorteo que le permite acceder a una milagrosa tarjeta de asistencia al viajero. No la quiere.
Se niega a que la beneficien de prepo y así se lo hace saber a la intrusa. Para su desgracia, ha de figurar en una lista de gente que agradece que la interrumpan.
Retoma el poema. Un arroyuelo fluye entre el vergel y los pastores conversan animadamente bajo un haya. Bingo: embocó una palabra que rima con haya. Sigue adelante. Ninfas del verde bosque, a vos invoco, etcétera.
Al rato el teléfono insiste. La voz del tubo adopta ahora un tono más formal y pretende abonarla a un sistema de medicina prepaga. Debe admitir que en ese rubro está un poco desprotegida y el asunto la inquieta, pero resiste el acoso. No tolera más intromisiones. Le resulta un esfuerzo mayúsculo reconstruir cada vez el estado de gracia que se necesita para concentrarse en una égloga. No es verdura. La inspiración (¡divina ciencia infusa!) acabará por abandonarla. Sigue el poema. En un momento particularmente beato el teléfono la saca otra vez de órbita. La voz ahora es grave y tiene un claro matiz de advertencia. Le ofrece un servicio de ambulancias las 24 horas. El pastor y la pastora emprenden, a su manera -siempre bajo el haya- el elogio de la naturaleza, pero el teléfono vuelve a sonar. El tono de la voz ya es por demás lúgubre. La propuesta viene de lote en cementerio parque. Han logrado aterrorizarla. No escapa a su perspicacia el deprimente crescendo de las ofertas. Tal vez hubiera sido saludable aceptar el tiempo compartido.
Pese a todo, termina el poema. La inspiración, pobre santa, la acompañó hasta el final, aunque se la ve maltrecha, desconcertada y ha perdido muchas plumas por culpa de las interrupciones. El poema le quedó un bizcocho. Es hora de mostrarlo al mundo.
Toma el teléfono y marca el número de la editorial. Una voz (¡es la misma, la reconoce!) contesta metálicamente: "Usted está hablando con Pelícano Editores. Si desea comunicarse con ventas disque 0, con depósito disque 3, con servicio de novedades disque 6, con pedicuría disque 4. Si desea ofrecer una biografía novelada disque 1, un libro de autoayuda disque 2. Si quiere enchufarnos una novela objetivista, un poema pastoril o un autosacramental, cuelgue".
Musa y artista se rascan la cabeza. Algo anda mal en los cables.