Pasaron más de cuatro años desde que Carolina y su marido, Felipe, dejaron Buenos Aires para apostar a una nueva vida en tierras lejanas. Su relación llevaba apenas seis meses cuando ella supo que él tenía planes para irse a trabajar a Hong Kong, un panorama que para su sorpresa le resultó muy atractivo. Jóvenes y enamorados, sintieron que era momento de explorar y compartir el futuro.
La decisión, alocada desde varios puntos de vista, tenía un trasfondo que le otorgaba otro sentido: "La industria en la que trabajamos, los juguetes, tiene las mayores oportunidades en Asia. Él llevaba muchos años preparándose para el cambio, y yo me encontraba en un punto en el que estaba un poco desalentada por mi situación laboral. Me pareció una oportunidad única, de esas que no se nos presentan dos veces. A poco más de un año de estar en pareja nos mudamos y nos casamos allí por civil", cuenta Carolina Fasolo, de 33 años.
Al revelar el destino, la familia y los amigos quedaron asombrados. "Por supuesto impactó la elección", recuerda, "Hong Kong era completamente ajeno para todos, poca gente visita este lado del mundo. Sin contar con que toma al menos 30 horas llegar. Pero para mí vivir en Asia era lo más atractivo. Me sedujo la posibilidad de aprender sobre una cultura y costumbres tan diferentes, poder viajar en la región, y vivir en un lugar tan cosmopolita y milenario a la vez", continúa.
A pesar de ser consciente de que su viaje no sería una estadía de temporada, Carolina no vivió su partida como irreversible, sensación que podría haberla llevado a emprender el viaje con freno de mano puesto, invadida por la nostalgia anticipada. Con el apoyo de su familia, ella decidió mirar hacia adelante con la alegría y la adrenalina de lo nuevo, la expectativa por la vida en pareja y el sentir que tenía infinidad de posibilidades por delante. A pesar de ciertos miedos inevitables, sabía que más se iba a arrepentir si no lo intentaba.
Sin diferencias entre martes y domingo
Al principio, disfrutaron de la novedad. Durante los primeros tres meses hicieron todos los paseos turísticos que pudieron. "Realmente no sentí un `choque´ cultural, sino más que nada sorpresa; trataba de absorber y asimilar todo lo que podía. A partir del segundo año se hizo un poco más cuesta arriba; uno ya conoce más a las personas, a la sociedad y las diferencias culturales se vuelven más notorias. Supongo que pasa el enamoramiento con el lugar y uno se replantea el futuro nuevamente", confiesa.
Al tiempo, Carolina se encontró inmersa en una vida muy acelerada en lo laboral, con las personas en constante movimiento. "Es tan costoso vivir acá - Hong Kong tiene el 6to puesto en el ranking de ciudades más caras del mundo- que no hay tiempo para el relax. Y la sociedad, en general, me parece muy desconectada, todos llevan los ojos en el celular al extremo, por lo que raramente ves gente conversando en una cena", explica.
Carolina, que buscaba una ciudad cosmopolita y milenaria, también halló una muy occidentalizada. "A pesar de que más del 90% de su población es local, sus calles están empapeladas de llamados a cambiar los rasgos faciales y corporales en pos de un estereotipo occidental: ojos grandes y con pliegues en los párpados, rostros ovalados y narices finas. Ninguna de ellas se me hace cercana. Ni las mujeres locales ni las importadas como yo podemos identificarnos con esas imágenes inalcanzables".
A medida que los meses fueron pasando, Carolina también descubrió que la rodeaba una desigualdad naturalizada, acompañada de una indiferencia extrema. "Es una ciudad con una gran oferta cultural inaccesible para muchos. Y nadie se sorprende por ver ancianos juntando cartones en la calle y que los autos de lujo circulen por al lado como si nada. También me impresionó la gran cantidad de inmigrantes que vienen a trabajar a Hong Kong. Llama mucho la atención las empleadas domésticas de Filipinas e Indonesia, que al no tener vivienda propia - sus contratos incluyen residencia con el empleador - colman los parques y espacios abiertos en su día libre", cuenta.
Otra situación que afectó las emociones de Carolina fue percatarse de que, por el clima siempre húmedo y mayormente caluroso, las oficinas apenas contaban con algunas ventanas con las persianas bajas; que el aire y la luz natural no formaban parte de lo cotidiano. "Creo que para la mayoría es normal la ausencia de ventanas, el respirar aire filtrado. A mí me parecen submundos a contramarcha del exterior. No creo que esté mal querer sentirnos cómodos en el lugar donde pasamos la mayor parte del día, pero hay algo en la artificialidad del ambiente con la que no me puedo familiarizar", reflexiona.
Por este motivo, y por la constante actividad, Carolina comenzó a sentir que vivía en una sociedad para la cual todos los días eran iguales, sin diferencias entre un martes y un domingo. "En Buenos Aires, los domingos en algunos barrios todavía se siente un desacelere, una pausa. En Hong Kong la vorágine transcurre 24 horas todos los días del año. Y la mayoría de las personas trabaja hasta largas horas, incluso los feriados. La única excepción a esta regla son los feriados de Año Nuevo Chino, cuando la ciudad realmente se paraliza por una semana", continúa.
El viaje interior
Sumida en aquella nueva realidad, algo había cambiado en Carolina. Tal vez fuera por las costumbres en las que estaba inserta o la barrera idiomática, que entendió que aquel viaje que se había animado a emprender era ante todo uno introspectivo, un bucear en sus propios pensamientos, alejada de su identidad otorgada y dispuesta a explorar su "quien soy".
Así mismo, el haber tomado un nuevo rumbo de a dos le trajo solidez a su pareja. "Uno piensa dos veces antes de pelear. El otro se vuelve toda tu familia, tus amigos... Es una gran presión, pero a la vez te hace crecer y afianzar el vínculo. También, al conocer a otros inmigrantes, comencé a entender qué lleva a cada persona a dejar su país natal, lugares que uno imagina que no dejaría de haber nacido ahí. Las razones suelen ser siempre más profundas", expresa pausadamente.
A pesar de las diferencias socioculturales, Carolina comenzó a apreciar otros aspectos más prácticos de su nuevo hogar: "Por ejemplo, las oportunidades profesionales que me brinda, la seguridad, la comodidad y rapidez para realizar el trámite que se te ocurra. Y, por otro lado, está muy bien conectada con todo Asia, por lo cual es fácil viajar a países como Vietnam, Tailandia o Japón. Así mismo, a los inmigrantes occidentales se los aprecia y se les perdona que no hablemos el idioma local. Pero probablemente una de las cosas que más me gusta es que la sociedad en sí no juzga a quien tiene al lado.En Buenos Aires uno se siente observado todo el tiempo, juzgado. En Hong Kong no es así. Nadie va a mirarte de manera diferente por tu estilo, tu cartera o por salir a la calle sin peinarte. Para ellos, el juicio está dentro de la propia familia, debido a la influencia de la cultura China y el peso de los mandatos familiares, pero no sucede en la calle", afirma.
Los regresos
Actualmente, las pocas visitas que Carolina realiza a su ciudad natal significan regresos intensos en donde el tiempo cobra un nuevo significado.
"Volver siempre es una sensación rara. Por momentos siento que el tiempo no pasó y por otros que sí. En mi última visita encontré a mi hermana menor ya madre de dos bebés. Me sorprendo por los mínimos gestos, realmente aprecio que alguien se haga tiempo para verme y que me abra la puerta de su vida de nuevo por un ratito. Después de todo, cada visita abre las heridas de la distancia. La distancia y los regresos me demuestran que el tiempo efectivamente pasa", revela con una sonrisa.
Las enseñanzas
Vivir en Hong Kong le acercó a Carolina nuevas perspectivas sobre la fortuna y la desigualdad. Con frecuencia, debe tomar un vuelo de 3 horas hacia una fábrica que parece perdida en la nada y donde el universo de las personas que trabajan allí está tan limitado por sus posibilidades y libertades, que se siente profundamente afortunada por tener tantas alternativas y por vivir tantas experiencias.
Y en este último año, Carolina tuvo una revelación: "Caí en la cuenta de que Buenos Aires ya no es mi casa y eso implica todo un duelo. Un duelo en las relaciones y los espacios, dinámicas que ya no van a existir más y a las que no podemos seguir aferrados. Aferrarse limitó mucho mi receptividad para conocer personas y crear nuevos vínculos. Hasta hoy me cuesta; tengo la vara muy alta, porque creo que mis amigos de toda la vida son los mejores que puedo tener", expresa.
"Ahora que pasaron otras fiestas sin regreso, uno se da cuenta de lo que es estar lejos, y todo lo que uno resigna toma otro valor. Comprendo cuán grande es la apuesta que estamos haciendo. Soy particularmente sensible a saber que hay gente querida que pasa las fiestas sin compañía y es duro. Todo esto realmente refleja el valor de la vida que uno elige. Muchas veces, en la vorágine de las ocupaciones, perdemos la dimensión del proyecto que encaramos. Estar siempre ocupados nos distrae de las reflexiones más esenciales. Así, después de tanto tiempo, y cuando la romantización del viaje se diluye, uno también aprende que la distancia no es para cualquiera y que debemos respetarlo. Yo me sigo descubriendo, por lo que creo que en mí vive una viajera eterna, una exploradora", concluye.
Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas, podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com
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