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Alimentación: plan de comida cruda




una experiencia de un mes entero comiendo únicamente alimentos crudos, además de un programa de entrenamiento físico diario, acompañado de una serie de hábitos saludables

una experiencia de un mes entero comiendo únicamente alimentos crudos, además de un programa de entrenamiento físico diario, acompañado de una serie de hábitos saludables - Créditos: Florencia Cosín

La idea nació sin querer, hace un tiempo, cuando leí en OHLALÁ! la historia de Ariel Rodríguez Bosio y me sentí muy conmovida con todo lo que él promueve. Desde la ONG que preside, Arcoiris Universal, es el mentor de las gratiferias y cultor de la alimentación natural. Ese fue el puntapié; luego investigué un poco más sobre sus ideas y me emocioné al leer sobre lo que hace y cómo eso resuena con lo que yo hago y deseo hacer. El tiempo pasó, hasta que un día, en noviembre pasado, fui a un Festival Consciente en Hurlingham, en un lugar divino al aire libre, donde había varias actividades buenísimas –mandalas arco iris, música en vivo, charlas de femineidad empoderada y permacultura–, y volví a encontrarme con Ariel, que estaba contando sobre sus emprendimientos (la ciudad frutal, las gratiferias, la economía viva y el rawality). Esto último me dio mucha curiosidad. "¿Qué es un rawality?", me pregunté, y así supe que es una especie de "reality de comida raw", o sea, crudivegana, y que el próximo se estaba gestando del 21 de noviembre al 21 de diciembre. ¡Me pareció maravillosa la idea! Y me decidí a hacerlo.

¿En qué consiste?

Básicamente, se trata de una experiencia de un mes entero comiendo únicamente alimentos crudos, además de un programa de entrenamiento físico diario, acompañado de una serie de hábitos saludables. Pero lo más divertido es que no estás sola, porque te acompaña un grupo enorme de personas que hacen la experiencia con vos y te dan fuerza para no abandonar. Funciona a través de una página y un grupo en Facebook a disposición de todos; ahí compartimos recetas raw, fotos de los cambios corporales que íbamos experimentando, videos contando la vivencia día a día –lo que comíamos, cómo nos sentíamos, los cambios que fuimos notando en la piel, en los olores, en los músculos del cuerpo, etcétera–. Y, por supuesto, para sacarnos las dudas que nos iban surgiendo. ¡Aprendí tanto!

Semana 1: rompiendo hábitos

¡Empecé con todo! Supongo que como todo lo nuevo, que trae el brillo y el entusiasmo de la novedad, pero también creo que fue la semana más difícil, porque estaba completamente atravesada por mis hábitos anteriores. Si bien soy vegetariana desde hace 21 años, las harinas eran mi gran desafío, así que, un poco antes de empezar, ya estaba sumando mucha fruta a mi dieta y más ensaladas. El primer día fue genial, pero esa misma noche me agarró un ataque..., ¡estaba desesperada por una tarta! La abstinencia de harinas me estaba matando. Sorteé la dificultad comiendo ensalada, pero me rendí al final ante una porción de tarta de zanahorias. Después de comerla, claro, sentí que no era tan necesario. Otra cosa que me costó horrores fue no tomar mate, tal como proponía el rawality, pero luego aprendí a hacer crackers de lino y tomar un mate de cedrón (con muy poquita yerba), o también poniéndole frutas –como uvas o manzanas–, y ese era mi combo ideal para el desayuno. Ya el hecho de levantarme y tomar un jugo, comer frutas, sentada al sol, era muy distinto para mí. Antes quizá también lo hacía, pero con el mate y unas tostadas de pan integral. Parece una cosa muy chiquita, pero comer fruta a la mañana me parece lo más –especialmente los cítricos–, porque desde el momento en que como el primer gajito de naranja, es algo así como sentir el solcito adentro del cuerpo. ¿Sabían que, por su color, a los cítricos se los asocia con la energía solar en plenitud? Esa es la sensación.
A los dos o tres días de haber empezado, necesité ponerme a investigar y aprender recetas nuevas, si no, me iba a aburrir enseguida. ¡Y ahí me di cuenta de que había miles de opciones!
Me junté con amigos –muchos de ellos ni siquiera vegetarianos– y preparamos juntos fideos de zucchini con salsa de tomate y queso rallado de semillas, pizzas de masa hecha con semillas, empanadas en las que reemplazamos la masa con rodajas bien finitas de zapallo y alfajores helados con banana y cacao. ¡Todo riquísimo! Creo que ahí comenzó el verdadero aprendizaje, el meterme en la aventura de descubrir nuevos sabores y entender que "crudicinar" es muy fácil e incluso mucho más rápido y práctico que "cocinar".

APRENDER NUEVOS SABORES

Con las nuevas recetas, ya no me malhumoraba el hecho de tener que cocinar por partida doble: un menú para mi hijo y otra cosa para mí, y tampoco me tentaban sus comidas. Uno de los primeros días me puse de malhumor y enseguida se lo atribuí a la dieta; entonces probé un pedacito de pan integral que estaba comiendo mi hijo, y fue probarlo para darme cuenta de que la cosa no venía por ahí y que el malhumor no era por lo que ya no podía comer. De hecho, me sorprendí con el hecho de que el pan ya no me resultara tan rico como antes... Uno de los cambios más grandes de esta semana fue empezar a vincularme con la comida de una manera muy distinta, mucho más consciente. Aprendí a mirar, oler, tocar y degustar minuciosamente cada alimento, y la realidad es que cuando el alimento proviene directo de la naturaleza, las sensaciones son muy diferentes, muy puras, y, por ejemplo, los menjunjes y las masas de harina y agua ya no me daban placer...
Quizás al leerlo muchas piensen que estoy loca, pero es una sensación parecida a cuando la carne te da rechazo y decidís hacerte vegetariana. Sin duda, lo más estimulante de los primeros días es notar enseguida que te sentís mejor. ¡Mucho más liviana y energizada! Entonces sabía que valía la pena el esfuerzo de seguir rompiendo viejos hábitos.

Semana 2: el momento clave

El 4 de enero fue el encuentro en el Planetario para compartir el día juntos

El 4 de enero fue el encuentro en el Planetario para compartir el día juntos

En el plano físico, al principio, cuando bailaba más de una hora seguida (yo, que siempre bailo), me sentía sin fuerza, e incluso pensé que era falta de proteínas. Habían pasado unos diez días y había bajado mucho de peso; de hecho, me pude volver a probar ropa que tenía de antes de ser mamá que no me había vuelto a entrar jamás. Confieso que eso me asustó un poco, porque sentía que, al volverme más magra, perdía musculatura y volumen, así que me puse a entrenar más fuerte y a seguir el programa de entrenamiento para recuperarme. Un día, mi hijo de cinco años me dijo: "Mami, estoy preocupado porque siempre comés ensaladita" y lo comprendí; le expliqué lo buena que era la ensalada, pero él siguió insistiendo: "¿Ya no vas a comer arroz yamaní como yo?". Me puse un poco triste porque yo quería compartir con él las nuevas comidas que preparaba, pero –como a casi todos los chicos– le cuesta probar sabores nuevos y no era nada fácil. Pero le encontré la vuelta y empezamos a disfrutar juntos las frutas, en jugo, como postre o colación durante el día.
Como trabajo con mi cuerpo, la cuestión de la musculatura me preocupaba y empecé a investigar un poco más si era normal lo que me estaba pasando. En el grupo, me ayudaron recomendándome un libro muy interesante, La dieta 80/10/10, del Dr. Douglas Graham, donde se explica el tema de la proteína completa –formada por los cereales y las legumbres–, y entonces empecé a hacer esas combinaciones, así como también descubrí que no es bueno comer los azúcares con las grasas; por ejemplo, yo venía tomando jugo de naranja y comiendo nueces en el desayuno, y no era una buena combinación. Me di cuenta de que estaba descubriendo niveles cada vez más sutiles vinculados con la nutrición de mi cuerpo.
Así que por unos días incorporé más brotes de lentejas y –debo confesarlo– alguna que otra vez me preparé hamburguesas de arroz yamaní (cocido), brotes de lentejas y zanahoria (crudos) y semillas activadas. Pero como mi metabolismo ya estaba acostumbrándose a lo crudo, no soportaba demasiado los alimentos cocidos. Con el paso del tiempo, me di cuenta de que en realidad ese "bajón energético" era producto de que el cuerpo estaba desintoxicándose y adecuándose de a poco a otra alimentación. Y cuando entrenaba Pilates –que no es aeróbico–, me sentía súper bien, algo parecido a como cuando a tu auto le ponés el mejor combustible. Casi sintiendo que los músculos trabajaban con la mejor energía a disposición, ¡es difícil de explicar! Advertí que el cuerpo se iba volviendo más magro, se me fueron yendo las "grasitas" de arriba de los músculos... Eso me llenaba de ánimo y felicidad; era casi una motivación extra para seguir. Me pasó algo que hacía mucho que no me pasaba: tuve una presentación de danza ¡y pude bailar con la pancita al aire! Y otro cambio muy notorio fue empezar a notar una suavidad preciosa en la piel, como si estuviera naturalmente humectada. ¡Eso me encantó!
Y pasando al plano emocional, también se me "movieron" cosas. A los diez días de haber empezado el programa, sentí un agradecimiento muy especial hacia mis padres y al amor que ellos volcaban en la comida. Claro que también por momentos me agarraban malhumores o ataques de llanto a la noche. Fue rarísimo, no sabía por qué lloraba, pero lloré mucho, algo que no es habitual en mí. Pero pasados unos 15 días, me di cuenta de que esto también era parte del proceso de desintoxicación que estaba viviendo.

Semana 3: el cuerpo magro y desintoxicado

El valor del grupo también es fundamental; ¡hacerlo con otros es mucho más fácil y divertido!

El valor del grupo también es fundamental; ¡hacerlo con otros es mucho más fácil y divertido!

Acá empezó lo más lindo del "rawality": con los nuevos hábitos ya instalados, me sentía mucho mejor con mi cuerpo. Estaba plena, llena de energía, liviana, fuerte... Con el entrenamiento físico, recuperé la tonicidad muscular que creía haber perdido en las semanas anteriores. Y me conecté con el disfrute de los nuevos sabores y las nuevas comidas. Pero lo más importante era que mi cuerpo ya deseaba las comidas crudas y no las otras; me sentí invadida por una sensación de limpieza interna y vitalidad.
En esta semana, me salió un acné terrible en la zona del cuello ¡que ni siquiera en la pubertad me había salido! Fue bienvenido para seguir "limpiándome", así que me lavaba con jabón blanco y me ponía aloe vera puro de la planta que tengo en casa.
A mi alrededor, todos veían los cambios corporales y les parecían sorprendentes. Porque si bien yo no me sumé al programa para adelgazar, me sentía muy cómoda con cómo estaba cambiando mi cuerpo.
Como estábamos en diciembre –época de encuentros, despedidas y festejos–, la cuestión social me costaba un montón. Incluso fue mi cumpleaños en el medio del rawality, así que hice una "torta raw", pero también tuve que preparar la torta común para los invitados. En cada despedida me pasaba lo mismo y tenía que procurar llevarme mi propio menú raw, pero fue divertido.

Semana 4: el balance y los aprendizajes

Ariel organizó un evento para que pudiéran conocerse personalmente y compartir los resultados de la experiencia

Ariel organizó un evento para que pudiéran conocerse personalmente y compartir los resultados de la experiencia

Para terminar el rawality, Ariel organizó un evento para que pudiéramos conocernos personalmente y compartir los resultados de la experiencia. ¡Yo no quería que terminara!
Me encantaba el apoyo del grupo, ver lo que comían, compartir mis fotos, mis recetas, los entrenamientos; había algunas personas que habían sido claves para mí dentro de la experiencia, y entonces estaba ansiosa por encontrarlas y conocerlas en el evento de cierre.
Nos juntamos el 4 de enero en el Planetario y ahí compartimos el día juntos. Conocí mucha gente que estaba en la misma que yo, y de otra manera hubiera sido más difícil encontrarnos en la ciudad y en el mundo. Siento que nos unió un objetivo e ideales en común, formas parecidas de pensar el mundo, y terminamos bailando juntos, haciendo mandalas de colores, cantando, haciendo contact y acroyoga.
¿El balance? Sin duda, creo que lo más difícil del rawality es el aprendizaje de nuevos hábitos, pero asimismo es lo más maravilloso y reconfortante. Me sorprendió cómo de a poco se fue calmando mi ansiedad física y emocional, estaba serena, contenta, disfrutando lo más simple, y mi cuerpo, después de dos semanas, ya me "pedía" comer crudo y no sufría por no ingerir cocido. Lo adopté casi como un estilo de vida, porque entendí que me siento mejor –ahora, el 70 u 80% de los alimentos que como son raw– e intento seguir entrenando diariamente con la rutina del programa.
El valor del grupo también es fundamental; ¡hacerlo con otros es mucho más fácil y divertido! Por eso, seguimos conectados, a través de las redes sociales, y lo más lindo fue conocernos cara a cara y compartir actividades juntos.
¿Qué te pareció esta experiencia? ¿La harías? Además: Mantras ohlaleros para ser felices, Ejercitate pedaleando y Nuevas tendencias: Rocket Yoga.

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