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Andrea Servera: “Vivo la danza no como algo elitista, sino como un lugar abierto a mucha gente"

Con su compañía la bailarina y coreógrafa ofrece espectáculos en teatros top y en cárceles de menores.




No importa el escenario que sea, Andrea Servera entrega el mismo compromiso y pasión.
“¡Soy muchas vidas en una!”, arranca Andrea. Y puede decirlo por esa versatilidad con la que se mueve entre las coreografías para el BAFWeek, sus presentaciones en Nueva York y sus clases de hip-hop en penales del conurbano bonaerense. O puede decirlo porque un día le tocó renacer. Tenía 35 años la noche que aquel auto embistió contra el suyo en el Microcentro. Del momento del choque no recuerda nada. Lo siguiente es un policía cortándole el cinturón de seguridad y diciéndole: “Tuviste un accidente, decime un teléfono”. Después, una serie de flashes, cinco días de terapia intensiva y el horror del despertar. “No sabía ya caminar, comer ni tragar”, recuerda.
Durante la recuperación, comprendió cuánto amor la rodeaba. Personas de la danza, la moda y el rock se alternaban para no dejarla sola. Un amigo peluquero la lookeó para que se viera bien (lo que le hizo ganarse el apodo de “Barbie Hospital”) y hasta la artista Fabiana Barreda descolgó los cuadros genéricos de la habitación y puso en su lugar obras propias. “Tomé mucha conciencia del rol que cumplen los demás en nuestra vida”, asegura Andrea, que tomó aquel frenazo como una oportunidad para conectarse con lo más vital. “Ahora tengo mis achaques físicos y convivo con una prótesis en la cadera, pero hago yoga, bailo y hago la vida que me gusta”.

Adonde me lleven mis pies

Hija de papá camionero y mamá bailarina folclórica, un día, a sus 3 años, la llevaron a un lugar que recuerda como “hermoso, blanco y mullido” para tener su primera clase de expresión corporal. Se sintió feliz. Y aunque durante toda su niñez tomó clases de danza, cuando terminó la secundaria no se sentía para nada bailarina. Como le gustaba dibujar, se inscribió en Diseño Gráfico. Sin querer queriendo, como suelen ocurrir muchas de las cosas que más deseamos, se fue acercando a la movida de danza porteña. Fue en el estudio de Ana Kamien donde probó su primera clase. Al poco tiempo empezó a bailar en una obra, y a la par trabajaba y estudiaba. Hasta que su profesora le dio un ultimátum: “¡No, no! Acá vení a las clases avanzadas o no vengas más”, le dijo. Entonces, Andrea dejó la facultad y se la jugó por eso que amaba. A fines de ese año logró el difícil ingreso al Teatro San Martín. “Pensaba que me faltaba formación, pero evidentemente siempre hay modos de llegar”, reflexiona.

El arte como salvataje

Al tiempo, le llegó el llamado que definiría un norte: Inés Sanguinetti, de la fundación Crear Vale la Pena, la convocó para armar una agrupación de hip-hop en la villa La Cava de San Isidro, conocida como una de las más peligrosas del Gran Buenos Aires. Andrea ni lo dudó. Al fin y al cabo, se le presentaba la oportunidad de ofrecer su arte en pos de una transformación social “bien entendida, como transformación de vida”. Ya tenía experiencia en mezclar gente y potenciar talentos por su paso de tres años como docente en la cárcel de mujeres de Ezeiza. “Vivo la danza no como algo elitista, solo para entendidos, sino como un lugar abierto a mucha gente. Si justamente la función del arte es el salvataje. Bailando te ordenás, te limpiás, sanás, transitás temas y dejás otros atrás”.
Hace seis años, creó su compañía, Combinado Argentino de Danza, con personas bien diferentes: profesionales de la danza contemporánea, autodidactas del hip-hop y bailarines de folclore. Este año están ofreciendo espectáculos en cárceles de menores. Lo que pasa ahí lo define como un milagro: “Yo sé que no estamos cambiando una realidad, pero sí generamos un buen presente. Una está acostumbrada a pasar buenos ratos, pero hay contextos en los que la vida es una pesadilla. Imaginate un chico que está preso y que por delante no ve nada... Ese momento de reírnos, bailar y charlar es un lujo”. Confiesa que ahora, ya cerca de los 50, hay días en los que dice: “¿Qué pasó que de repente tengo tantos años?”, pero siente que eso –lo de la edad– es solo un dato. “Los años traen un montón de cosas, como la experiencia y la serenidad. Envejecer no es una mochila pesada”, concluye.

¿Dónde verla?

Cielo Stravinsky: una obra para chicos a partir de las obras del compositor ruso Igor Stravinsky. En Ciudad Cultural Konex.
Saliva y ritmo: un encuentro entre la poesía leída en vivo por Mariano Blatt y la danza del CAD. En Teatro 25 de Mayo.
Ezeiza: un documental de Servera sobre su experiencia como docente de danza en el Penal de Mujeres de esa localidad
¿Qué te inspiró nuestra Mucha Mujer del mes? ¿Te gustaría compartir tus propios saberes con los que menos tienen? También inspirate con: Maruja Bustamante: "¡Qué bueno que seamos tan diferentes!"y conDafne Schilling: "El ritmo te despierta"

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