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 • HISTORICO

Andy Clar, de no poder caminar a viajar por el mundo

Creadora de la exitosa marca Chicas en New York –que ofrece viajes grupales a esa ciudad y a otros destinos–, a los 23 años sufrió un accidente que amenazó con dejarla postrada de por vida. Hoy es referente de un nuevo modo de viajar.




Andy Clar

Andy Clar - Créditos: Gaspar Kunis / Patricio Silberberg

Cuando el médico le dijo que no volvería a caminar, su madre se tapó la cara y se largó a llorar. Ella no. Andy Clar tenía 23 años y hacía cinco meses que estaba postrada en una cama de hospital completamente inmóvil. Un colectivo la había aplastado cuando intentaba cruzar la avenida Gaona a la altura de plaza Irlanda, en Caballito. Primero vio la rueda que la dividía en dos y pensó: “esto no puede estar pasando, “estoy soñando, estoy soñando”. Después no sintió nada más. Fueron unos segundos. Hasta que el cuerpo le estalló en mil partes. Y el dolor perforó el umbral de lo soportable. Fractura de cadera, pelvis, tobillo, fémur, costillas y vértebras. A los pocos días, tras una operación que requirió trece dadores de sangre, estaba en una salita de emergencias del hospital Álvarez con una hemorragia que los médicos no tenían modo de identificar. El tomógrafo no funcionaba y nadie se animaba a trasladarla en ese estado. La habían dejado ahí, a la espera de que se muriera. O de un milagro, como se suele llamar a lo inesperado, que en esta historia tiene nombre: Cristian, un médico de guardia peruano que la encorsetó con cinta adhesiva de tela y sondas de goma, la enyesó sobre la misma camilla y la subió a una ambulancia rumbo a otro hospital con tomógrafo. Veinte años después, Andy lo seguirá recordando como el hombre que le salvó la vida.
“No te preocupes má, que yo voy a caminar por las ciudades de todo el mundo”. Quería consolar a su madre, que seguía llorando, pero no sabe por qué le dijo eso exactamente. Criada en el barrio de Flores, hija de un comerciante buscavidas y de una artista plástica que cursó su último año de secundario embarazada (y de quien tomó el apellido Clar), no había ido más allá de Mar del Plata y de Córdoba, destinos más o menos accesibles para una clase media siempre ajustada. En ese entonces Nueva York no solo no estaba en sus planes, sino que ni siquiera le parecía una ciudad atractiva: Andrea [Andy] pintaba y cantaba, amaba el arte y el diseño, y su fantasía era recorrer los museos de Europa. Estados Unidos era yanquilandia, tierra de hamburguesas y shoppings. Así que cuando cobró la primera cuota de la indemnización por el accidente, fue a comprarse un pasaje. Que, como lo casual tiene sentido retrospectivo, no fue al Viejo Continente sino a Nueva York: lo más lejos para lo que le alcanzó la plata. Con el prejuicio a cuestas y el novio que sería su primer marido, allá fue. Y así empezó todo.
¿Qué es todo? La marca Chicas en Nueva York, que nació como un archivo de Word con recomendaciones de viaje que circulaba por mail, mutó en un blog que a los tres meses ya tenía 30 mil lectores por mes y finalmente se convirtió en una comunidad de viajes grupales para mujeres que cuenta con más de 360 mil seguidores en Facebook y 150 mil en Instagram, extendió sus destinos a otras ciudades como Tokio, Ámsterdam y Santiago, Chile, se tradujo en un libro que ya va por su octava edición, un programa de televisión con famosas (Chicas de viaje, Telefe) y una tarjeta de crédito con beneficios exclusivos para clientas y emprendedoras.
Ah, y sí. Andy Clar no solo volvió a caminar y lo hizo por muchas ciudades del mundo, sino que se convirtió en una referente de un nuevo modo de viajar. Lo que hoy llaman una influencer.
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Mientras maneja su auto convertible desde Long Island hasta Manhattan, el Gran Gatsby, que lo tiene todo menos lo que quiere –el amor de Daisy–, se entusiasma: “En esta ciudad todo es posible, realmente todo”. Son los tiempos previos al crack y la Gran Manzana reluce con los relámpagos previos a la tormenta perfecta. En el reciente documental sobre su vida (The Center Will Not Hold), la exquisita escritora californiana Joan Didion dice que es fácil identificar el principio de las cosas, no así su final. Con más de 80 años puede recordar con tanta claridad cuándo Nueva York empezó para ella que se le tensan los músculos de la nuca: fue en los 60, la década del parque de diversiones para los sentidos.
Hacia el fin de siglo, Nueva York seguía siendo la de Scott Fitzgerald y la de Didion, también la de Marilyn Monroe y Malcolm X, Woody Allen, El Padrino, Cuando Harry conoció a Sally y Mi pobre angelito. Todavía no había asomado el fantasma del terrorismo y Donald Trump ni siquiera había aparecido en el irónico y profético capítulo de Los Simpsons. Ese fue el tiempo en el que Andy Clar tuvo su momento iniciático. “Me acuerdo que era noviembre, nevaba muy finito y miré por la ventana y dije: ‘No puedo creer que estoy acá, me siento en una película’. Y salí a caminar y me di cuenta de que todo mi prejuicio era al pedo, que esa ciudad era maravillosa. Hice lo turístico que había que hacer pero también lo otro, lo que me gusta a mí y que sigo haciendo: veo una puertita rara, una luz, y me meto. Y también pregunto. Con mi inglés precario de escuela pública les pregunto a los locales que por alguna razón me llaman la atención ¿Dónde desayunás? ¿A dónde vas a bailar? No quiero que me digan a dónde me mandarían, sino a dónde irían ellos”.
Ese fue el primero de varios viajes: haría muchos por trabajo, en pareja, con amigos. La curiosidad intuitiva (“de rebuscármelas desde chica”) que la llevaba a descubrir el lado b de la ciudad más visitada, recorrida, filmada, narrada y reseñada del mundo, después se traducía en recomendaciones que circulaban en un archivo de Word bastante caótico –que algunos de sus amigos todavía guardan porque dicen que vale oro– con claves secretas para visitar Manhattan. “Era un laburo de locos, me llamaba gente que yo ni siquiera conocía”. De la hoja de computadora, en 2011 pasó al blog, formato que todavía le ganaba en popularidad a las redes sociales. “Había perdido un embarazo, estaba muy bajoneada, y les propuse a dos amigas que son como hermanas irnos juntas. La pasamos muy bien.? En ningún viaje había vivido de esa forma. Quedé embarazada de nuevo a los dos meses, y volví con una idea en la cabeza: ‘Creo que todo esto lo voy a volcar en un blog y a la gente que me pida le voy a pasar un link y ya’. Y un poco en homenaje a eso le puse Chicas en New York. Con unas fotos pedorras y medio mal escrito al poco tiempo tenía 30.000 seguidores”.
¿Por qué creés que pasó eso?
Creo que lo que cambió fue la forma en la que empecé a comunicarlo. Porque todas las guías de New York hablaban más o menos de lo mismo, o con el mismo sistema para todo el mundo. Convengamos que es la ciudad con el mejor marketing del mundo, así que no es muy difícil, pero yo lo que hice fue segmentar. Dije: va a ser para mujeres y argentinas, como yo.
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Si la posibilidad de conocer el mundo en los siglos XVIII y XIX estaba reservada para los hijos de la aristocracia y la alta burguesía, que se lanzaban en un grand tour de formación por Europa, y en la segunda mitad del siglo XX el turismo se hizo masivo gracias a las legislaciones laborales que incluyeron las vacaciones como un derecho del trabajador –de la mano de centros turísticos y paquetes de viajes armados por grandes operadores–, la tecnología del siglo XXI daría vuelta los paradigmas en base a una palabra clave: “experiencia”.El turista ya no quiere ser turista, sino viajero. Quiere que su aventura sea auténtica. Por eso hoy somos nosotros los que buscamos vuelos, comparamos precios, reservamos alojamiento, rastreamos datos en las redes, anotamos consejos de los influencers y les prestamos atención a los comentarios: lo queremos todo a medida, personalizado, tal como nos gusta, pero testeado por otro que, en lo posible, se nos parezca. Es una de las características de lo que los expertos llaman “posturismo”, un término acuñado por el español Sergio Molina a comienzos de milenio para ponerle una etiqueta a los nuevos viajeros. Y que Andy encarnó como marca de época.
“Después del blog me abrí una cuenta en Facebook y en un momento me empezaron a escribir diciendo: ‘Andy, queremos hacer esto que hacés vos, pero con vos, queremos viajar como viajaste con tus amigas’. Pero yo no podía, tenía un bebé, una familia recontra numerosa –mi marido tiene tres hijos, sus hijos viven conmigo desde que el más chiquito tenía cinco años–, más nuestra agencia de publicidad con mucha carga horaria, más este chiste nuevo del blog que hacía de noche, entre teta y teta. Hasta que en un momento un señor me escribe: “Mi mujer dejó abierto su Facebook y veo que todas estas mujeres quieren viajar con vos. Yo tengo una agencia de turismo, charlemos”.
Andy no solo volvió a caminar sino que lo hizo por muchas ciudades del mundo

Andy no solo volvió a caminar sino que lo hizo por muchas ciudades del mundo  - Créditos: Gaspar Kunis

Cuando el hombre experimentado en turismo al que se le hacía agua la boca le dijo charlemos, Andy no solo era directora creativa en una agencia de publicidad junto con su marido y sabía de técnicas y recursos para generar y vender el deseo, sino que tenía una larga experiencia en generar proyectos poco tradicionales, cuando a los 14 años se escapó de su casa para conseguir trabajo en una fábrica de pastas los fines de semana porque quería tener su propia plata. Vendió disyuntores y cortacorrientes –y aprendió todo tipo de técnicas de venta–, fue empleada en un local de ropa en donde la usaban de modelo para armar la moldería –lo que la impulsó a estudiar diseño de indumentaria en el Sindicato de Cortadores y Diseñadores Argentinos–, abrió su propio local con un novio, se separó, se enamoró de otro y se fue a vivir a Río Cuarto, en donde sacudió un poco la modorra de la pampa cordobesa: “Armé un negocio multimarcas con un crédito que sacamos hipotecando la casa de mi suegro de entonces y puse un tatuador en la vidriera que después me enseñó a tatuar y me dediqué también a eso. Llegué a tener tres locales en Córdoba. Hasta que se acabó el amor y me volví”.
En Buenos Aires tampoco paró: mientras trabajaba en una empresa de cosmética, montó el que quizá fue el primer speak easy de Argentina al que bautizó Comodore –una casa chorizo convertida en pista electrónica, galería de arte y cine en el jardín, con capacidad para 1500 personas en la calle Niceto Vega, cuando ahí solo había talleres mecánicos–; armó una banda de música, se puso al frente del micrófono, sacó un disco y probó con un restaurante.Hasta que conoció a su actual marido y crearon la agencia Äschen, que primero funcionó en un ambiente con un colchón en el que a veces dormían y hoy ocupa cuatro pisos.
El accidente fue entre su aventura en Córdoba y su regreso, así que antes de hacer todo eso que hizo en Buenos Aires, tuvo que cumplir parte de la promesa que le había hecho a su madre: que volvería a caminar.
“Cuando me dieron el alta me mudé al edificio de mi mamá. Hacía rehabilitación todos los días con una máquina, pero como no tenía un mango para hacer más cosas, armaba sistemas de pesas con paquetes de azúcar para ir fortaleciendo los músculos de los brazos, que era lo que podía mover, porque las piernas no me respondían... era como una película de terror, pero a la vez yo lo vivía con mucha satisfacción. Además me había acomodado todo para ser autosuficiente: hasta tenía mi mesa con todas las pinturas, pintaba a lo Frida. (Risas).
¿Y seguías convencida de que ibas a caminar?
Totalmente. Hice todo ese proceso hasta que me pude levantar con muletas o bastón. Y cuando lo logré, dije: “Bueno, me voy a vivir sola”. A mi mamá le agarró un ataque: “No podés moverte, no podés ir al baño”. “Necesito irme de acá”. Aproveché que mi mejor amiga se iba de viaje, me mudé a su departamento y puse una fila de sillas al baño, al living, a la cocina. Todos los días hacía dos, tres pasos, y me sentaba.Cada semana iba sacando una silla. Cuando mi amiga volvió de viaje yo ya podía caminar dos pasos con bastón pero no podía estar parada. Pesaba 42 kilos, 15 menos que ahora.
Pero te sentías bien...
Siempre. Cuando estaba en el hospital me cagaban a pedos porque yo tenía mis auriculares, mi gorra, me maquillaba todos los días, me pintaba las uñas y me decían: “Andy, necesitamos ver tus uñas, no te las podés pintar”. A mí no me importaba, yo quería sentirme bien.
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Andy empezó a analizar los pros y los contras de aceptar la propuesta del hombre de turismo. Pensó: “Si me da para un viajecito a New York por año... Con que safe eso, listo”. Con esa idea, más lúdica que ambiciosa, se reunió con él y le planteó sus condiciones: “No quiero facturar, no quiero empleados, no quiero una empresa, yo ya tengo una. Si vos te encargás de la burocracia, yo me encargo de hacer que realmente sea un viaje único y diferente que no tenga ningún vicio del turismo”.
¿Cuáles son los vicios del turismo?
Ahora está cambiando un poco, pero en ese momento era más esquematizado. Es el paquete, o el pibe que te llama, y te quiere vender los hoteles con los que ellos tienen arreglo que en general son siempre los mismos, en el centro, y caros para lo que ofrecen. Mi idea es otra: salir de la buena ubicación, andá a Times Square cuando quieras ir al teatro o cuando quieras ver Times Square, pero viví la ciudad desde otro lugar. Igual, por cómo se manejan las agencias, es imposible que hagan lo que yo hago.
Pero, además, ¿cambió el viajero?
Yo creo que se abrió una puerta, que la gente se dio cuenta de que hay otra forma de viajar. Que no solamente tenés que ir a los lugares a los que hay que ir sino que tenés que encontrar compatibilidades con tu vida, con tus gustos, con tus intereses y hacer lo que te gusta en la ciudad. Y no porque vayas a París tenés que ir a la Torre Eiffel. Venís acá y vas al Obelisco, ok, pero no hace falta que pares en la 9 de Julio y Corrientes. Si soy artista plástica, ¡por qué tengo que ir al Downtown y ver el Toro de Wall Street, me chupa un huevo el Toro de Wall Street! Si venís conmigo te llevo al Distrito de Arte de Chelsea, a Williamsburg o Bushwick, y además te sumo al recorrido a algunos artistas. Creo que esa forma de viajar es la que hoy definitivamente supera al turismo tradicional. Mirá Airbnb, que ahora te cuenta una experiencia y te la vende. La semana pasada vendían un paseo de compras con Sarah Jessica Parker, porque la experiencia es el diferencial.
Ese es como el estereotipo más frívolo de una Chica en Nueva York, ¿no?
Ese es uno de los problemas, el estereotipo. Leen Chicas en New York y dicen: “Ay, se van de compras”. ¡No! ¡Ni una compra, eso lo pueden hacer solas! Te paso tres, cuatro lugares para ir a hacer compras baratas, de diseño, de outlet y ya está. No necesitás que te acompañe. Pero sí hay otras experiencias que nosotros delineamos muy a medida.
¿Por ejemplo?
Experiencias gastronómicas. Hacemos un “testing day” que es un día entero en donde en vez de comer en restaurantes caros cada día, hacemos el recorrido de dos barrios, Greenwich Village y East Village, a pie y probando lo mejor de cada lugar de la mañana a la noche. Desde un bagel o un churro relleno con Nutella hasta un plato dominicano que es como la alquimia de la cocina. Esas son las experiencias que hacemos juntas. El resto del tiempo están solas. O sea, yo no las voy a llevar al Empire State, no hace falta, van solas, ¿entendés?
¿Y por qué solo mujeres?
Porque la idea surgió un poco del viaje que te conté, y porque existe una complicidad femenina que hace que hagas otras cosas que no hacés cuando vas en pareja, que no hacés cuando hay hombres que no conocés. Las mujeres, muy al contrario de lo que todo el mundo dice: “ay no, se matan” son súper colaborativas. Yo trabajo con dos amigas: Luli que tiene la visión comercial y Kari, que es socióloga y sabe cómo armar los grupos, en promedio son de 16 mujeres, pero llegamos a tener de 35. Y nos dimos cuenta de que lo mejor es cuando no se parecen ni en estilos ni en edad ni en nada. Es una manera de romper prejuicios y de que cada una sea como tenga ganas.
¿Qué busca hoy alguien que viaja con una propuesta como la tuya?
El resultado más grande, más notorio, de los viajes es emocional. En la vida cotidiana tenés el colegio de los chicos, la familia, el estudio, el laburo. Todo te consume y siempre estás cumpliendo un rol. Uno va a haciendo más o menos lo que puede dentro de lo que quiere, pero no hacés exactamente lo que querés. Yo lo que les propongo es que esa semana se olviden de todo y miren para atrás, y piensen qué era lo que querían ser o hacer cuando eran chicas. Es la experiencia de cumplir una fantasía, de seguir un deseo. Eso es lo que hice toda mi vida, y lo que me hizo volver a caminar: seguir el deseo.
Viajar hoy tiene que ver la experiencia de cumplir una fantasía, de seguir un deseo / Maquillaje: Mechi Peralta con productos Lancome

Viajar hoy tiene que ver la experiencia de cumplir una fantasía, de seguir un deseo / Maquillaje: Mechi Peralta con productos Lancome - Créditos: Gaspar Kunis

TOKIO: NUEVO DESTINO

“La familia de mi marido tiene casa en Colonia desde hace años y es mi lugar en el mundo para irme de vacaciones. Un día me puse a contar sobre Colonia, porque conozco cada rincón, y vi que tenía los mismos likes que New York. ‘Ah bueno, listo, pensé, puedo hacerlo con otras ciudades también’. Así que con mis socias nos preguntamos qué ciudad sería superadora de New York:? Tokio. Y fuimos a la embajada de Japón, de una. Fuimos un comando de ocho mujeres, dijimos: ‘Queremos hacer un research absoluto de todo Tokio porque queremos contarle a la gente, sacarles los prejuicios de lo que es Tokio. Ni plata ni pasajes ni nada, ¿eh? Que nos dé apoyo y nos cuente todo”. El embajador se copó con el proyecto. Nos dijo: “Yo les voy a abrir la puerta de Tokio”. Le digo: “Lo único que quiero es que me ayudes a hacer el evento de lanzamiento. Yo consigo todo. Solo quiero el Jardín Japonés”. (Risas). “No, el Jardín Japonés no, es privado, no te lo puedo dar”. “Yo estoy segura de que me lo podés dar”. Y nos lo consiguió. Y ahí nos fuimos a Tokio, éramos siete mujeres: una arquitecta, una periodista, una socióloga, una artista plástica, una cocinera y yo. Todas amigas. Íbamos poco tiempo entonces tenía que haber distintas categorías para agilizar todo. Y nos trajimos toda la data del lado B de la ciudad. Armamos un viaje y este año hicimos el primer viaje a Tokio sólo con chicas que ya habían viajado con nosotras: como era un lugar que no lo teníamos tan claro, era mejor con chicas que ya conocían la dinámica. Fue un exitazo. Y este año, el que viene, quizás hacemos París. La idea es hacer un viaje por año a New York, otro a un destino diferente y los demás lugares abrirnos a distintos formatos: con madres e hijos, y abrimos la cabeza de cómo viajar con amigas y chicos a distintos lugares; con amigas solas, en pareja, otros en familia. O sea, ya no hace falta ser mujer para probar este modo diferente de viajar”.

EL NEGOCIO DE EMPRENDER

“No gano un peso con los viajes, pero son lo que me dan el contenido para lo que sí es un negocio para mí que es la relación que yo tengo con las marcas, que es muy distinta de la relación que tiene un influencer común, al que le dan una marca y muestra. Yo hago alianzas que tengan que ver con el espíritu de Chicas en New York y que tengan un beneficio o un servicio para mis viajeras o para mis lectoras. El sumum es la tarjeta de crédito. Eso fue una idea que surgió porque empezamos a conseguir gente que hacía cosas distintas, como un chico que trabaja en la Bolsa, pero hace walking tours, es argentino y tiene clarísima toda la historia de la ciudad, los secretos, los rincones, todo. Si sos lectora de Chicas en New York tenés 20% de descuento, o 2x1. Así empezamos a armar un montón de servicios en los que les conseguíamos descuentos a las viajeras. Hasta que pensé: ‘Pero la gente viaja una vez al año, con mucha suerte, tengo que hacer algo para los que están acá... tengo que hacer una tarjeta de crédito”. Pero no tenía un banco, nada. Entonces les pregunté a a mis lectoras: “Quiero hacer esto, tengo esta idea, ¿qué les parece? Díganme cómo tendría que ser según su lógica”. Y como ellas me lo pidieron, hoy es la tarjeta de Chicas en New York, que tiene el foco en las emprendedoras: conseguí que puedan vender con la tarjeta de crédito sin que les cobren la comisión ni la cuenta bancaria. Tengo 100 emprendedoras y ahora vamos a abrir a más. Este año que viene, 2018, lanzamos un proyecto que es una mezcla entre incubadora y aceleradora: las vamos a capacitar, las vamos a hacer viajar para estudiar y capacitarse afuera, las vamos a conectar acá con grosos, mega-grosos, y le vamos a dar la plata para que hagan realidad su proyecto”.

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