Angélica Gorodischer Las letras del deseo
Conocida por sus celebrados libros de ciencia ficción, su obra es mucho más variada y sus gustos, igualmente amplios. Escritora inteligente y lectora insaciable, ahora está a cargo de La noche mildós, una colección de literatura erótica que Emecé lanzó en estos días al mercado
Cuando ella preguntaba por algunos libros que azuzaban su imaginación de ninfa, la madre le decía: Pas pour jeunes filles. Y la dejaba sola, frente a esos frutos vedados a las niñas y por eso mismo impostergables, sin saber -o sabiéndolo, pero comprendiendo que era inevitable- que la pequeña Angélica Gorodischer se arrojaría con fruición sobre esa literatura proscripta. A la hora en que los adultos descansan y se impone el silencio perezoso de la siesta, no había mejor impunidad que la lectura de "aquellos libros que, como dice Isidoro Blaisten, tenían partes -como si fueran cuerpos- que estaban prohibidas", acota esta mujer nacida en Buenos Aires (1929), pero afincada desde muy chica en Rosario, ciudad que la cobija y la celebra.
Autora de una obra considerable, dentro de la cual la ciencia ficción es sólo la punta de un iceberg luminoso, Gorodischer dice que siempre fue una lectora omnívora e insaciable. Y, se sabe, lo que nunca sacia del todo es casi siempre aquello que hace del deseo su materia. "El erotismo y la sensualidad están presentes en toda literatura -afirma Gorodischer-, pero es indudable que la descripción y la intriga entretejidas en torno de las pasiones definen una zona de la narrativa con perfiles propios, capaz de acicatear a infinidad de lectores, pero muy especialmente a quienes lo ignoran todo sobre su propia sexualidad."
La autora de Kalpa imperial -conjunto de relatos de ciencia ficción que acaba de reeditarse- admite que su juvenil apetito lector se aplicaba sobre su objeto con gran fervor, pero escasa competencia: "Salvo El amante de Lady Chatterley, que me produjo una verdadera conmoción, creo que del resto no entendí nada. Después, en el colegio secundario, me estaban esperando las míticas Memorias de una princesa rusa, que leí con mis compañeras en el baño, por supuesto".
En algún momento, la música de la incomprensión deja paso a la lucidez. Esa curiosidad más cerca de la anatomía que del arte comienza a convivir con el desarrollo de una sensibilidad que va exigiendo otros modos del asombro. Entonces, cuando las hormonas negocian con la inteligencia, puede decirse que ha nacido un lector o una lectora de todas las letras. "Claro, uno luego sigue leyendo por el placer de leer, empieza a refinarse en todo sentido. Y un día te cae en las manos alguno de los títulos de La sonrisa vertical, la célebre colección española de literatura erótica, y entonces estás perdido."
Perdida, sí, para el puritanismo pacato, pero felizmente ganada para ese entusiasmo lector que sólo está satisfecho cuando puede compartirse, Gorodischer ha sabido contagiar a una editorial su pasión por una literatura donde las pasiones se viven con todo el cuerpo: "Siempre me dije que en la Argentina tendríamos que tener una colección análoga a La sonrisa vertical. Lo propuse a varias editoriales, pero sólo en Emecé se entusiasmaron realmente. Lo primero y también lo más difícil fue encontrar un nombre para la colección. Teníamos que evitar lo obvio y lo grosero".
Nada de cosas como Monte de Venus ni Rincón de Príapo, entonces. Angélica Gorodischer acuñó para su colección de erótica un nombre nimbado por la luz de una luna arábiga: La noche mildós: "Un día, caminando por Buenos Aires hacia la oficina de Emecé, me vino a la mente la imagen de Sheherezada: no podíamos usar explícitamente su nombre porque implica muchas más cosas que el erotismo. Obviamente, tampoco podíamos llamarla lisa y llanamente Las mil y una noches. Pero entonces pensé: ¿qué pasa si uno imagina lo que ocurrió cuando, luego de esas mil y una noches de penitencia narrativa, Sheherezada es perdonada por el sultán? Seguramente, se dedicaron a amarse, a unir el placer moroso del relato a los placeres del erotismo, a imaginar las exquisiteces del amor".
Una vez instalados en el placer del nombre, Gorodischer y su equipo se aplicaron a la selección de los textos (ver recuadro). En esa búsqueda, como en toda elección, se desplegaron criterios: "Toda literatura es erótica -insiste Gorodischer-. La morosidad para alcanzar el desenlace de una historia, la sensualidad de algunas descripciones -no necesariamente del cuerpo humano- están cargadas de erotismo. Por otro lado, el género sexual, la ideología y cierto estado de alerta propio de lo erótico están siempre presentes cuando se escribe. Uno no puede dejar el sexo en el cajón de la cómoda, lo lleva siempre puesto y eso marca lo que se escribe. Cuando en algunos textos hay una mayor concentración de esa sensualidad, entonces sentimos que estamos ante literatura eminentemente erótica."
Más que un género, ¿es un territorio? Gorodischer cree que el erotismo deja su propia huella indeleble: "Lo comparo con lo que me pasó con la ciencia ficción. Hace años que no he vuelto a escribir explícitamente dentro de este género y, en la totalidad de mi obra, he escrito muy poca ciencia ficción, pero sin duda eso ha dejado una marca. El erotismo también deja su huella. No sé si es un género o un subgénero. No sé cómo llamarlo y tampoco me importa mucho, pero cuando esa marca está presente con insistencia en un libro sabemos que estamos frente a literatura erótica. Además, en muchos casos, hay una deliberación más o menos evidente en los autores, tanto en el tipo de escritura como en la clase de asunto y el tratamiento elegidos, que nos permiten saber cuándo estamos ante una novela erótica, una novela policial, histórica, de ideas o de ciencia ficción".
Es difícil que haya amor sin erotismo, pero, ¿puede haber erotismo sin amor? La autora de Jugo de mango conviene en que incluso el amor religioso -según lo conocemos por las versiones de la propia Iglesia Católica- está teñido de las ínfulas de Eros. Y afirma que "hay muchos ejemplos en la literatura de un erotismo liso y llano, sin espiritualidad y dirigido a describir el puro goce sensual. Tal es el caso de libros como El amante de Lady Chatterley, o casi toda la obra de Henry Miller. Y, muchas veces, en esas historias picarescas de Boccaccio o el Aretino, está presente una búsqueda de placer, de venganza o de diversión a partir de lo erótico antes que el amor, la pasión. En estos casos, la línea divisoria entre los géneros es casi imprecisable. Lo erótico se mezcla con la picaresca y con el humor".
Recurrente y travieso, el erotismo parece no haber dejado de excitar conciencias a lo largo de la historia: por exceso, en épocas permisivas; por defecto, en tiempos de guardar el cuerpo, puede volverse crítica de costumbres o válvula de escape. Para Gorodischer, "instituciones y momentos restrictivos como la influencia de la Iglesia, la normativa del código napoleónico o el puritanismo del período victoriano ayudaron a dibujar sociedades blancas sólo en apariencia porque, por debajo, transcurría siempre una literatura sabrosa, llena de implicaciones, de sugerencias y de licencias".
¿Cómo aparece el erotismo en la obra de la directora de esta nueva colección de literatura erótica? ¿Te sonrojas, Angélica, cuando te nombro tus propios escritos? Algo de eso hay, como si se avergonzara un poco de haberse creído más inocente de lo que en verdad era: "Uno suele engañarse respecto de lo que hace -dice-. Siempre pensé que el erotismo no tenía una presencia fuerte en mi obra. Con el tiempo, me di cuenta de que no era tan así y hasta escribí una novela explícitamente erótica, que fue finalista de La sonrisa vertical justo un año en que declararon desierto el premio, y que por supuesto no incluiré en esta colección (la novela todavía está inédita). Lo cierto es que eso me dio la libertad necesaria para abordar el erotismo cuando hace falta, dejando que se dispare la sensualidad en mis cuentos y novelas. Hasta entonces, tenía un poco de miedo, de prevención".
¿No será que el erotismo no tiene lugar en el peligroso espacio exterior de la ciencia ficción, donde no es aconsejable quitarse el traje de astronauta y resulta arduo encontrar bellezas dignas de la portada de Vogue? "Error -dice ella-. Lo que pasa es que en esa literatura, uno tiende a prestar más atención a la imaginería científica anticipatoria o a los chiches tecnológicos. Y es cierto que hasta los 50, la ciencia ficción era realmente blanca, había hombres y mujeres, pero se miraban de lejos y nunca se sacaban el traje espacial. Pero luego hubo novelas y cuentos claramente eróticos como El hombre hembra, de Joanna Russ, o La mano izquierda en la oscuridad, de Ursula K. Le Guin, entre otros libros maravillosos."
Gorodischer no dice error, en cambio, cuando se le plantea que el erotismo aparece poco en la literatura de estas tierras. "La literatura argentina hasta la primera mitad del siglo XX, en ese sentido, me hace acordar al cine argentino de los 40: cuando la pareja se encuentra y se besa, la cámara funde a negro y pasa a la escena siguiente. Y luego, cuando a partir de los años 60 el sexo empieza a aparecer explícitamente, suele estar colonizado por el psicoanálisis, o se vuelve decididamente grosero, de mala calidad. Parecería que nos cuesta encontrar un término medio entre ponernos los guantes o volvernos francamente berretas. De todas maneras, nosotros estamos encontrando cosas muy interesantes, tanto en la literatura argentina como en las literaturas extranjeras de ayer y de hoy. Y, por supuesto, vamos a ir incluyéndolas en esta colección."
El límite entre erotismo y pornografía, ¿es discernible? "No siempre -dice Gorodischer-, y tampoco creo que sea demasiado importante. Lo que para mí es decisivo en una obra de arte es que logre un alto grado de intensidad y tenga la capacidad de incomodar o de intrigar. Mi criterio de selección es el del lector, no el del crítico: si algo me aburre o no a la tercera página, si lo encuentro o no demasiado explícito. Hay que darle lugar a quien lee para que imagine, para que piense, para que complete la obra. Es como en el cuadro de Leonardo La virgen de las rocas: uno se quiere meter en ese paisaje, en su misterio, en su incompletud. Hay palabras o imágenes que inquietan a su primera aparición, pero luego se vuelven triviales. Otras producen una inquietud más solapada, pero también más perdurable. En materia de literatura, erótica o no, suelo inclinarme por esta última clase de obras.
Los nombres del placer
La noche mildós incluirá tanto grandes clásicos de la literatura erótica como algunas rarezas y títulos de autores contemporáneos menos conocidos, o al menos insospechados de haber incurrido en el género. Todos ellos intentan cumplir los requisitos de la calidad literaria, el interés anecdótico y la capacidad de estimular la imaginación y el placer de los lectores.
Entre los clásicos, figuran los célebres Diálogos de cortesanas, que el italiano Pietro Aretino escribió en la primera mitad del siglo XVI, y una antología con las páginas más picantes de las Memorias de Giacomo Casanova ("hay infinidad de páginas exquisitas, pero no tantas realmente eróticas como se cree", acota Gorodischer).
La primera rareza es, sin duda, el volumen Memorias secretas de una cantante, de la alemana Wilhelmine Schröder Devrient. Esta mujer, cuya voz cautivó a oyentes tan exigentes como Richard Wagner, parece haber fascinado los cinco sentidos de una larga lista de caballeros. Sobre todos ellos, la dama se explaya sin tapujos para deleite de los amantes de la lírica y de la literatura.
Entre varias sorpresas de autoras y autores de la Argentina e Hispanoamérica en general, la colección ya tiene lista la novela Amores, pasiones y vicios de Catalina la Grande, del gran escritor venezolano Denzil Romero. Cada libro irá precedido de un prólogo claro y entusiasta, y los textos de otras lenguas han sido cuidadosamente traducidos.