Antes de la furia
Ricardo Darín dice que la gran ciudad es nociva. "Acá somos una sombra de lo que podríamos ser." La sociedad en ebullición y esas decisiones sin retorno son los ejes de Relatos Salvajes, un film que protagoniza y donde todos pierden la paciencia
Pasa un hombre y lo mira. Pasa otro hombre y lo mira. Pasa un pibe en bicicleta, dice grande Darín. Pasa una chica y lo mira. Pasan dos que se preguntan: ¿ése no es Darín? Darín saluda. Con la mirada, con una sonrisa, con el pulgar para arriba. Pasa uno tras otro, tras otro y frenan –todos–, aunque sea un instante cuando lo ven sentado junto a la mesa de un bar, en la vereda.
Dos copitas de ron. "¡Salud! Que terminemos bien el Mundial, y que le vaya bien al Muñeco. Me gusta Gallardo, cómo habla, cómo piensa." Darín viene de jugar al tenis. Dice estar reventado, pero se levanta sin problema cuando le piden una foto, antes de que se encienda el grabador. Después se concentrará en la charla. Y les dirá a los que interrumpan que ahora no puede, que está en una entrevista. "¿No ves que estamos grabando?" Se enojará un poco con ellos, si es que cortarlos en seco puede llamarse enojo. "Sí –reflexiona–, levantar el tono de voz es perder un poco los estribos." Pero sabe que se ganó el derecho a decir cada tanto que no. Porque es de esos tipos atentos a todo. Mira siempre a los ojos cuando habla. Si alguien va a fumar, él le convidará fuego. Nunca dejará de darle las gracias a un mozo.
Son las 17. "Yo que vos me pongo la campera, porque empieza a soplar fuerte", sugiere.
¿Cuántas fotos te piden por día?
Depende por dónde ande. En mi barrio (Palermo), pocas. Ya están cansados, me vieron tantas veces en pijamas que he perdido el glamour.
A famoso, famoso y medio. Una noche en Barcelona, él le contaba a una agente de prensa que lo conocía en persona a Lionel Messi. "Me había quedado varado con ella en Paseo de Gracia, no pasaba ni un taxi. De repente, me gritaron ¡Ricardo! Y era Messi, que nos terminó llevando en su camioneta. Ella debió pensar que lo mío era chamuyo argentino, pero Leo me reconoció de espaldas. Yo no lo podía creer." Su relación con Maradona es ahora distante, pero han pasado mucho tiempo juntos. "Es otro caso paradigmático. Cuando uno tiene la posibilidad de acompañar unos metros a estos personajes tan conocidos en el mundo, empezás a comprender la atmósfera de un tipo encerrado en un caso de extrema popularidad. Porque es un encierro, una jaula. Es muy difícil hablar, porque suena a justificación de algo.
Pero la pérdida del anonimato en sus distintas escalas es una de las peores cosas que le pueden pasar al ser humano, sobre todo a aquellos que pretenden tener una vida feliz y normal más allá de lo que hagan. Está a contracorriente de la sensación generalizada de que lo mejor que te puede ocurrir es trascender."
Pero trascender para un actor es importante.
Es distinto a ser reconocido por lo que hacés. Si sos cerrajero, en tu barrio querés ser reconocido como un buen cerrajero. De eso dependerá darle de comer a tu familia. No hablo de eso, sino de cuando te convertís en un tipo que si te tirás en paracaídas en el Congo, tendrás 5000 personas mirando para arriba gritando tu nombre. Eso es bastante parecido a un encierro neuropsiquiátrico.
¿Y vos no vivís eso en Buenos Aires?
No. Afortunadamente, creo que por venir de una familia de actores conocí mucho antes la cocina que la vidriera. Conocí los códigos de eso, del que da tres besos en la cara y en tres días se desentiende de vos. Eso me vacunó contra el dolor que eso mismo te puede producir. Siempre anduve por otro andarivel, nunca me casé con el éxito, el fracaso, la popularidad. Cada vez que puedo, les recomiendo a mis amigos famosos que no se llevan bien con la popularidad, que tienen dos formas de pararse, una piola y otra negativa. Creo que con la segunda perdés mucho más tiempo, gastás energía, no sos feliz y te perdés una de las pocas cosas buenas que tiene ser conocido, que de tanto en tanto, en esta marabunta, aparece alguien que inesperadamente te salva la vida.
¿Por qué pasa eso?
No sé, funciona así, es medio mágico. Pero es mejor encarar, y encarar con educación y buena energía. No estoy hablando de inventarte un personaje para sobrevivir. Yo voy con lo que soy, y lo que soy está en movimiento permanente. Tengo días y días. Pero me he labrado sin proponérmelo una especie de estándar en las relaciones humanas públicas que me permite decir todo lo que pienso en el momento que lo necesite, sin ofender ni lastimar, y muchas veces soy comprendido. Disculpame, pero ahora no puedo, y no pasa nada.
Darín relojea a un hombre que va y viene a unos metros de la mesa. "Sigo hablando porque en cuanto me calle, este flaco me interrumpe y pierdo el hilo." Se calla, lo interrumpen, continúa: "Ahora que estoy más viejo tal vez respondo alguna barbaridad. El otro día una mujer me pidió una foto: Qué va a hacer, es el precio de la fama, me dijo. No es el precio de nada, se detiene el que quiere. Ese justificativo es bastante hiriente, le respondí. No tengo que pagar ningún precio."
Ricardo Darín (57) protagoniza una de las seis historias de Relatos salvajes, la película de Damián Szifrón que se estrenará en agosto, cuya presentación oficial fue a fines de mayo, en la competencia oficial del Festival de Cannes.
¿Fue para tanto la ovación a la película en Cannes?
Fue tremenda. Estoy feliz por lo que ocurrió. Se presentó un sábado a la noche en un cine para 2500 personas, lleno, con gente de todas partes. Yo nunca había vivido una cosa así. No sólo la ovación… Contrariamente a lo que muchos suponen, la audiencia no tiene una actitud pasiva frente a los hechos artísticos. Ni siquiera mirando un cuadro. El solo hecho de que nuestra perspectiva, nuestra historia, nuestro estado de ánimo influyan sobre esa mirada hace que no sea pasiva, que la intoxiquen de subjetividad. Éste fue un caso. Desde que se planteó el código de humor áspero e incisivo que propone Damián, la gente empezó a participar: noooo, uhh, grrr. Estuvieron dos horas en una montaña rusa, subiendo y bajando, llorando, riéndose a carcajadas. Eso le valió a Damián el reconocimiento de tipo grosos. No me lo contó nadie, yo los vi. Cronenberg, Tarantino… Tipos que de cine saben bastante.
¿Le tenías fe a Szifrón?
Le tenía mucha fe al libro. De Damián sabía bastante poco, lo que había visto de la serie (Los simuladores) y algo de cine, pero cuando entré en contacto con él y descubrí su universo… El trabajo fue maravilloso. Porque para los enfermos obsesivos como yo, nada mejor que otro obsesivo. Alguien que te entiende y valora. Así se aprende. Y no hay nada mejor que aprender. Todo lo contrario de lo que a veces suponen, que porque sos un consagrado no tenés nada que aprender, y eso es lo más aburrido de todo. Me ha pasado: Qué te voy a decir a vos, si sos Darín. No, no sé qué querés, qué te gustaría como director, me duele el estómago, no me acuerdo el texto, necesito que me ayudes.
A través de historias independientes entre sí, el director de El fondo del mar y Tiempo de valientes expone ahora a personas comunes que atraviesan la frontera hacia su lado más oscuro. Detonantes diversos llevan a los protagonistas a dar un paso que, en la vida social y personal, no tendrá vuelta atrás. Otros grandes se lucen en el film: Rita Cortese, Oscar Martínez, Leonardo Sbaraglia, Erica Rivas, María Onetto, Julieta Zylberberg… Darín interpreta a un ingeniero civil experto, justamente, en detonaciones. Cuando su auto es remolcado por una grúa, comienza su día de furia en Buenos Aires.
"La película plantea qué pasa si no me detengo acá, si voy hasta donde mi impulso y la efervescencia de mi sangre me indican –continúa–. Es una obra reflexiva. Te hace pensar hasta qué punto depende de uno el momento de detener el juego."
¿Es la ciudad el gran detonante de esa furia contenida?
La ciudad atenta contra todos, produce sobre la gente algo muy nocivo. No sólo por el tiempo necesario para los traslados, sino por esa sensación térmica permanente de disconformidad, de que no nos queda otra que vivir acá. Esa sensación la llevamos casi todos, como una aureola que nos persigue y hace que pasen cosas como que la gente se agarre con otra cuando, por ejemplo, le cruza el auto.
¿Y por qué seguimos acá?
En la gran ciudad se cocina lo que hacemos como profesionales. Entonces, no nos queda más remedio. Pero si nos dieran a elegir viviríamos en otro lado. Las metrópolis nos obligan a adaptarnos y a sobrevivir como podemos: no en nuestra mejor versión. De ahí que estemos soñando siempre con un período de descanso para huir hacia un lugar donde, desprovistos de tantas presiones externas, nuestra imagen ante nosotros mismos se acerque un poco a la que queremos, o a lo que creemos que somos. No se vive bien en las grandes ciudades, aun si estás en las mejores condiciones. Acá somos una sombra de lo que podríamos ser, un reflejo medio deformado de lo que en esencia somos.
Muchos andan al límite, pero pocos cruzan la línea y, por ejemplo, se bajan del auto. ¿Le tememos a nuestra propia reacción?
Somos conscientes de los riesgos de determinadas situaciones. Sabemos que hay tipos que por una discusión se sacan, bajan con un arma y terminan arruinándole la vida a una familia que salió a disfrutar de un día de sol. Cargamos con esa información en el ADN y nuestro procesador de ideas nos arroja rápidamente una serie de posibles resultados. Entonces nos mantenemos dentro de la zona, porque si cruzás el límite quedás mucho más expuesto. Al mismo tiempo, lo increíble es que con tanta información, igual haya gente que se desentienda de eso y provoque una tragedia. Es ahí cuando perdemos todos. Así nos vamos degradando como sociedad.
¿Te encontrás a veces en esas fronteras?
A todos nos pasa que vemos todo rojo, cada tanto, por cuestiones cotidianas. Como cuando aparece un auto estacionado a la salida del garaje de mi casa. Las veces que pude encontrarme con el dueño, me descubrí diciendo siempre lo mismo: tenés suerte de que yo no esté en una emergencia, porque si fuera así, el terreno en que estaríamos conversando está situación sería totalmente distinto. Hay un momento en que sentís la necesidad de defenderte. Sobre todo de la violencia institucional, que también muestra la película. Hay algo que dice mi personaje cuando reclama que le llevaron injustamente el auto: ¿Dónde está la oficina donde te piden perdón cuando se equivocan? Es naïf, pero me da mucha ternura.
Los protagonistas son mayormente de clase media alta, que les ponen un pie en la cabeza a los de abajo. ¿Hay una crítica de clases en la película?
Me parece valiente esa mirada de Damián. Se está dirigiendo a varios espectros, pero utiliza como móvil apuntar a una determinada clase para desenmascararla. No como apología, ni en toda la película: se mete en unos lugares, entra y sale. Probablemente, muchas personas que podrían verse identificadas se sientan empujadas a reflexionar. Eso sería un logro. Es cuando sentís que la cosa trasciende, que hay algo de servicio a los demás. Cuando la obra circula, cuando cumple una función extra, que es conectarnos. Es cuando salís como espectador pensando que no está todo perdido.
Entrar en discusión
Si no estás en la tele, no existís. Pero la última participación de Darín en TV fue en 1999, con La mujer del presidente, más allá de posteriores apariciones en unitarios. Fueron el teatro y mayormente el cine las artes que impulsaron a su reconocimiento generalizado como el gran actor argentino de esta era, uno de los más queridos y sin duda el más visto en pantalla.
¿Por qué lográs ese magnetismo que lleva más gente al cine?
Creo que eso es exagerado y bastante injusto. Hice películas que no fue a ver nadie y parecería que ésas no cuentan. Creo en otro tipo de ecuaciones. Con una buena historia, una buena realización y un buen elenco se arma algo que produce magnetismo. No creo en eso de las estrellas que atraen. Hasta hace cinco o seis años, yo no dejaba de ver una película con De Niro… Ahora elijo qué ver, porque muchas películas suyas no me interesan. Es un tipo que me partió la cabeza y lo respeto como a pocos, pero no existen las estrellas solas.
Hollywood y sus figuras –o por qué Darín rechazó un papel en una superproducción– fue tema de una entrevista, hace unos meses, con Alejandro Fantino. El conductor le recriminaba:
–¿Vos sabés la guita que podrías haber ganado?
–¿Y? ¿Para qué sirve? ¿Para qué?, respondía el actor.
– Para vivir mejor.
–¿Mejor de lo que vivo? Yo me pego dos duchas calientes por día. Soy un tipo todo lo feliz que puede ser alguien en un mundo y una sociedad como la de hoy.
Dos duchas calientes por día. La cara de desconcierto de Fantino dio la vuelta al mundo de las redes sociales. Darín está convencido de que Fantino le hizo de sparring.
Ya es de noche cuando se inicia la sesión de fotos, junto a una bicisenda de Av. del Libertador. Los ciclistas pasan y lo saludan con buena onda. Darín cuenta que hay excepciones. Hace poco, un taxista que lavaba su auto en la calle, lo vio pasar y le dijo botón. Darín le respondió, un poco desde lejos, porque el taxista era enorme. Pero se fue masticando bronca. Sólo unas horas después se lo pudo tomar con humor. El actor cree que fue por cuestiones políticas: en esos días, él había aparecido mucho en los medios, tras un reportaje de Pablo Perantuono en la revista Brando, titulado con el textual Somos un país niño. El revuelo incluyó una carta abierta de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
¿Te molestaron las repercusiones de esa nota?
Sí, porque lo primero que sentí es que no importaba demasiado de qué estaba hablando, sino sólo los títulos. Aparecieron algunos epítetos en la nota que fueron los disparadores, pero no importó la esencia, lo que para mí era interesante. No dije nada que no se preguntara la gente en la calle. Pero de lo que yo hablaba en esa nota, y que pasó desapercibido y fue utilizado de un lado y del otro, es justamente lo que se vio después: por qué debés estar de un lado o del otro y no podés tener una posición independiente, tratar de analizar las cosas con objetividad, reconocer qué cosas están bien, en qué avanzamos y en qué no. Poner las cartas sobre la mesa.
¿Aprendiste algo de tanta exposición?
Al final se aprende. De todo. Lo triste es que con algunas experiencias en vez de abrirte, te recluís. Porque les terminás sirviendo el juego precisamente a dos grupos con los que trato de entrar en discusión, a los que les reclamo que me dejen tener una posición independiente, como un derecho ciudadano. Eso pasa desapercibido, no le importa a nadie.
Además, si te contesta la Presidenta, la cuestión crece todavía más…
Ella jugó esa carta… Para mí fue un error que me contestara, pero un error que puedo entender humanamente. Me imaginé la situación, es parte de mi oficio tratar de ponerme en el lugar del otro e imaginar cuál es el contexto en que suceden las cosas. Me la imaginé un 5 de enero, noche de Reyes, en su casa, recibiendo un ataque de alguien de quien ella había manifestado su admiración. Lo habrá sentido como alta traición, que la habrá impulsado a escribir. Pero también dije eso y salieron otros a opinar que estaba buscando clemencia, que arrugué, que me compraron. Me valió muchas críticas. Porque pensaban que yo era el Cid Campeador luchando contra un gobierno, y nada más alejado. Hay gente tan ofuscada que pretende la inmolación. Criticamos a los fundamentalistas por irracionales y nos convertimos en lo mismo. Hay poca reflexión, poco análisis, poco intento de comprensión. Y hay mucha capacidad de crítica aunque no sepamos de qué hablamos.