Bajo las órdenes del califa Omar, el "Príncipe de los Creyentes", las tropas del general Amr ibn al-As invadieron Alejandría en el año 642 con la misión de hacer desaparecer todo rastro de paganismo de esta orgullosa ciudad egipcia fundada en el año 331 a. C. por las fuerzas de Alejandro Magno. Los soldados no tuvieron piedad y, como imitarían varios siglos después estudiantes, profesores y miembros del partido nazi, quemaron los libros atesorados en su célebre biblioteca. Mil años de civilización perecieron mediante el fuego y las espadas. Era la tercera vez que ardía: había sido parcialmente incendiada ya por los soldados victoriosos de Julio César cerca del 40 a. C. Luego, durante los disturbios del año 390 y, finalmente, en el siglo VII. ¿Qué saberes anidaban en los 900.000 volúmenes que fueron convertidos en cenizas por el fundamentalismo religioso? ¿Qué historias y conocimientos, guardados en pergaminos, se perdieron para siempre?
Pasaron casi 1.400 años y el humo aún persiste, se siente. El incendio de la biblioteca de Alejandría –una de las grandes tragedias de la historia antigua, conmemorada en mitos y leyendas– perdura en el imaginario colectivo como advertencia latente, como miedo abismal. Ray Bradbury lo volvió palabras en su novela Fahrenheit 451 en 1953. Y el temor a las llamas impulsa también cada proyecto faraónico de construir arcas del fin del mundo como la Bóveda Global de Semillas de Svalbard en Noruega, el almacén de semillas más grande del mundo inaugurado en 2008 para salvaguardar la biodiversidad de las especies de cultivos frente al cambio climático y las catástrofes naturales.
El martes 6 de febrero de 2018, el miedo al fuego volvió a actuar. Aquel día la compañía SpaceX de Elon Musk sorprendió al mundo al lanzar desde el Centro Espacial Kennedy –en la misma torre desde la que partieron los astronautas hacia la Luna–, en Florida (Estados Unidos), el cohete reutilizable más grande del mundo. El Falcon Heavy llevaba en su interior dos grandes sorpresas: un automóvil deportivo eléctrico descapotable Tesla Roadster rojo con un maniquí –bautizado "Starman"– vestido de astronauta en el asiento del conductor. Y, oculto, un disco. Esta segunda carga tuvo escasa o nula repercusión pese a la magnitud de su apuesta. Se trataba ni más ni menos que del primer paso de la Enciclopedia Galáctica de la Humanidad.
Creado por la Arch Mission Foundation –una organización cuya misión es "preservar y diseminar la información más importante de la humanidad a través del tiempo y el espacio"–, este pequeño disco capaz de sobrevivir las frías condiciones del espacio y durar 14.000 millones de años contiene una copia de la saga Fundación, del escritor Isaac Asimov, el primer volumen de una biblioteca que se empieza a llenar fuera del planeta.
Si cada libro implica un viaje, una biblioteca no es más que una gran nave sin rumbo. Así lo sugirió el gran y patilludo escritor ruso-estadounidense de ciencia ficción en una carta escrita en ocasión de la inauguración de una biblioteca en la ciudad de Troy (Estados Unidos) en 1971. "Felicidades por la nueva biblioteca, porque no es solo una biblioteca –escribió por entonces Asimov–. Es una nave espacial que los llevará a los lugares más lejanos del universo, una máquina del tiempo que los llevará lejos al pasado y al lejano futuro, un profesor que sabe más que cualquier ser humano, un amigo que los consolará y, lo más importante, una puerta de salida a una vida mejor, más feliz y más útil".
El prolífico autor de Yo, robot y El hombre bicentenario intuía no solo las ventajas psicológicas de leer, fantasear y ejercitar la imaginación, sino también los beneficios que representa para nuestra especie compilar el conocimiento en un lugar seguro. Esta idea la comenzó a desplegar en 1942 con el inicio de su saga Fundación, compuesta por 16 libros. En casi 1.450.000 palabras, Asimov imaginó un futuro distante en el que un grupo de científicos llamados "la Fundación" iniciaban el proyecto de una Enciclopedia Galáctica donde acumular todo el conocimiento de la humanidad. Para protegerla de su destrucción ante una posible catástrofe galáctica, elegían asentarse en un planeta llamado Terminus, en el borde de la Vía Láctea.
La biblioteca de la Arch Mission Foundation, cuyos discos recuerdan a los cristales del conocimiento kryptoniano de la Fortaleza de la Soledad de Superman, irá incluso más allá: los discos (o "arcas") desarrollados por científicos de la Universidad de Southampton orbitarán el Sol durante al menos millones de años junto con el auto rojo de Tesla. "Este es solo el primer paso de un proyecto humano épico para distribuir nuestros conocimientos a través del sistema solar y más allá", afirma el emprendedor espacial Nova Spivack. "La biblioteca solar respaldará nuestra cultura por la eternidad de una manera que hará que sea imposible que se pierda".
Pero no será la única: en 2020, le seguirá la biblioteca lunar –una colección de documentos, fotos, videos y datos de nuestra especie que se mandará al satélite natural– e incluso se planea una biblioteca de Marte. "Los libros son nuestra contraseña para llegar a ser lo que somos", escribió el crítico literario George Steiner. "Como las obras de arte, han encarnado la ficción suprema de una posible victoria sobre la muerte. El autor debe morir, pero sus obras lo sobrevivirán". Cuando la humanidad desaparezca, las arcas seguirán allí.
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