Bill Plympton, animación que ladra y muerde
El más independiente de los cineastas cuenta cómo sobrevive a Disney, Pixar y DreamWorks sin traicionarse ni resignar su propuesta delirante, vertiginosa, explosiva e incorrecta. “Mato gente con mis dibujos”, bromea
Doce años atrás, cuando vino a la Argentina por primera vez invitado por el Bafici, el dibujante y animador estadounidense Bill Plympton fue definido por Fernando Martín Peña –director entonces del festival porteño–como el más independiente de los cineastas independientes. El artista no depende de nadie para hacer sus películas, porque las hace él prácticamente solo. Todo: su guión, su diseño, cada uno de sus dibujos, la puesta en movimiento. El artista de verdad no le debe nada –ni dinero ni explicaciones– a nadie, y por eso no está sujeto a las restricciones estilísticas, narrativas y políticas que muchas veces imponen la industria, el mercado y los presuntos intereses del público de cada época. Aquella visita fue en 2005 y el nombre de Plympton era una suerte de contraseña secreta entre los amantes locales de la animación (y algunos estudiantes de cine), quienes en el mejor de los casos habían podido ver su largo debut, la delirante, explosiva, hipnótica The Tune, en el programa Caloi en su tinta, algunos años atrás, o algún otro de sus títulos en un VHS pirata o un DVD importado.
Un par de años atrás, Plympton volvió a la Argentina para dar una masterclass en el Centro Audiovisual Rosario y ahora vino una vez más, invitado por Bit Bang Fest, el festival de animación, videojuegos y arte digital que se llevó adelante en la Escuela Da Vinci (y el Cosmos y el Gaumont) con dirección de Bárbara Cerro. Y la verdad es que, aunque la convocatoria fue enorme, Plympton sigue siendo esta suerte de maestro un poco secreto, cuya obra que no paró de crecer y cuyo estatus de cineasta de culto se ha consolidado en el mundo. Con 71 años y un aspecto absolutamente jovial, Plympton dio charlas, presentó cortos y largos, y le contó a La Nación revista cómo hizo para vivir durante décadas a espaldas de Disney, Pixar y DreamWorks, sin traicionarse ni resignar un centímetro de aquello que tanto le gusta hacer, ni el modo en que le gusta hacerlo.
En la historia de Plympton hay varias revelaciones, momentos centrales en los que comprobó que esto era efectivamente así, que haciendo lo que le diera la gana podía atraer a un público insospechadamente enorme. “Aprendí algo muy temprano proyectando un corto mío llamado One of Those Days, narrado a través de los ojos del protagonista –cuenta–. En este corto, al personaje se le cae una tostada al piso, y al levantarla la mira, y a pesar de que tiene pelos y mugre pegados, se la come. El público enloqueció y yo confirmé que a veces las partes más íntimas del cuerpo, nuestros fluidos y nuestro lado menos encantador, generan escenas mucho más poderosas que superproducciones de sets enormes y miles de personajes”.
Pero la gran epifanía había ocurrido antes, mientras crecía y veía los días pasar en un pueblo en las afueras de Portland, Oregon. “El clima allí es tan lluvioso que cuando uno pasa mucho tiempo en esa zona del mundo, sólo puede terminar convertido en una de dos cosas: en animador o en asesino serial. No es una lluvia pesada, pero sí permanente y te hace cosas extrañas en la cabeza. Muchos psicópatas vienen de allí: Ted Bundy, Tonya Harding. Y muchos caricaturistas y animadores, también: Matt Groening, Will Vinton, Brad Bird. Yo me convertí en ambas cosas: mato gente con mis dibujos”.
Dos de sus películas más conocidas, la mencionada The Tune (en la que un músico debe buscar la inspiración para crear la melodía perfecta, bajo la presión y persecución de su jefe) y Me casé con una persona extraña nos meten de lleno en la cabeza de este animador serial: en su estilo lisérgico, por momentos deforme y alienado, libérrimo, vertiginoso y erótico. En sus historias, algunas metáforas comunes se manifiestan de manera literal, los cuerpos desafían las leyes de la física y la pantalla se satura de guiños a la cultura pop de los años 50 y 60, y al más imaginativo cine fantástico clase B, a la vez que satiriza los aspectos más opresivos del capitalismo corporativo. Una hermosa balada country titulada Good Again provee de pronto el tempo sobre el que se narra el encuentro amoroso entre una salchicha y su pan de pancho, un huevo frito y una feta de panceta, unas papas fritas y un bife; las parejas más perfectas del mundo.
Muchas veces contaste que las primeras animaciones que te fascinaron fueron las de Disney, pero tus películas parecen llevar a un nuevo nivel la locura, el desparpajo y la incorrección que inventaron Bugs Bunny y los Looney Tunes hace ya casi ochenta años.
Definitivamente esas fueron algunas de mis principales influencias: las creaciones de animadores como Tex Avery y Bob Clampett, que fueron quienes más hicieron para empujar las posibilidades de este medio: lo volvieron mucho más veloz, le pusieron violencia, le agregaron sexo, mucho sexo. Tomaron una forma de arte y la patearon y la distorsionaron, y a mí me gusta mucho esa distorsión. En muchas de mis películas puede verse esa deformación salvaje y medio bizarra.
Es común que muchos animadores se acerquen a este arte inspirados por Disney para luego tomar una dirección distinta y a veces hasta opuesta.
Es cierto y es así en mi caso. Cuando era chico, eran mis dibujos favoritos, y aunque luego eso cambió, aún me gusta ver películas de Disney: Enredados me pareció muy linda, y si bien no me gustaron tanto Frozen ni Moana, creo que en ellas uno puede apreciar el increíble desarrollo de su diseño de arte. Lo que me pasó fue que yo quería hacer otra cosa, ir para otro lado, algo diferente, más oscuro y más adulto, así que simplemente me dedico a ver lo que hacen en Disney como fan, no como la dirección creativa en la que me quiero mover.
Una influencia muy importante, cuenta, salió de acá, de la Argentina. “Cuando conocí los libros de Carlos Nine hace unos cuantos años en Nueva York, me pareció que había encontrado un mundo completamente distinto, lleno de ilustraciones y dibujos hermosos. Con los años fue comprando sus libros, y cuando vine acá hace algo más de diez años lo llamé por teléfono y le dije: «Soy Bill Plympton, ¿puedo ir a verte?». Me dijo que sí, pero no estoy seguro de que me conociera. En su casa me dio un tour por su estudio, me mostró sus dibujos y nos volvimos amigos. Tiempo después tuve esta exhibición en Nueva York a la que lo invité a mandar sus obras, y él fue muy amable: estaba tan ocupado, tenía tanto trabajo, con sus libros y sus pinturas que me sorprendió que se hubiera hecho del tiempo para mandarme lo que le pedí. Lo que no sé es qué tan reconocido es acá; sé que en Francia, por ejemplo, es un Dios. Y que cuando empezó a trabajar en animación sentí que había inaugurado un camino enteramente distinto para este género, que era revolucionario. Cuando me enteré de su muerte me entristecí mucho, porque recién estaba empezando a explorar este arte y ya estaba haciendo cosas buenísimas.
Solés contar que llegaste a la animación tarde, pero tu búsqueda personal comenzó cuando a los 20 decidiste mudarte de Portland a Nueva York, donde te dedicaste a hacer historietas políticas y viñetas de vida cotidiana para diarios y revistas.
Cuando terminé el colegio en los 60, no había mercado para la animación, ni escuelas donde aprender. No tenía cómo empezar y yo no sabía nada. Recién en 1985, una veterana de la animación en Nueva York llamada Connie D’Antuono, me mostró todos los pasos necesarios para hacer dibujos animados, un trabajo muy complicado, muy técnico, y una vez que conocí la fórmula mágica me dije: “Ya está: no más historietas, no más ilustración, quiero hacer películas”. Con producción de Connie hice mi corto Boomtown, que fue muy exitoso, y decidí entonces hacer mi propio film, Your Face, que me hizo famoso, cuando obtuvo una nominación al Oscar. Yo ya tenía como 35 años y sentí que querría haber empezado a los 20, pero lo cierto es que la nominación me abrió un montón de puertas insospechadas. Mientras hacía mis historietas para vivir, en el fondo de mi mente tenía la idea de que debería estar haciendo animación y no eso que estaba haciendo. Luego pude vivir de la animación y fue una suerte, porque hoy la ilustración es un medio muy difícil: existiendo Internet nadie quiere pagar por ella, hay demasiadas cosas gratis disponibles.
¿Y cómo te las arreglaste para vivir de tu propio sistema de producción todos estos años?
Bueno, Your Face fue tan exitoso que lo compró MTV y también muchos exhibidores para proyectarlo en sus salas de cine, así que pude vivir durante un buen tiempo con ese dinero. El secreto es que realmente hice casi toda la película yo mismo: la dirección, la producción, el storyboard, la animación, el coloreado, y contraté a algunas personas para el sonido y la música. Como lo hago casi todo, no es caro, es casi gratis. Ahora también vendo los artes originales de mis películas, y como me volví muy popular en Europa y Corea, se venden mucho. A Netflix, a iTunes, a distintos canales... Y gracias a eso y a algunos clips que me encargan y publicidades puedo seguir haciendo mis films, enteramente míos.
En un mundo dominado por la cultura digital, Plympton y su obra artesanal parecen una rareza cada vez mayor. Pero, como señala Bárbara Cerro, directora del Bit Bang Fest (y del proyecto Bit Bang TV, que puede verse online), “el festival se inclina hacia lo autoral, experimental e independiente; Plympton conjuga todo esto”.
Otra cosa que caracteriza tu cine y que también parece haber retrocedido casi por completo de unas décadas a esta parte, desde que Ralph Bakshi hizo películas como Fritz el gato y Heavy Traffic en los 70, es la idea de que la animación también puede estar concebida para un público adulto.
Sí, Bakshi estaba imbuido de este espíritu de los 60, que fue una era honesta en la que uno podía sacarse la ropa y hablar de sexo. Él fue parte de esa revolución y en una época yo podía hacer viñetas con desnudos porque había un gran mercado para eso, en revistas como Playboy o Penthouse, y porque había mucho humor. ¿Por qué al público no iba a gustarle un cine de animación que tocara los mismos temas que aparecían en las revistas que leían? Desafortunadamente hoy en los Estados Unidos hay una discriminación muy estricta entre animación y material para adultos, por la cual los distribuidores están convencidos de que no hay público para una animación para adultos. Creo que es estúpido, pero los grandes productores no lo ven así. Es uno de mis grandes objetivos en la vida: hacerlos cambiar de idea. A la vez, hay muchas comedias de Hollywood, muy zarpadas y desquiciadas, como las que hacen Seth Rogen y Will Ferrell, que podrían ser dibujos animados.
Entre sus últimos trabajos, aparte de los encargos para publicidad y videoclips (como los que hizo para Kanye West), se cuentan la serie Hitler’s Follie (donde imagina qué hubiera pasado si Hitler se hubiera dedicado a la pintura) y cinco aperturas que hizo para Los Simpson. ¿Cómo llegó este animador ultraindependiente a la serie animada más popular del planeta? Por su amistad con Matt Groening. “De hecho, antes conocí a su padre, que se llamaba Homer y que fue un gran documentalista". Hoy trabaja en una sexta apertura, para la próxima temporada. “Va a ser épica”, asegura.