Bonarda para descubrir
Es raro lo que pasa con la bonarda: es la segunda variedad tinta más cultivada –con 18 mil hectáreas– y está en casi todos los vinos cotidianos, de forma que define el gusto local en la góndola de los accesibles. Lleva al menos una década y media de promesa por descollar en la alta gama y, salvo honrosas experiencias, no termina de despegar.
El último movimiento por revitalizarla lo comanda la municipalidad de San Martín, en el este de Mendoza, donde es reina indiscutida (23% del total argentino). Desde ese rincón del desierto la variedad es promocionada más allá de los orígenes y los estilos. Y para ello realizan degustaciones de la variedad. Precisamente en uno de esos tasting probamos un tendal de bonarda.
Hay desde ligeritos y frutados, sencillos y refrescantes, hasta profundos y con crianza importante, pasando por blancos de bonarda y hasta espumosos. Con un panorama tan amplio y errático, sin embargo, algunas cosas empiezan a quedar más claras para la variedad. La primera, que es irremplazable para hacer vinos cotidianos, en la línea de los simples y disfrutables como Familia Morcos (2017, $120) y Comienzos (2016, $100) resultan muy competitivos en precio. La segunda, que hay una mediana gama con estilos afables, frutados y con buen cuerpo, como Los Haroldos Estate (2015, $180) y Aguijón de Abeja (2016, $280), o los ligeros y gastronómicos Colonia Las Liebres (2017, $326) y Vía Revolucionaria (2017, $290).
Hay una franja de alto vuelo, sin embargo, donde Gran Dante (2015, $690), Saint Felicien (2016, $434) y Nieto Senetiner Partida Limitada (2015, $780) proponen tintos con cuerpo y complejidad de crianza, a los que se suman Emma Zuccardi (2015, $810) y El Enemigo (2015, $774), de paladar suelto.
Por último, Colonias Las Liebres Brusca (un espumoso tinto tipo Asti, terminado de fermentar en botella) funciona de maravilla para darse un gusto comiendo desde pucheros a osobuco, aunque aún no está en la góndola. Le llegará su turno, claro, como a la bonarda.