Bourdain, un buscador que redefinió el lujo
Recorrer el mundo con un libro de viajes a cuesta, probar comidas exóticas y tomar buenos vinos. ¿Cuántos placeres como estos servirían más apropiadamente para explicar lo que a comienzos del siglo XXI el mundo considera la buena vida? Si todos ellos debieran convergir en una sola persona que los resuma y encarne, ese sería, sin dudas, Anthony Bourdain.
Pocos referentes como él lograron exponer y difundir más claramente aquello que desde hace algunos años se ha dado en llamar el nuevo lujo. Si la mejor gastronomía estaba, antes de él, vinculada a los fastuosos salones de los restaurantes más refinados de las grandes capitales, Bourdain la supo encontrar también en los mercados callejeros más recónditos del planeta –del Magreb hasta Tijuana– y esa búsqueda de lo auténticamente superior, sin los maquillajes de la opulencia mercantil, representó la redefinición del lujo, el que, para él, podía encontrarse en un tugurio con sillas de plástico de Hanoi, como en el que compartió una cena de seis dólares con Barack Obama, o en el acto deapurar una empanada en nuestro porteñísimo El Cuartito.
Esa conexión del lujo con la vivencia de una experiencia exclusiva, y no con las doradas ornamentaciones de los sitios a donde se arriba enseñando una black card, modificó los paradigmas del consumo alrededor del mundo, convirtiendo en aspiracional aquello capaz de alcanzarse solo si se cuenta con el suficiente afán de descubrir sin prejuicios ni el temor a correr riesgos. "¿Realmente queremos viajar en papamóviles herméticamente sellados a través de las provincias rurales de Francia, México y el Lejano Oriente, comiendo sólo en Hard Rock Cafe y McDonald's? ¿O queremos comer sin miedo, desgarrando el estofado local, la humilde carne misteriosa de la taquería, el regalo sincero de una cabeza de pescado a la parrilla? Sé lo que quiero. Lo quiero todo. Quiero probarlo todo de una sola vez", escribió este chef, escritor y conductor de televisión para quien el cuerpo era "un parque de diversiones".
"Sin experimentar, sin disposición a hacer preguntas y probar cosas nuevas, seguramente seremos estáticos, repetitivos, moribundos", dijo alguna vez con la seguridad de un viajero errante pero conocedor de su rumbo.
Hace dos semanas, sin embargo, se cansó de viajar. En un pueblo de Alsacia puso fin a sus búsquedas o, quién sabe, emprendió una nueva. Los misterios de la mente no nos permiten adivinar las razones de un hombre que se había dado tantos atracones de buena vida, quizá porque también había conocido demasiado bien la oscuridad. Se fue habiéndose dado el gusto de probarlo todo, con el apetito de quienes quieren devorar la vida a cada paso.
Ese fue su gran viaje. Esa fue su mejor receta.