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 • HISTORICO

Cinco pedacitos de Nueva York




Viajar está buenísimo. Quienes tienen la duda o dicen que no es tan así es porque no lo hicieron. Cuando uno viaja se vuelve más sociable, se relaja, aprende y descubre. Viajar es agrandar la mente, abrirse a experiencias que quizás uno no estaría dispuesto a tener en el mismo lugar en donde vive. Hace un par de semanas me tocó pasar 5 días en Nueva York por motivos laborales, y si bien ya se escribieron mil cosas sobre la ciudad (recomiendo mucho leer a Gay Talese en Nueva York, ciudad de cosas inadvertidas), pensé en escribir sobre las 5 consultas que más me hicieron cada vez que fui: cómo es, cómo son ellos y qué se siente. Detalles sobre las calles, su gente, sus negocios y marcas, y sus actividades. Nueva York impacta y agota, y eso la vuelve adictiva.
Las calles. Nueva York es hierro y roca. Manhattan -que es una isla, aunque por su inmensidad no lo parezca- parece haber sido construída para durar, y acá no vale hacer chistes sobre edificios que se derrumban. Todo en la ciudad -desde el One World Trade Center (erigido sobre granito puro) hasta las escaleras del Highline (un parque elevado construido sobre unas vías abandonadas), pasando por los cordones de las veredas (de concreto revestido en acero)- dan sensación de solidez, alimentada quizás por el hecho de que tienen que soportar el peso de los rascacielos y el tránsito de 10 millones de habitantes y 50 millones de turistas anuales. Las veredas son lisas y casi todas iguales, con bloques de hormigón de 2x2 metros, que hacen imposible la existencia de baldosas flojas y sus consecuentes salpicaduras en días de lluvia. Pero a pesar de esa sensación de durabilidad, las obras públicas son permanentes, y siempre hay cortes y desvíos, aunque muy bien señalizados. El subte prioriza la calidad del servicio por sobre la belleza estética, y es el medio de transporte imprescindible para moverse: sirve para trasladarse sin demoras hasta el aeropuerto, o para acercarse a cualquiera de los cinco boroughs: Bronx, Queens, Manhattan, Brooklyn y Staten Island.
Las personas. Es difícil definir cómo es un yanqui si se toma como base sólo a Nueva York, porque es una ciudad global de ciudadanos globales, diversa por donde se la mire. Allí conviven mexicanos, hindúes, paquistaníes, españoles, turcos, italianos y casi cualquier otra comunidad que se te ocurra. La presencia de orientales (difícil saber su nacionalidad con exactitud) y afroamericanos (lo mismo) está tan extendida que por momentos uno puede imaginarse en China o en Nigeria. Y es por ello que en cualquier lugar es posible escuchar cualquier idioma. Hay momentos en que la ciudad parece un hormiguero, y hay otros (en Hell’s Kitchen, a sólo unas cuadras de Times Square, donde me alojaba) en que todo es silencio. Un rasgo en común es la gentileza: en pleno amontonamiento de gente, sin querer pisé el talón de una persona que iba adelante mío (algo que en Buenos Aires suele molestar bastante), y esa persona me pidió perdón a mí por poner su pie en mi camino.
La seguridad. Tuve el timing perfecto de llegar al día siguiente de los atentados en París, y aunque la presencia de policías y de Marines armados era notoria, parecían estar entrenados en el arte de no asustar. Tanto en Porth Authority (terminal de ómnibus y trenes), como en la Grand Central Terminal y en la zona del 9/11 Memorial respondieron mis dudas cuando no encontraba lo que buscaba. Amables, "para proteger y servir". Y en el aeropuerto JFK los controles no fueron más rigurosos que lo habitual.
Fiebre por Star Wars

Fiebre por Star Wars

Las compras. Nueva York es una de las capitales de la moda, y eso se nota no sólo en los vestidos de noche a las 10 de la mañana, sino en su catálogo de marcas instaladas sobre sus principales avenidas. Comprar es una actividad en sí misma, e insume mucho tiempo. Si se dispone del dinero, uno puede conseguir casi cualquier cosa que busque. En mi recorrido consumista -que hizo foco en el outlet Jersey Gardens, en Nueva Jersey, a media hora en micro desde Manhattan- pude ver bien clara la diferencia entre los extranjeros que compran en cantidad y los residentes, que salían sólo con un par de bolsas. La vedette del momento (desde hace rato, en realidad) es Uniqlo (de quien ya hablamos en este post), no sólo por sus conocidas camperas de pluma, sino por todo el resto: camisas clásicas pero de telas excelentes, ropa interior linda y barata, pantalones y remeras térmicas y líneas exclusivas de Star Wars y del MoMa, por ejemplo. El local de la 5ta Av. abre a las 10 de la mañana, pero desde las 9,30 ya hay gente esperando.
La oferta. Acá no quiero hablar sólo de "oferta cultural", porque también hay diversión pura, y muchas veces arte y entretenimiento son cosas distintas. Museos, obras de teatro, parques, muestras, deportes, paisajes, paseos, sitios históricos y más. Negocios que son para mirar y salir sin comprar nada, como Varvatos. Cada barrio tiene su estilo, su onda y su agenda: existen los tranquilos, los que no duermen y los turísticos. Nueva York es la mejor de todas y lo sabe, y por eso se aprovecha de que siempre queden cosas sin hacer para que después surja la "necesidad" (así, entre comillas) de volver. Después de dos visitas todavía me debo visitar algún museo o conocer algún otro rascacielos, pero sí me puedo jactar de haber caminado las mismas veredas que los Ramones, o de haber estado en los mismos lugares que Seinfeld, Led Zeppelin, Michael Jordan o Jimmy Fallon.
Lo más importante a la hora de conocerla es no dejarse llevar por los programas prearmados (conocer un rascacielos, ir a un museo, etc) sino buscar lo que a uno le gusta: NYC seguro lo tiene. Por eso, ¿cuándo volvemos?

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