Claudio Aboy, en tierras de Star Wars
El ilustrador argentino que integra LucasFilm Acme, una selección de artistas alrededor del mundo, trabaja para la saga desde que George Lucas lo contactó y le compró un cuadro de Obi-Wan. Su obra reluce en la feria Comic-Con, que termina hoy
Los ilustradores tienen una doble vida, como los superhéroes que dibujan. Esa dualidad entre una identidad civil y una heroica está presente prácticamente cada día. La máscara y el escondite secreto serán elementos habituales a fin de preservar el trabajo, el sitio donde la introspección se eleva a un estado místico. Dibujar los ubica es el momento más íntimo de esta doble identidad. Su kryptonita puede estar en las convenciones de historietas. Allí se superponen varios relieves: su hall of fame y su lado B son las dos caras de una misma moneda. Un estallido que los expone frente al mundo, reducido a unos cuantos rostros entusiastas con una felicidad desbordante que, por momentos, los supera.
En la Argentina hay, como mínimo, una convención por semana de este tipo, que moviliza a jóvenes –y a veces, no tanto–, a conocer los rostros de quienes siguen a través de sus trabajos en sellos, revistas o impresos, y soñar (¿por qué no?) ser como uno de ellos. Si creen que las que se realizan en Buenos Aires –la séptima edición de Comic-Con, en Costa Salguero, finaliza hoy– eclipsan al resto, están en un error. Su alcance es expansivo. Donde sea que se realicen, miles de fanáticos del cómic llegan hasta ahí, por lejos que sea. La ComicSur de Río Gallegos es el mejor ejemplo de una feria chica, pero muy bien organizada.
Claudio Aboy, nacido en Avellaneda en 1959, integra una lista de dibujantes argentinos que remontó vuelo en los últimos años. Desde hace dos temporadas forma parte del plantel de LucasFilm Acme (sí, como la marca preferida del coyote), una selección global de dibujantes repartidos como planetas orbitados por una misma estrella. También hace trabajos para Editorial Bastei, Top Secret Press y Mount Olympus. Desde que trabaja para la empresa que fundó George Lucas, creador de Star Wars –franquicia ahora en manos de Disney Internacional–, su fama trasciende fronteras.
-¿Es cierto que primero rechazaste trabajar para George Lucas?
No fue exactamente así. Hace ocho años recibí a través de un correo electrónico la invitación para formar parte de un libro de ilustraciones de personajes de Star Wars. La temática era libre, pero siempre dentro de ese universo. Estúpidamente, no lo creí: pensé que se trataba de una gran broma, aunque el mail estaba redactado en inglés y lucía un membrete de la empresa. Pero en el medio hay, y esto es lo que me llevó a descreer de la invitación, muchas propuestas que luego no se concretan. Truchadas. Aunque yo creía que era más una broma de un amigo. Así que directamente no lo respondí. Ese contacto me quedó registrado en mi directorio y a fines de ese año, les envié a todos mis contactos una tarjeta de Navidad. Entonces, ellos me agradecieron el correo y al final insistieron: “Esperamos con expectativas que al final te sumes al proyecto”. Ahí me pasé de tonto: no les contesté. Afortunadamente, a los dos días me llamó un mexicano (otra señal de fortuna, porque hablo muy mal inglés), que trabajaba en la compañía. El tipo me dijo: “Lucas mira dibujos de todo el mundo, vio tu página web y le gustó tu estilo”. ¡Yo nunca había dibujado nada de Star Wars! Según tengo entendido, es un gran coleccionista de dibujos y los pasillos de su casa están decorados con ilustraciones.
-¿Entonces?
Al fin me lo tomé en serio. Hice unos bocetos con pintura al óleo de Obi-Wan Kenobi, mi personaje favorito de la saga. Hice la pintura de 50 por 70 cm, la aprobaron y me dijeron: “Ponele precio que la compramos”. Me compraron el original y, cuenta la leyenda, porque para mí resulta incomprobable, luce en uno de esos pasillos.
-¿Y qué repercusiones tuvo ese trabajo?
Muchas. Con algunas me quería matar. Leí que dijeron con asombro: “¿Lucas no le compra a nadie y le va a comprar a este tipo?” No es cierto: Lucas compró muchas pinturas de artistas plásticos famosos e ilustradores de todo el mundo. Incluso piensa abrir un museo, creo que en Los Ángeles, donde se van exhibir algunos de esos trabajos, así como afiches de sus películas. También me quedaron grandes contactos dentro de Lucasfilm. Y algo no menor: a partir de ese momento, empecé a dibujar para mí cosas de Star Wars. Me enganché con el tema y puedo promocionar mi trabajo.
-¿Qué diferencias existen entre trabajar para una compañía grande con una editorial local?
La diferencia es el cartel. Chapa. La trascendencia. ¿Puede haber alguna diferencia en el presupuesto? Claro. La responsabilidad por el trabajo es la misma. Hacer una ilustración fantástica o cómic es de por sí divertido. Antes de eso sentí que tocaba el cielo con las manos al trabajar tres años para DC Com. Hice portadas, cartas, posters. Eso me abrió al mercado de afuera. A mí me convocaron de la convención Wizard World en Philadelphia (la competencia de Comic-Com) y también creí que se trataba de una broma. Me acuerdo que le respondí: “¿Ustedes saben que soy argentino?”. “Sí, claro”, respondieron los tipos [risas]. Y cuando llegué, resulta que había gente que traía portadas de Heavy Metal, que ilustré hace más de diez años, para que se las firmara.
-¿Cómo lo tomás?
-Me asombra, pero no me la creo. Es llamativo y reconfortante. Pero aclaro esto: sucedió antes de lo de Star Wars. Acá sí hubo un cambio muy grande en las convenciones a las que me invitan. Me tratan como un invitado especial [risas].
-¿Qué pasa en una reunión de ilustradores?
-Personalmente, me encanta encontrarme con ilustradores. Consumo mucha ilustración y no tengo empacho en demostrar mi interés por el trabajo de otros. Así que apenas me meto en una convención, me dirijo sin dudar a lo que llaman El callejón de los artistas y me pongo al día con el trabajo de los demás. Si me gusta, intercambio impresos. Me fascina.
-¿Qué dibujabas de chico?
Superhéroes de la línea de DC. Una tía me compraba ediciones mexicanas y con mi hermano dibujábamos en cartón, luego lo recortábamos y con esos muñecos nos divertíamos. En esa época no existían las figuras de acción, que vendrían muchos años después.
-¿Nunca estudiaste?
-Sí, pero recién a los dieciocho años, cuando me inscribí en la escuela de dibujo de (Carlos) Garaycochea, en la cual años más tarde fui profesor. Soy ingeniero electrónico. Estudié dibujo artístico con un artista plástico muy reconocido como José Marchi y con Oswal [Osvaldo Walter Viola], el creador de Sonoman, un superhéroe argentino. Oswal murió hace un par de años. Son dos glorias.
-¿Qué debe aprender el ilustrador profesional tras dibujar durante tanto tiempo?
-No convertirlo meramente en un trabajo. Ahí te estancás. El ilustrador nunca se agota. Cuando sentís que lo sabés todo, hacés macanas. La realidad dice que siempre hay cosas por aprender, como técnicas nuevas o cambios de estilo. Pero aún dentro de un mismo estilo, podés lograr distintas técnicas. Hice casi de todo: acrílico, óleo, lápiz, lápiz de color, aerógrafo, aguada de tinta. También trabajé con técnicas digitales. Me encantaría, y de hecho lo tengo previsto, lograr el campo del 3D, que es otra manera de ilustrar.
-¿Hiciste ilustraciones para cine en 3D?
-No. Acá hice ilustraciones en 3D para gráfica y escenografía. Hice un trabajo para Lino Patalano. Fue para unos shows que dieron Julio Bocca y Eleonora Cassano en el Maipo. También hice la tapa de un disco de Rata Blanca, además de la escenografía para uno de sus recitales. Y marquesinas de teatro en 3D. Pero fue una etapa.
Aboy comenzó su carrera profesional en publicidad, hace treinta y siete años. Fue en Arado producciones, una pequeña agencia donde dibujaba un poco de todo. “Los estudios mismos te abren la puerta al free-lance. De afuera se enteran de que dibujás y te piden trabajos. Cuando ves que te entra laburo que se paga mejor, tomás la decisión de irte del estudio. Así fue: luego de Arado estuve trabajando mucho tiempo por cuenta propia.”
-En publicidad ya eras conocido.
-En publicidad no te conoce nadie. Ves tus trabajos distribuidos en las gráficas de toda la ciudad y nadie sabe que sos vos el que los hizo. Ni siquiera te creen si lo decís [risas]. Así que tomé la decisión de trabajar para editoriales. En editorial hay una firma; en publicidad, no. Hice ilustraciones para la revista Noticias, para Playboy. Hice tapas de Conozca Más y, paralelamente, mandaba ilustraciones por carta a editoriales extranjeras más del tipo del cómic.
-¿Hacías superhéroes?
-No. Hacía pin-ups que se convirtieron en tapas o contratapas de revistas importantes de los Estados Unidos y Alemania. En Estados Unidos ilustré para una revista muy famosa, Heavy Metal Magazine. Hice tapas, calendarios, de todo.
-Las mujeres que dibujas son hiperrealistas, ¿trabajás con modelos vivos?
-No. Pero cuando hacés hiperrealismo, necesitás referencias. Aunque inventes, tomás un modelo.
-En tus dibujos hay una mujer que se repite, ¿se trata de alguien especial?
-[Risas] No. Sé a qué te referís. La historia sí es especial. Cuando haces hiperrealismo, primero tomás una modelo y luego inventás. Mi musa es una morocha sexy de República Checa llamada Denise Milani. Un día recibo un mail con una dirección extraña y era Denise Milani. Decía muy humildemente que se reconocía en mis ilustraciones. Me dije: ahora viene un problemón con un juicio. Pero no. Estaba contentísima con mi trabajo. Le envié una ilustración en la que estaba alada. De esa ilustración pensamos en un proyecto en la que ella fuera distintas heroínas para que publiquemos un libro. Pero ella estaba en el medio de un juicio grande por uso indebido de su imagen con un ex representante y decidió dar marcha atrás con la idea. De hecho, fue un punto de inflexión: desde entonces sus imágenes no se renovaron más. Se dedicó al fitness y se volvió escultural.
El mitólogo Joseph Campbell realizó una exhaustiva comparación entre los mitos heroicos del mundo entero. Así describió la dinámica del arquetipo del héroe en un patrón narrativo que llamo El camino del héroe. Este camino es el de un viaje circular, iniciado por una pérdida, una tragedia, un paraíso perdido. En la primera fase del camino descripto por Campbell, hay una situación a la que se refiere como el llamado a la aventura, en la que debe tomar la decisión crucial que lo llevará a aceptar o rechazar su camino heroico. En el superhéroe, será la adquisición de estos dones sobrehumanos los que lo conducirán a la decisión moral de aceptar este destino.
-¿Tu sueño era ser como uno de los superhéroes o como sus dibujantes?
-Nunca soñé con convertirme en ningún personaje, ni siquiera con disfrazarme. Sí tuve referentes del dibujo. De la Argentina soy admirador del trabajo de Julio Freire. En historieta, de Ricardo Villagrán, Alfredo De la María (Uruguay), Lucho Olivera, aunque yo no hacía nada de lo que hacían ellos. También me gusta el trabajo del norteamericano Drew Struzan.
-¿Cómo viviste la época dorada del cómic argentino?
-Eso fue increíble. Editorial Columba hacía D’Artagnan, El Tony, Fantasía. Había una actividad infernal. Ibas a los puestos de diarios y estaban llenos de revistas de cómics. Fue una fuente de trabajo extraordinaria para dibujantes y escritores. Vino más tarde Fierro, que también tuvo su época dorada. Lamentablemente cerraron y se produjo el quiebre de muchas editoriales. Hoy existen emprendimientos pequeños: fanzines o editoriales chicas. Pero nada de aquella envergadura.
-¿Es usual el intercambio entre ilustradores?
-Entre los que se admiran entre sí, es usual. Lo que no sucede es que vayan al callejón al ver el trabajo de los demás.
-¿Es por divismo?
-Creo que no. Somos muy introvertidos. Estamos mucho tiempo sentados dibujando o frente a una máquina. Esa práctica limita la fluidez de la comunicación. Sin embargo, hice buenos amigos ilustradores. Jorge Lucas, creador de El Cazador; Néstor Taylor, Rodolfo Mutuverría, creador de Dibu. También tengo amigos escultores, porque hay un rubro de escultura dedicada al cómic.
-¿Qué motivó el nuevo boom de los ilustradores?
-Antiguamente fueron las historietas. De ahí se desprendieron algunos sellos, algunos personajes que se llevaban al cine, pero eso era muy esporádico. Poco a poco el cine invirtió los roles y ahora es la pantalla grande el motor que impulsa la historieta.
Agradecimientos: al Hospital Garrahan por la locación. Legión 501: a Gustavo Calviño por la participación y vestuarios. A Alejandro Daniel Udut por el vestuario y props de Jedi. A Diego Doe, de Doe´s Toys, por locación y props.