Cómo es correr la media maratón de Nueva York como amateur
Un frío inusual de fines de invierno dijo presente en Nueva York. Un clima ideal, quizá, para patinar sobre hielo en el Rockefeller Center o en Central Park, o para tomar un café bien caliente en algunas de las miles de tiendas repartidas en toda la ciudad, pero quizá no el que un atleta amateur desearía para correr una media maratón.
A pesar de eso, este cronista, junto a unos 22.000 valientes (incluyendo 80 argentinos) afrontó los dos grados bajo cero –que con el viento helado del norte bajaban aún más- del amanecer neoyorquino del domingo 18 de marzo para recorrer los 21 kilómetros o 13 millas de la media maratón de Nueva York.
¿Cuál es la motivación de un deportista amateur? La misma que la de un profesional: llegar a la meta. El objetivo, entonces, es llegar, en lo posible sin caminar, siempre corriendo. Mi objetivo de máxima: completar el recorrido en menos de dos horas.
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Arrancamos a las 4 am
Claro que, en primer lugar, hubo que levantarse a las 4 AM para poder llegar en horario desde la isla de Manhattan a Brooklyn, donde estaba pautada la salida. Llegar a las 6 de la mañana garantizaba poder cumplir con todos los requisitos demandados por la exigente (e impecable) organización del evento, pero implicaba también no encontrar refugio hasta la hora programada para la salida: 7.30 am.
Salimos
Llega la hora y la excitación crece entre las filas de los corredores: suena la señal de largada. Todos empezamos, casi sin haber podido hacer un precalentamiento, a ponernos en movimiento. En ese momento, una singular coreografía tiene lugar a lo largo de la fila: prendas de ropa empiezan a volar de un lado a otro de la calle, como si fuera una lluvia de serpentinas o papelitos cuando sale a la cancha un equipo de fútbol. Camperas, bufandas, guantes y pantalones, que serán destinados para gente sin techo.
Los primeros 3 km
Los primeros tres kilómetros, desde el Jardín Botánico de Brooklyn hasta el puente de Manhattan, pasaron entre bromas y gritos de aliento desde los costados de las calles, cerradas por un fuerte cordón policial.
El primer pico de emoción llegó al cruzar el Manhattan Bridge. Muchos pararon para sacar fotos, mientras otros grababan videos con sus smartphones o sus cámaras GoPro. No era para menos: la vista desde la parte sur de la isla al cruzar el East River, con las siluetas de los rascacielos dibujados contra el cielo, lo merecía.
Chinatown y el kilómetro 5
Al pasar el puente, ya a la altura del kilómetro 5, el recorrido pasaba por el popular barrio de Chinatown, donde mucha gente, muy abrigada, con mucho entusiasmo y muchas veces con pancartas (con mensajes, dibujos o incluso caras recortadas de algunos familiares o amigos) saludaba a los atletas.
El zigzagueante recorrido derivó a la costanera, pegados al East River, uno de los brazos de agua que rodean la isla. El frío se hacía sentir más intensamente en los casi 4 kilómetros al borde del río, sin protección de edificio alguno. El plan de carrera indicaba no levantar el pie del acelerador, con la mente puesta en conservar energías.
El kilómetro 11: bebidas frías y pensar
Un par de puestos con la música a todo volumen sirvieron como una inyección de adrenalina ideal hasta llegar al edificio de las Naciones Unidas, ya en el kilómetro 11, pasando ya la mitad de la carrera. Los puestos de hidratación ofrecían bebidas frías, más bien casi congeladas, por lo que la mayoría optaba por dar un sorbo y seguir su marcha.
A partir de allí, la cabeza jugó un papel fundamental, porque para afrontar lo que restaba era necesario no aburrirse, algo realmente imposible al entrar al centro de la ciudad por la mítica calle 42, pasando por otros lugares emblemáticos: el edificio Chrysler, la Estación Central, la Biblioteca Pública en la 5ta avenida hasta llegar a Times Square. La esquina más popular de la ciudad nos recibió con una gran cantidad de público a ambos costados de las calles con un gran aliento e incondicional apoyo a todos los corredores.
Compatriotas en el kilómetro 13
Los gritos de "Argentina, Argentina" resonaban muy fuerte a cada paso, lo que inflamaba los corazones y brindaba, llegando ya a los 13 kilómetros, una energía extra a las piernas. Ahora entiendo lo que pasa por la cabeza de todo aquel que representa al país en una competición internacional.
Seguí corriendo. Una media maratón no se puede hacer sin haber entrenado previamente. Para afrontar este desafío sumé un año de entrenamiento con el equipo amateur de running del club Ferro Carril Oeste (que aportó 14 corredores, siendo así el equipo más numeroso en la delegación argentina).
La entrada al Central Park marcó el comienzo de la última (y larga) etapa. Casi 7 kilómetros recorriendo el gigantesco parque, escenario de cientos de películas y series. No había que aflojar, todavía faltaba mucho. Lo bueno, es que no venía en último lugar. Lo confirmaban todos los que me pasaban. Miré hacia atrás: me perseguía una gran marea humana de gente demente, como sólo puede estarlo quien corre con este frío.
Central Park: qué pena que se termina
Por la mente de un corredor pasan muchas cosas en una carrera larga. Muchos se concentran puramente en dar el siguiente paso. Otros en sus problemas cotidianos, o en disfrutar lo que están viviendo. Precisamente, en el momento de atravesar Central Park pensaba: "qué lástima que ya estemos en la última etapa". Claro, las piernas no opinan lo mismo, porque la suma de kilómetros acumulados empiezan a sentirse. El plan de carrera indica acelerar un poco. ¿Se podrá a esta altura? Se puede, obvio. El fervor continuaba desde los costados, contrastando con los árboles desnudos del gigantesco pulmón de la ciudad, mudos testigos del paso de los corredores.
Ya en los kilómetros finales varios empezaron a aflojar. Con la frase Come on, we're almost there (vamos, que casi estamos ahí) alenté a un par de desconocidos que ya no podían con su alma. Y es que los corredores amateurs no competimos contra otros, sino con nosotros mismos.
Sprint final
El cartel indicador de los 800 metros finales fue un estímulo vital. Las reservas que me quedaban las dediqué al último sprint, superando a varios corredores que ya se contentaban con cruzar la meta de cualquier manera.
La llegada fue una gran alegría, incluyendo el emocionante momento cuando a uno le cuelgan la medalla. A pesar de que la temperatura había bajado un grado más (-3°C), nada podía borrar la sonrisa de los rostros. El objetivo principal estaba cumplido. Era la hora del festejo y, para un corredor, de pensar en los próximas metas a cruzar.
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