Cómo fomentar la crianza con apego
El anhelo de todos los padres es que sus hijos alcancen un vínculo de apego seguro: esa callada confianza de que hay un adulto (mamá o papá) disponible para atender sus necesidades, calmar sus ansiedades y preocupaciones, cuidarlo, atenderlo, mimarlo. Es un hecho trascendental porque esa confianza en el vínculo humano luego se traslada al entorno y también se internaliza. Así el niño crece disfrutando de la vida, con toda su energía puesta en crecer, aprender, establecer nuevas relaciones, jugar, sin desperdiciarla en defensas para protegerse, que es lo que ocurre en los casos en que el vínculo de apego no se haya establecido como seguro. Crianza con apego es una de las formas posibles de intentar alcanzar esa seguridad en el vínculo. Vínculo de apego seguro y crianza con apego no son conceptos equivalentes ni idénticos. A pesar de que la palabra apego figura en ambos, no significan lo mismo.
En la crianza con apego se favorece la cercanía física de la madre y el bebe durante los primeros meses, incluso años, de vida a través del colecho, del amamantamiento prolongado, de llevar el bebe junto al cuerpo de la madre. Son conductas altamente beneficiosas (si se toman medidas para cuidar la seguridad física del bebe) durante sus primeros meses de vida, pero no basta con esa cercanía física para que el bebe adquiera un vínculo de apego seguro. En un extremo podríamos ofrecer presencia y contacto físicos, pero no emocionales, y así no favoreceríamos la seguridad en el vínculo; en el otro podríamos nosotras confundirnos y no discriminarnos del bebe ni acompañarlo a aprender dónde termina él y empieza mamá, con lo que no lo habilitaríamos para descubrir, aceptar, incluso disfrutar que no somos una sola persona, sino dos personas separadas.
El vínculo de apego seguro se va constituyendo entre la madre y su bebe con el paso del tiempo en la relación entre ellos. La cercanía física es una de las formas en que la madre le ofrece una base segura, se combina con disponibilidad física y emocional de la mamá, sintonía y empatía con las necesidades del bebe, miradas, estimulación, juego, charla, buenos cuidados, interactuando ambos en una danza de apego cada día más rica, placentera, nutricia, amorosa, confiable. Para lograrlo las mamás necesitamos haber curado, o estar en proceso de curar (de ser necesario), el vínculo de apego con nuestra propia madre, para no hacer con el bebe lo mismo que hicieron con nosotras, y tampoco lo contrario: que podamos encontrar nuestro camino personal de maternidad, que lo miremos y nos dejemos llevar por lo que vemos.
Así se establece una relación que le permite al bebe ir separándose y diferenciándose, y a medida que esto ocurre, el hijo conserva la seguridad de que cuenta con su mamá, de que ella está disponible, aunque esté en el cuarto de al lado, aunque le empiece a dar mamadera en lugar de amamantarlo, cuando lo ponga en el piso a jugar junto a ella, en lugar de tenerlo tan cerca y pegado, ofreciéndole así el espacio indispensable para diferenciarse e individualizarse.
Una mamá que no está pegadita pero, en cambio, está disponible para cuando su hijo la llama, ya cansado de investigar por su cuenta y necesitado de una dosis de reaseguramiento. Hace años leí una frase que resume con claridad el mensaje que quiero transmitir: "Hace falta separarse para poder decir hola". Esa separación no puede empezar de golpe y por decreto; tampoco puede comenzar a pedido del hijo: es una separación que empieza en el parto con el nacimiento y el corte del cordón, y continúa en aquellos actos, a veces concretos y otros simbólicos, con los que las mamás les vamos mostrando de a poquito, sin retenerlo innecesariamente, que más allá de los dos hay un mundo interesante que está esperando para ser descubierto.
La autora es psicóloga y psicoterapeuta