Era el lugar de sus sueños y esperaba toda la semana para volver, una y otra vez, como si un imán invisible lo atrajera más allá de su voluntad. Era cierto, para cualquier chico de diez años, viajar más de 30 kilómetros para visitar al tío divertido que tenía la suerte de vivir justo frente a un local de videojuegos, era todo un plan. Pero esa tarde hubo algo que lo distrajo por un momento del juego que consumía toda su atención...
A su espalda, la esposa del dueño del local paseaba relajada a Marianela, la más pequeña de sus hijas y que tenía unas semanas de vida. Ceferino no pudo contener la curiosidad y sintió la necesidad de darse vuelta para contemplar a esa dulce bebé que había robado por completo su atención.
"Durante los años siguientes la vi crecer, en pañales, gateando, aprendiendo a caminar. Cuando cumplí los 15, dejé de frecuentar el lugar y comencé a explorar nuevos horizontes. Entre el secundario, el fútbol y los amigos ya no quedaba mucho tiempo de jugar arcade. Así pasó la vida. Fui papá joven, formé pareja por muchos años y al final me separé y estuve solo por un tiempo".
A comienzos de 2010, y luego de haber vivido en otras ciudades, Ceferino regresó a Sunchales, una localidad agroindustrial del departamento Castellanos, en la provincia de Santa Fe donde había pasado los días más felices de su infancia. Sí, era la ciudad de los videojuegos y donde esa pequeña bebita había llamado su atención.
En Sunchales, consiguió trabajo como seguridad en un boliche bailable. Pronto entabló amistad con los encargados de la barra, el DJ, los repositores pero también con las meseras del local. "Una de las meseras me cautivó con la primera mirada. Eran muchas caras, mucha gente en la noche y cuando la vi entrar fue instantáneo. Le dije a mi amigo: mirá, ¡mi futura esposa! Obviamente ella ni me registró el hola que le dije esa primera vez. Entonces empecé a bromear. La llamaba mi amor, ella se reía y no pasó mucho tiempo hasta que también se sumó al juego".
Ella estaba terminando una relación de varios años que había llegado a su fin. Ceferino esperaba pacientemente hasta que, una noche luego de divertirse con charlas y bromas, intercambiaron números de teléfono. "Empezamos a mensajearnos, meses después ya éramos una parejita virtual, cada vez me gustaba más y cada vez me costaba más despegarme de ella".
Ceferino formalizó su relación con aquella chica divertida, que disfrutaba de las bromas y tenía siempre buen sentido del humor. Las charlas cada vez eran más profundas, recordaban viejos tiempos, momentos de la infancia y la adolescencia.
"Hasta que una noche, mientras ella me hablaba del lugar donde se había criado me di cuenta que Marianela, esa beba que yo había visto a mis diez años en los videojuegos era la mujer que estaba sentada frente a mí en ese mágico momento. Todo se unió de pronto como en un rompecabezas. Siempre habíamos estado conectados de alguna manera: su hermana mayor era de mi grupo de amigos, habíamos coincidido en varios recitales aunque sin vernos. En fin, esa niña que yo veía en pañales es hoy el amor de mi vida y lo siento así cada vez que la miro. Siento que el hilo rojo siempre estuvo para guiarme al momento y lugar exacto para ser totalmente feliz". Actualmente Ceferino y Marianela viven en Rafaela, Santa Fe, con sus hijos Ángelo e Indiana.
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