Cachorros, algunos enfermos y en agonía, viejitos que según los argumentos "ya habían cumplido su ciclo y no servían para nada". Fernanda Almada siempre estuvo conectada con los animales y atenta a sus necesidades, especialmente con los abandonados y en situación de calle.
"Después de ayudarlos en su recuperación, di muchos perros en adopción. Y hace ocho años volví a mi pueblo natal, al sur, con los perros que tenía en ese entonces. Los primeros años la gente venía a mí cada día a dejarme sus perros, algunos me pedían ayuda y otros me amenazaban con que si no los recibía, los iban a tirar en la ruta o incluso matarlos porque en su casa ya no los querían. Me he encontrado con bolsas con cachorros en la puerta, perros enfermos, animales viejos con argumentos de que no servían para nada. Nunca pude negarme. Instalada en este espacio y rodeada de chacras y con el espacio físico para poder atenderlos como corresponde, fui rescatando cerdos, chivos, aves y vacas. Y así llegamos a ser los que somos hoy: más de cien animales y yo, la única que se encarga de todo", recuerda Fernanda.
Entre todos las historias con las que esta joven mujer se topó, hubo una que la conmovió por completo. Fue hace tres años cuando supo que un vecino había recibido un chivo como parte de pago por una venta. Panzi era un bebé de pocas semanas de vida, tenía el tamaño de un perro caniche y ese vecino lo había aceptado para engordarlo y comerlo. "Obviamente acá nadie actúa de otra manera, es un pueblo rural, los animales son cosas para ellos".
Hasta que llegó el día en que Panzi estuvo listo para ser degollado y desangrarse hasta morir. Así matan a los chivos en el campo y él no iba a ser la excepción. "Pero Panzi lloraba tanto que el hombre no pudo llevar a cabo su tarea. Lloraba igual que mi bebé, le dijo a mi hermano Nicolás cuando lo fue a buscar para rescatarlo de su suerte. Lloraba tanto y tan fuerte que no lo pude matar, repitió".
Así llegó Panzi a los brazos de Fernanda. Asustado, temeroso. Le llevó varios días poder confirmar que nadie iba a hacerle daño, que había llegado a un lugar donde valoraban su vida y donde iba a estar rodeado de semejantes y libre. Fernanda lo abrigaba con ponchitos, le daba zanahorias especialmente cortadas para que pudiera masticarlas sin problema. "Se convirtió en uno más de la manada, duerme al sol, se enoja cuando le doy naranjas en lugar de zanahorias e intenta golpearme con sus cuernos", dice ella entre risas.
Mientras, su trabajo continúa, día y noche al servicio de los animales con los que convive en el espacio al que bautizó El Rinconcito de Amigos Animales. A pulmón pero con una voluntad de acero, los mantiene con ventas en ferias, rifas y donaciones de particulares en @elrinconcito.amigosanimales. "A estas alturas de aislamiento estamos en una situación complicada y los animales no entienden de pandemias ni reglamentaciones. Ellos son nuestra responsabilidad y no pueden esperar".
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