Impulsado por su deseo de explorar, abrirse a nuevos conocimientos y hallar su lugar en el mundo, en el año 2010 el argentino Lucas Gentile (38) emprendió un viaje hacia Berlín, un destino que le abrió las puertas a nuevos desafíos laborales y personales.
Incansable en la búsqueda de un buen futuro, en el año 2013 decidió invertir sus ahorros e inaugurar un restaurante de tapas que funciona con éxito hasta el día de hoy. A lo largo de los años, su experiencia como emprendedor independiente en el rubro de la gastronomía le permitió conocer Berlín en sus diversas facetas, que incluyeron actitudes impensadas por parte de una sociedad de la que siempre había aguardado la perfección. Pero tanto en el pasado, como en el presente atravesado por el coronavirus, Lucas develó rasgos de una comunidad muchas veces contradictoria.
En el marco actual del virus que impacta al planeta, los comportamientos de los distintos gobiernos –signados por la incertidumbre y sus propias características socioculturales-, han sido dispares. Alemania, que registra 63.420 casos totales hasta el 30 de marzo - 46.250 activos, 16.623 recuperados y 547 fallecidos-, cuenta con una llamativa tasa del 0,9% de mortalidad, considerada baja teniendo en cuenta de que se trata del 5to. país con más afectados del mundo.
Sin embargo, y más allá de las cifras relativas y parciales, para Lucas la pandemia ha puesto en evidencia otros aspectos sociales y gubernamentales, que sin dudas lo han afectado en lo personal. En una breve entrevista para LA NACIÓN, el argentino explica algunas de sus impresiones acerca de cómo es vivir en Berlín en tiempos del coronavirus.
- ¿Qué opinás de las medidas específicas que implementó el gobierno de Berlín y cuál ha sido la respuesta del ciudadano?
En mi opinión personal, la ciudad reaccionó muy tarde, de manera escalonada, en vez de actuar de forma más drástica y firme. A nivel oficial, la idea de imponer una cuarentena total nunca estuvo bien vista, para ellos sería violar las leyes del Estado alemán; la sola imagen les recuerda a los tiempos pasados oscuros del nazismo, en donde los ciudadanos tenían restringidas sus libertades individuales. Desde el gobierno son varios los que consideran que el encierro puede ser malo para la salud psíquica de la población y es por ello que hasta el día de hoy se puede salir a hacer deportes y pasear a las mascotas; por otro lado, decidieron limitar las salidas a un máximo de dos personas juntas, ya sea para ir a hacer las compras, al hospital, o a la farmacia. Esto se terminó de implementar luego del cierre de las discotecas: como consecuencia de esta prohibición lamentablemente se organizaron fiestas llamadas "coronavirus party". ¡Increíble! Acá la sociedad en general comprende y acata sin la necesidad de prohibiciones extremas, nunca vi a Berlín tan vacía, pero siempre hay excepciones: la falta de empatía y solidaridad es algo que se padece en menor o mayor medida en todos lados.
- En relación a la actividad laboral, ¿cómo han impactado las medidas en la atmósfera cotidiana de tu comunidad?
La sensación que se respira es muy extraña y hasta el viernes 27 de marzo se percibía una fuerte disconformidad, consecuencia de una profunda incertidumbre alimentada por las indecisiones gubernamentales. En mi opinión, salvo por Ángela Merkel que es bastante clara en algunos aspectos, a los políticos acá no les gusta hablar con transparencia. En las últimas semanas los dichos de unos y otros comenzaron a volver loca a la gente. Un ejemplo es lo que pasó en el rubro gastronómico: dijeron que iban a ordenar el cierre, luego que no iban a hacerlo, más tarde implementaron horarios y nos pidieron que dispongamos las mesas de tal forma que respetaran un metro y medio de distancia entre sí, lo que me llevó a dar vuelta todo el local y, justo ahí, decidieron el cierre y mantener únicamente el servicio de entrega a domicilio. En lo personal, me parece perfecta la cuarentena y, sin embargo, el problema fue la constante vacilación. Los grupos hoteleros y los restaurantes, al advertir la falta de claridad, amenazaron con presentar una demanda.
Considero que, en situaciones tan estresantes como esta, se debería tratar de mantener un discurso coherente que lleve a disminuir lo más posible los nervios generalizados. El Estado debe ser claro y concreto. Lo mismo sucedió en relación al hecho de brindar o no ayuda monetaria a los emprendedores y empresarios. Por supuesto que todo esto generará un gasto fiscal magnánimo a futuro, pero hoy se precisan soluciones concretas para traer calma, que es lo más importante.
Creo que acá, en Berlín, la comunicación fue mala porque los mismos gobernantes estuvieron perdidos. Recién ahora, en los últimos días de marzo, comenzaron a alinearse: después de idas y vueltas, se confirmó la ayuda de 9000 Euros a empresas de hasta cinco empleados, y de hasta 15 000 Euros a las que tengan un máximo de diez. Es un dinero que no deberá ser devuelto y que está destinado a solventar tres meses de gestión empresaria. Asimismo, lanzaron una línea de créditos flexibles. Con la característica burocracia alemana, todo esto requerirá de muchos trámites y tiempo. Estamos ante una Berlín que todavía no se decidió a cambiar antiguas leyes, a pesar de que se dice que el 80% de la población solicitará la ayuda social y que el sistema colapsará.
- ¿Cómo describirías el estado anímico y emocional en Berlín?
En esta zona de Alemania no vivimos la situación con miedo, sí con disconformidad por ese ping pong indeciso al que jugó el gobierno. Las medidas escalonadas comenzaron a generar un caos social, que derivó en esa inevitable angustia, que recién ahora está menguando. Por otro lado, al principio lo que sí hubo fue un impulso desmedido por comprar y abastecerse de cosas hasta innecesarias del supermercado. ¡Hubo gente que se llevaba 10 litros de yogurt! Claro, después se dieron cuenta de que no lo iban a poder consumirlo a tiempo... Fue así que hace un par de semanas las góndolas estaban vacías y hoy ya se encuentran normalizadas. Ahora el día a día se vive con una aparente calma, sin paranoia, y el semblante de las personas no se ve mal.
- En tu caso, ¿qué sentimientos te atraviesan en esta situación como argentino, lejos de tu tierra y tu familia?
Siento agobio y cansancio mental. También un poco de tristeza y bronca, porque acá pagamos impuestos altísimos y, tal como mencioné, la respuesta del gobierno fue en un comienzo tibia.
Las emociones están como nunca a flor de piel. Yo debería estar en Argentina ahora, justo tenía un vuelo programado desde hacía mucho a mi país para el 17 de marzo. Ansiaba volver a reencontrarme con mi tierra, mi familia y mis amigos; había tenido en cuenta de que se podía declarar los cierres de fronteras y, aun así, me ilusioné con que fuera más tarde, entonces organicé y realicé muchas compras como para contemplar una posible cuarentena en Argentina, algo que no sucedió. Me pareció la decisión correcta y, sin embargo, no dejó de ser duro, pero, en fin, ¿quién dijo que la vida es fácil?
Mi opinión en este momento es que hay que hacerle caso a los que saben. En este camino creo que es primordial que los gobiernos comuniquen con firmeza y claridad. Si aislarnos es la mejor solución, debemos hacerlo, y estoy convencido de que vamos a ir para adelante. El otro día leí: "Nos piden que no hagamos nada y ni eso sabemos hacerlo bien". Yo espero que no sea así, anhelo que esto nos una como nunca y nos lleve a solidarizarnos. A nivel mundial, deseo que este acontecimiento desafíe nuestra inteligencia. Esta situación siento que nos abre las puertas a que, cuando todo pase, pongamos nuestra capacidad para seguir produciendo, pero en mejores condiciones humanas y de calidad de vida; tanto en Alemania como en otros países del mundo, se están replanteando los sistemas empresariales a través del home office y, más importante aún, los sistemas de educación para nuestros niños.
Y si pienso en Argentina, deseo que esto se traduzca en un cambio de paradigma y que nos conduzca por un camino que, por fin, nos enseñe a cumplir las leyes.
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