Crónicas masculinas. Cosas de mujeres
Por Héctor M. Guyot (*)
He cumplido el sueño del pibe: vivo rodeado de mujeres. Todo empezó con una pregunta inocente: ¿qué hacés hoy a la noche?
-Nada -le dije a mi amigo.
-Vamos al cine. Quiero presentarte a una amiga.
La película fue Hamlet, en versión de Mel Gibson. La habría olvidado, pero trajo consigo -adivinaron- a mi primera mujer. Las otras llegarían tan naturalmente como se dio aquella salida que partió mi vida en dos y que -me gusta pensarlo así- también las contenía en germen. Se trata, claro, de mis dos hijas.
Antes de Mel Gibson yo vivía solo. Ahora navego en un universo femenino tan vasto como insondable, por el que me muevo con extremo cuidado. Para no voltear la pila de bombachas tras el planchado, por ejemplo. O para no ir pisando pinturitas a mi paso. También para acercarme despacito y suavemente por las mañanas, cuando parece que la luna ha influido en sus humores. Con ellas aprendí que el mundo gira alrededor de un peinado, que los aprontes para una salida son más importantes que la misma salida, y que la línea recta no es la distancia más corta entre dos puntos.
Mis amigos me preguntan si buscaré el varoncito. Les digo que no. Aún me falta mucho por aprender. Así me lo hizo saber el otro día mi hija de 4 años cuando, mientras la bañaba, me desvié del ritual que día tras día sigue con su madre y quise aplicarle el desenredante equivocado:
-No sabés nada, papá -sentenció-. Son cosas de mujeres.
(*) El autor es redactor de la Revista
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