¿Cuál es el rol de los militares?
La mano firme de Roca, la revolución de 1930 y el comienzo de los golpes... Luis Alberto Romero y Miguel Angel De Marco analizan la cuestión castrense desde los albores del país hasta hoy
lanacionar–Se da como un hecho que las Fuerzas Armadas –el Ejército y la Marina, más precisamente– nacieron con la Nación. Pero la historia viene de más atrás.
MADM: –El Ejército, y luego la Marina de Guerra, surgieron de la necesidad de respaldar con la fuerza de las armas los postulados de Mayo de 1810. De ahí que una de las medidas iniciales del Primer Gobierno Patrio fue ordenar la salida de una expedición militar compuesta por ciudadanos llamados a las filas, comandados por jefes y oficiales de milicias que habían tenido su bautismo de fuego en las invasiones inglesas de 1806 y 1807. Se trataba no de fuerzas de línea, formadas por soldados profesionales, sino de cuerpos de ciudadanos que alcanzaban su veteranía a medida que marchaban y se enfrentaban con las tropas adversarias. La composición de las fuerzas de la Independencia se realizó sobre esa misma base, aun en el caso del Ejército de los Andes, al que San Martín otorgó profesionalidad para desarrollar su visionaria empresa de atacar el poder español, no por el Alto Perú, sino por el Pacífico. Un ejemplo es la conocida proclama a los ciudadanos de Cuyo, en la que se les decía que había en los cuarteles más de cien sables arrumbados a la espera de brazos que los empuñaran.
–¿Cómo era la vida de aquellos primeros soldados?
–Durante la prolongada lucha civil se recurría a los reclutamientos en uno y otro bando, lo cual resultaba fatal para los pobladores, que eran incorporados a las tropas en constante lucha. Era desastroso para su vida familiar y su modesta economía. Conllevaba, cuando los teatros de operaciones eran lejanos, el desarraigo, la pérdida de mujer e hijos y la casi completa imposibilidad de recuperar los bienes, muy escasos en la mayoría de los milicianos convocados. Algo similar sucedía cuando se los incorporaba a la lucha contra los indios. Esta situación no varió en la etapa del país dividido. La guardia nacional de la Confederación y del Estado de Buenos Aires era llamada para los reducidos conflictos interprovinciales, y los dos más serios que enfrentaron grandes masas de tropa fueron Cepeda, en 1859, y Pavón, en 1861. Uno y otro contaban con reducidas fuerzas "de línea", o sea, permanentes, compuestas por voluntarios, "vagos y mal entretenidos", definición suficientemente amplia como para incorporar individuos que no solían contar con los favores de la autoridad lugareña. Merece señalarse el caso de un ejército sostenido básicamente con los recursos de su jefe: el entrerriano, comandado por el general Justo José de Urquiza y principal sostén del Estado nacional durante nueve años, de 1852 a 1861.
–¿Y la Marina de Guerra?
–En el caso de la Marina, se procedía a armar y desarmar escuadras según arreciara o no el peligro en el Río de la Plata y en los cursos fluviales, mientras se confiaba a corsarios al servicio del gobierno argentino la tarea de dañar el comercio enemigo en los mares del mundo. Esto ocurrió en la guerra de la Independencia. En la lucha contra el Brasil sucedió algo parecido: el poderío de la escuadra imperial contrastaba con la precariedad de la flota "republicana". Aunque Brown obtuvo increíbles triunfos por su denuedo y valor. En la campaña del Paraguay, la Marina era casi inexistente y su actividad se redujo al transporte, mientras que los aliados brasileños contaban con modernos buques acorazados.
–Avanzando más en el tiempo, ¿cómo era percibida la cuestión militar hasta llegar a la revolución de 1930, que derrocó a Yrigoyen?
MADM: –Roca mantuvo en un puño al ejército durante su primera presidencia, pero al asumir Juárez Celman ya empezaron a notarse nuevos movimientos. Dando forma a una actitud cada vez más "natural" en la vida argentina, los civiles involucraron a los militares en revueltas para obtener sus fines. Si esto había sucedido antes, se notó con mayor fuerza en 1890, 1893 y 1905. Y por cierto en 1930, cuando José Félix Uriburu encabezó la revolución que derrocó a Hipólito Yrigoyen y contó con la aquiescencia de destacados políticos, hasta que se advirtieron las inclinaciones corporativistas del general.
LAR: –Me parece interesante esta otra referencia: desde las reformas de Roca y Ricchieri, a principios del siglo XX, el Ejército constituye una de las instituciones mejor organizadas del Estado. Su personal está altamente calificado y posee capacidades que exceden lo estrictamente militar. Así, el Ejército [y luego las otras armas] asumió distintas tareas del Estado. Por ejemplo, los ingenieros militares tuvieron participación decisiva en el desarrollo de la aviación, de las comunicaciones, de la explotación petrolera. La institución se interesó por aquellas industrias que de un modo u otro tuvieran que ver con la defensa, como Fabricaciones Militares o Somisa. Pese a esa presencia destacada, durante las primeras décadas dominó la idea de la subordinación de la institución al poder civil.
–¿El golpe de Uriburu marcó un antes y un después en la política argentina?
MADM: –No es tan así. Pero, sí, fue uno de los hechos más traumáticos del siglo XX. No cabe duda de que la revolución del 30 significó el inicio de un predominio de las fuerzas armadas, e incluso una parte de ellas intentó establecer un sistema corporativista en la Argentina, pero también en esa misma revolución había gente con posturas liberales dentro del Ejército. Por eso no es sencillo establecer de forma tajante una época determinada, precisa.
LAR: –Es que había mucha más unanimidad del lado político y civil que del de los militares. Salvo el grupo que rodeaba a Hipólito Yrigoyen, todo el mundo estaba de acuerdo, por distintas razones, en que había que terminar con ese gobierno.
MADM: –La realidad es que los militares fueron sacados de los cuarteles para hacer esa revolución, y todo el mundo aplaudía. No pocos civiles vieron al movimiento como la gran solución para el país. Lisandro de la Torre mismo lo creyó así en un primer momento; le pareció una solución, aunque después, al comprobar las tendencias corporativas de Uriburu, se apartó.
–El siglo pasado mostró, en no pocas oportunidades, una inclinación hacia lo militar de parte de la sociedad civil. ¿A qué atribuyen ustedes ese comportamiento?
LAR: –Mire, siempre las historias son complejas. Yo creo que nosotros hemos contado mucho las historias de cómo los militares avasallaron el Estado, pero hay otra historia, que es cómo los políticos que perdían sistemáticamente apelaban a los militares para cambiar los resultados. Es cierto que desde 1920 el Ejército comienza a asumir una función de tutela o vigilancia de la conducción política del Estado. Pero eso no alcanza para explicar la presencia del Ejército en la política a través de los golpes de Estado. Necesariamente hay que considerar que, siempre, los militares irrumpieron convocados, avalados e impulsados por sectores políticos civiles. La pregunta sobre los reiterados golpes militares lleva necesariamente a examinar la vida política democrática, tal como funciona desde 1916. Uno de sus rasgos ha sido su carácter fuertemente faccioso. Las partes no reconocen la legitimidad del adversario; no hay diálogo ni negociación. El que gana se queda con todo; el que pierde no acepta la derrota y hace todo lo posible para recuperar el poder. No hay en general reglas comúnmente aceptadas, y cualquier medio es válido. Y el medio más sencillo, casi al alcance de la mano, es recurrir a los militares. Así ocurrió en 1930, cuando la participación de los civiles en el golpe superó ampliamente a la de los militares, que apenas movilizaron unas pocas unidades. Y 1930 fijó el modelo para futuras intervenciones. Hasta que no se construyó un sistema político basado en la aceptación común de reglas, no se alejó el fantasma de la intervención militar. Y esto ocurrió hace relativamente poco: apenas veinte años. En los años del gobierno de Arturo Frondizi, por ejemplo, la posición de los partidos políticos, empezando por la Unión Cívica Radical del Pueblo, era vergonzosa.
Hicieron todo lo posible por acabar con el orden institucional. Hoy esto es impensado para la sociedad y la dirigencia política. Pero claro, también hay en el Ejército, y en las otras fuerzas, predisposición a intervenir. En parte por la convicción de que la institución, jerárquica y ordenada, tiene la clave para gobernar una sociedad ingobernable por sus conflictos. El general Onganía, por ejemplo, creyó que un golpe autoritario bastaba para poner todo en orden y para realizar de un solo saque la reforma de todas aquellas cuestiones que habían dividido a la sociedad. Pronto aprendió que las cosas no eran tan sencillas, aunque a las Fuerzas Armadas todavía le faltaba hacer otra experiencia de reforma drástica y fracasó. Pero en parte por una cuestión que hemos tocado en otras conversaciones y que hace a la ideología argentina más arraigada: el nacionalismo. La idea de que alguien monopoliza la representación de la nación es sustentada por muchos; entre otros, por las Fuerzas Armadas. Eso les ha dado una seguridad y una confianza sin límites a la hora de interrumpir gobiernos civiles y trastrocar instituciones: no sólo creían que sabían, sino también que alguien, probablemente Dios, les había confiado la misión de regenerar a sus compatriotas, aunque fuera contra su voluntad.
MADM: –Las experiencias de los gobiernos militares –no de militares en el gobierno, como fueron Mitre, Roca, etcétera– resultaron negativas para el país y para las propias Fuerzas Armadas. La gente de armas no está para ejercer funciones básicamente civiles, sino para capacitarse con el fin de defender a la patria, cosa que felizmente hoy nadie pone en duda, y menos que nadie el propio ámbito castrense. El maniqueísmo de muchos argentinos, que juzgan mirando con un solo ojo, impide, sin embargo, valorar otros aspectos positivos de sus fuerzas armadas; tareas realizadas en silencio, en cumplimiento del deber y de una vocación que no promete siempre una vida fácil. La acción cívica, la alfabetización en los cuarteles, los servicios de sanidad, la investigación científica, la vigilia en los mares y cielos argentinos, la secular presencia en la Antártida.
LAR: –En ese sentido, creo que en los últimos veinte años las fuerzas armadas se han convencido de que aquél es un mal camino.
–Entonces, bien pueden marcarse claramente dos épocas: 1930 y 1983.
LAR: –Sí, pero con responsabilidades de los dos lados. Evidentemente, el Ejército desarrolló esta actitud de pretender ser los salvadores de la patria, pero también hay que decir que los militares siempre fueron llamados.
–Y nos llevó cincuenta años aprender la lección
–Exactamente.
–¿Creen que podrá recomponerse, en algún momento, la relación entre civiles y militares?
LAR: –Ojalá que sí. Hay un aprendizaje que debe hacerse de los dos lados. Yo no estoy tan seguro de que sean posiciones irreconciliables. Es cierto que se vive una etapa de mucha irritación, pero no hay que olvidar que las Fuerzas Armadas cambiaron muchísimo en estos últimos veinte años...
MADM: –Es cierto que hay capas en la sociedad que mantienen su irritación, pero es cierto también que hay otras capas que no lo sienten de esa manera. Yo pienso que en el conjunto de la sociedad no existe una animadversión completa, generalizada, radical, contra las Fuerzas Armadas. El gran cambio es que ahora se mantienen en el lugar de donde nunca debieron salir y cumplen las pautas que marca la Constitución.
LAR: –Mi reproche, como ciudadano, es que todavía las Fuerzas Armadas no han hecho una autocrítica profunda. Ahora, como historiador, sé que estas autocríticas son raras de verse en toda la historia de la humanidad.
–¿La autocrítica del general Martín Balza, en su momento, no alcanzó?
–No. Fue importante. Pero no alcanzó.
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