Hasta los 13 años Delfina Carle hacía una vida normal como la de cualquier adolescente en la ciudad de Daireaux, ubicada a unos 400 kilómetros al sudoeste de Buenos Aires. Tenía muchas amigas, no le desagradaba nada y le iba muy bien en el colegio.
Sin embargo, "de un día para otro" comenzó a comer cada vez menos. Y con el tiempo, empezó a desmenuzar todos los alimentos como si estuviera paveando con la comida, como ella misma cuenta. Y, obviamente, esas conductas reflejaron un considerable descenso en su peso. Por aquel entonces solía bajar entre cuatro y cinco kilos por mes.
"Hasta que en un momento directamente no comía ni tomaba líquidos. Para mi cumpleaños de 14 no comí absolutamente nada y la gente ya me hacía notar que estaba demasiado flaca y les decían a mis padres que prestaran atención. Sin embargo, ellos ya me habían llevado a que me hicieran estudios de sangre que no habían arrojado que padecía anemia ni otra patología. Pero una vez en el colegio sentí que no tenía fuerzas para escribir, se me caía la lapicera de la mano, por lo que tuve que llamarlos para que me vinieran a buscar", confiesa Delfi, a la distancia.
Internación y diagnóstico
A partir de ese momento comenzó a restringir las salidas con sus amigas para evitar tener que exponer su relación con la comida. El cansancio y el sueño eran las excusas perfectas para no estar presente en esos encuentros.
Durante esos días su papá, que es médico, la pesó en su consultorio y la balanza se detuvo en los 43 kilos. Su tío, que es cardiólogo, les recomendó a sus padres que se trasladaran a la ciudad de Buenos Aires para que le hicieran algunos estudios que, según Delfi, iban a ser un trámite. Nada más alejado de la realidad.
La pediatra que la atendió en el Hospital de Clínicas le dijo a Delfi que se tenía que quedar internada porque con ese peso no podía estar en la calle caminando. En ese momento ella miró a sus padres como no entendiendo lo que la doctora le estaba diciendo.
"No era consciente del daño que me estaba haciendo"
"Yo no hablaba con nadie, estaba enojada conmigo misma, como decepcionada, no entendía lo que había pasado. Cuando me dijeron que tenía anorexia no sabía de qué se trataba y empecé a buscar en Internet y en vez de tratar de recuperarme hice todo lo contrario, fue como una rebelión adolescente pero sin ser consciente de que me estaba haciendo mucho daño: dejé de comer, me tenían que pedir por favor que tomara agua para hidratarme y me tuvieron que colocar suero y una sonda desde la nariz hasta el estómago para pasarme nutrientes", confiesa.
A raíz de la sonda que le habían colocado, una noche comenzó a ahogarse, levantó mucha fiebre y, literalmente, pensó que se moría porque no podía respirar. Entonces, su mamá le preparó un té y unas vainillas que consumió casi sin pensarlo. "Lo único que quería era estar bien. No era justo que además de hacerme mal a mí misma le hiciera daño a mis padres y a mis abuelos que me llamaban desde larga distancia llorando", rememora.
A partir de ese momento Delfi comenzó a comer, de a poco, hasta que la trasladaron a un centro de rehabilitación en donde fue atendida por nutricionistas, psicólogos y psiquiatras.
La hora de sincerarse
Al principio, confiesa, le mentía a la psicóloga y la manipulaba en relación a las cosas que le contaba. Pasaron unos años hasta que pudo dar con una psicóloga con la que sintió empatía y comenzó, por fin, a sincerarse.
"La adoro, no le miento en nada y me ayuda muchísimo porque yo misma fui a pedirle ayuda y ella me aceptó como adulta, no como adolescente. Tenemos una muy linda relación, nos reímos, si me tiene que retar, me reta, me puso un límite a mi cabeza que antes no tenía. Mis padres y mis amigas me daban consejos, pero la psicóloga y el psiquiatra son fundamentales porque son personas lejanas a mi familia que no sabían nada de mi vida".
Delfi cuenta, orgullosa, que a raíz de la terapia comenzó nada más y nada menos que a quererse a ella misma, algo que antes no ocurría por estar tan pendiente de su relación con la comida. "Volví a disfrutar de juntarme con amigas y de reírme toda la noche, de saborear un asado o una merienda con mate y torta con mi familia. Ahora, pienso en lo feliz que estoy y no en si estoy comiendo de más o de menos. Cuando entendí que tenía que hacer las cosas por mí y no por la mirada del otro me empecé a recuperar".
La escritura, una forma de hacer catársis
"Cada vez que estoy mal escribo en el celular lo que siento y lo que me sale es como que de alguna forma me tranquiliza. Cuando termino lo leo y me doy cuenta qué cosa fue lo que hizo que me haya sentido mal. Muchas veces, se lo comparto a mis amigas porque a ellas les encanta como escribo ya que muchas veces hago hincapié en lo importante que es disfrutar de la vida o en decirle a alguien las cosas que siento. Mi psicóloga los tiene impresos y reflexionamos juntas en las sesiones. La escritura, para mí, es fundamental", cuenta Delfi.
Hace unos días Delfi escribió estas líneas a modo de metáfora en relación a esa lucha que viene sosteniendo contra la anorexia. Y más allá de lo simbólico, la responsabilidad por su salud parece tenerla muy clara.
"Que alivio sentirte un poquito más lejos, a vos que me comes la cabeza con tal de hacerme mal, a vos que me despertás a la madrugada para recordarme lo mal que me siento, a vos que me sacás momentos lindos de mi vida y me devolvés los malos. Que alivio me da superarme de mis propios miedos y enfrentarlos. Saber que se te viene y ponerle una mano en frente para que pegue la vuelta. Saber que colaboro todos los días y cada vez lo siento menos, que si puedo 1,2,3, podré el resto. No te voy a decir que es fácil, me cuesta hasta enfrentarme a mí misma y entender que te gané acostumbrada siempre a perder. Me tuviste que ganar millones para que un día te frene y sea mi verdadero yo el que empieza a ganar. Me hiciste perder parte de mi vida, momentos lindos, fiestas, salidas, cenas, almuerzos, cumpleaños y hasta un mate con amigos. Me hiciste creer que era insuficiente como para lograrlo. Y ahora soy yo la que te va a hacer creer que sos insuficiente como para ganarme".
Lo más importante es el amor
Pero más allá de sus escritos, la terapia la fue ayudando a conectarse con esa Delfina que tiempo atrás no tenía posibilidades de ver la luz al final del túnel. "Lo que más necesita una persona es amor, alguien que te diga que ya va a pesar, que va a estar todo bien, que te brinde un abrazo, un beso, que te de la suficiente confianza para saber qué vos podés salir adelante", confiesa.
Actualmente, Delfi, que tiene 18 años, está trabajando en un estudio contable durante las mañanas y tiene ganas de comenzar a estudiar Psicología. "Con todo lo que pasó aprendí a quererme y a aceptar a mi cuerpo aún si tengo algunos kilos demás, mientras yo me sienta bien anímicamente. Lo más importante es lo de adentro, lo que uno siente, lo que uno dice. Lo de afuera es físico y en algún momento eso se cae. Sin embargo, lo de adentro es siempre lo que compartís con la gente".
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