Hace treinta años, un 14 de febrero, los caminos de Sandra Moleker y Fabián Verhulst se cruzaron casi por casualidad en un pueblo del oeste de Buenos Aires llamado Fortín Olavarría. La distancia que los separaba no impidió que se enamoraran profundamente y decidieran formar una familia. Fue así como, apenas unos años después, se establecieron en Trenque Lauquen y tuvieron dos hijos varones.
Todo parecía marchar bien para ellos, a pesar de los sacrificios que les demandaba la vida. Contratiempos que, a fuerza de disciplina y hábito, pudieron sobrellevar en lo cotidiano. Desde siempre, Sandra se había desempeñado como docente de grado, mientras que Fabián trabajaba en establecimientos agropecuarios. "Durante casi 17 años vivimos prácticamente separados; mis hijos y yo en la ciudad y Fabián en un establecimiento rural a varios km. Nos veíamos dos o tres veces por semana. Ya estábamos acostumbrados a esta vida y aparentemente vivíamos felices. Pero algo inesperado sucedió y transformó nuestras vidas", revela Sandra.
El primer golpe
La primera alarma sonó estridente el día en que a ella le diagnosticaron cáncer, una noticia que les costó mucho procesar, no solo por el peso devastador de la palabra, sino por las consecuencias que tendría en su estilo de vida. La familia completa atravesó por sensaciones de sorpresa, incredulidad y el más absoluto desconcierto.
Grandes cambios pueden llegar en un segundo y modificar una realidad por completo. Sandra y su familia fueron testigos de cómo aquel balance familiar hábilmente sostenido por años, colapsaba de un día para el otro, para dar lugar a una nueva etapa en sus vidas.
"Comencé a pensar en lo que pude haber hecho y no lo hice postergándolo para más adelante; me preocupaba el impacto sobre mis padres, que ya habían perdido un hijo, sobre mi esposo que debía hacerse cargo de nuestros hijos de 10 y 14 años. Por primera vez debía separarme de ellos y dejarlos a cargo de otra persona", explica Sandra. "Hubo que reorganizar la familia, contratar una empleada doméstica para que se encargara de la casa, Fabián comenzó a venir todos los días para ocuparse de muchas de las cosas de las que yo me ocupaba, ya que el tratamiento debía realizarlo en Buenos Aires, porque Trenque Lauquen no contaba con un centro de radioterapia", continúa.
Volver a uno mismo
En marzo del 2011, Sandra comenzó con el tratamiento de radioterapia en la ciudad de Buenos Aires y gracias a la ayuda de LIPOLCC (Liga Popular de la lucha contra el Cáncer), todos los fines de semana pudo viajar a Trenque Lauquen a visitar a sus hijos y a Fabián. Así mismo, las emociones y cambios, tan intensos, la llevaron a buscar apoyo para rencausarse en su nueva realidad.
"Por ello, cuando terminé el tratamiento me sugirieron que asista a la fundación GENAP -Gente en Apoyo - donde atienden al paciente oncológico y a su familia en forma permanente, integral y gratuita. Fue allí que volví a reencontrarme con el telar, actividad que había realizado en la escuela primaria en la materia `Labores´ cuando tenía aproximadamente 11 años. Recuerdo que mi primer telar fue uno sencillo y pequeño para un almohadón escocés en rojo y azul", rememora.
En GENAP, Sandra inició tres talleres: meditación, yoga kundalini y telar. Todos espacios que utilizan diferentes técnicas para recuperar el equilibrio interno. "Nos trae de vuelta a nosotros mismos, nos conecta con el aquí y ahora posicionándonos frente a la vida de otra forma. Y el telar lo logró en mí profundamente. Para mí tejer es como un mantra que me lleva más adentro, cerquita del alma, me hace sentir paz y bienestar", afirma.
El segundo golpe
Sin embargo, para marzo de 2015 aquella nueva estabilidad lograda con tanto esfuerzo se vio alterada por otro golpe. Sandra, que se encontraba en Buenos Aires ayudando a su hijo mayor a instalarse para cursar la universidad, escuchó la voz afligida del menor al otro lado del teléfono y se le contrajo el corazón. Fabián, su marido, había sufrido un ACV hemorrágico.
"Me dijeron que debía ir urgente esa misma noche, porque no sabían si iba a sobrevivir", recuerda Sandra emocionada, "Fue el viaje más largo de mi vida, pero en mi interior yo estaba muy tranquila y sentía que todo iba a salir bien. Después de una semana en terapia intensiva, pasó a sala común y a los quince días ya estaba en casa. Llegó en silla de ruedas, no movía la mano derecha y tenía algunas dificultades con el habla. Mis hijos querían abandonar sus estudios para colaborar con el cuidado de su papá, pero logré convencerlos de que ellos debían seguir con sus vidas, porque iba a ser una rehabilitación muy larga y que lo íbamos a lograr con la ayuda de los profesionales y los amigos que nos rodeaban. Creo que en las terapias que aprendí en GENAP me prepararon para sobrellevar esta nueva etapa con mucha tranquilidad y paciencia", continúa.
La transformación
Ante el nuevo panorama, la vida de Sandra y Fabián daría otro giro inesperado. Luego de un año de kineseología, fonoaudiología, psicopedagogía y más, él no logró recuperarse como para volver a su trabajo de toda la vida. Y así, entre las horas libres y sin empleo, le pidió a su mujer que le enseñara a tejer a modo de terapia ocupacional. "Necesitaba ocupar mi tiempo y mi mente. Comencé haciendo los nudos y de a poco fui aprendiendo la técnica. Nunca pensé que pasaría a cobrar tanto significado en mi vida y que se transformaría en un emprendimiento", explica Fabián con una sonrisa.
Juntos forjaron otro comienzo, una etapa inesperada y dulce que los reencontraría más unidos que nunca, más sabios y fortalecidos por las aristas de la vida. "Cuando uno toma conciencia de que cualquier día puede ser el último día se comienza a vivir el presente disfrutando de las cosas sencillas. Compartir esta actividad nos permitió redescubrirnos", cuenta Sandra conmovida.
En este nuevo tramo, Fabián y Sandra desarrollaron un emprendimiento textil llamado "Caleutum", que significa transformación. "Nosotros debimos transformarnos y adaptarnos a esta nueva vida, el vellón se transforma en lana y nosotros la transformamos en una cálida manta. Elegimos como logo la chakana o cruz andina que muestra que la vida es un continuo proceso de transformación", continúa.
Para Sandra y Fabián, tanto el cáncer como el ACV llegaron para alertarlos de algo que hacía rato no querían escuchar. "No lo escuchábamos, porque estábamos muy ocupados con nuestros trabajos y no prestábamos suficiente atención a las pequeñas señales del cuerpo. Hasta que finalmente el mismo nos dijo a los gritos ¡Bastaaaa!. Estamos convencidos de que la vida es un aprendizaje; lo que hoy nos parece un gran problema sin solución puede ser una oportunidad para transformarnos y lograr una vida más saludable, placentera y feliz. Ahora vivimos con una actitud positiva. Lo hacemos, porque hoy estamos vivos", concluye con una sonrisa.
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