Darío Sztajnszrajber, un rockstar filosófico
Es el hombre que supo acercar la filosofía a la vida cotidiana, amplificando en la TV, la radio y el teatro aquella labor silenciosa que viene haciendo dentro de los límites de un aula desde hace más de veinte años.
1 de febrero de 2015
Es filósofo, escritor y docente. Dedicado a la divulgación de la filosofía, es el protagonista de Mentira la verdad (Canal Encuentro) - Créditos: Florencia Trincheri. Ilustración de Ale López Mella
Uno podría quedarse escuchándolo horas enteras. Porque cuando Darío Sztajnszrajber habla, la docencia le sale por los poros. El lenguaje claro, la mirada profunda y atenta, el discurso rítmico, casi hipnótico, y esas preguntas que te quedan rebotando en el cerebro, quizá sin respuesta alguna. Porque de eso se trata la filosofía: de tener muchas más preguntas que respuestas.
Darío lo supo siempre. Desde esos días en que iba a un colegio primario religioso y el concepto de Dios lo hacía pensar en cuestiones existenciales, o desde el recuerdo de una adolescencia de búsqueda artística –en plena primavera alfonsinista, a principios de la década del 80– en la que soñaba con ser escritor y pasaba tardes enteras en la biblioteca devorando los clásicos o escuchando las canciones de Spinetta y Charly García. "A la filosofía, entré por la literatura, por Cortázar. Leer sus cuentos me acercó a las problemáticas de la filosofía. Y cuando leí Rayuela, dije: ‘Esto me interesa’".
Poco tiempo después, llegó la certeza, de manos de una bibliotecaria que le dio un ejemplar de Humano, demasiado humano, de Nietzsche. Darío lo estaba leyendo en el subte un día y la sensación lo golpeó: "¡Me encanta... No entiendo nada, pero me encanta!". Esa es exactamente la misma reacción que hoy muchas veces recibe de quienes ven su programa de TV –las tres temporadas de Mentira la verdad, disponibles en la web–, de quienes lo escuchan en su columna radiofónica en Metro y medio o de los más osados, que se animan a una experiencia en vivo en Desencajados, un mix de teatro, filosofía y música que intenta resquebrajar todos los lugares comunes en los que circulamos para vivir nuestros valores cotidianos: el amor, la angustia, el tiempo, la realidad. Es una especie de aula magna donde una banda en vivo envuelve en el clima apropiado a los espectadores y Darío hace lo que más le gusta hacer: dar clases. "Nunca dejé de hacer lo que hago en un aula. Miro a la cámara como si mirara a un alumno. Con este fenómeno de la filosofía de hoy, ponemos más el acento en lo que sucede en los medios. Pero me parece fundamental entender que esto permite que lo mismo que sucede en un aula hoy llegue a mucha más gente. Entender que un programa de televisión o de radio también pueden ser aulas y pensarlos no como mero entretenimiento, sino como un dispositivo formativo".
No le gustan las fórmulas, pero cuando se trata de aplicar este saber abstracto a la vida cotidiana, Darío se enciende y le brotan ejemplos que parecieran estar sacados de la vida de cualquiera de nosotros. ¿Existe algo así como una receta para filosofar? "Se empieza a hacer filosofía en esos lugares donde uno supone que no se hace filosofía, o sea, en lo más obvio. Cuando todo se derrumba, es muy fácil hacer filosofía. Vos te peleás con tu novio y no solo pensás en por qué te peleás con tu pareja, sino que problematizás qué es el amor, por qué me tengo que enamorar... Vas de un problema cotidiano a la cuestión filosófica de la naturaleza del amor. O cuando un país se está cayendo, recién ahí nos empezamos a preguntar qué es la justicia. Cuando todo funciona, no te preguntás nada. Porque todo funciona. Paradójicamente, es entonces cuando hay que hacer filosofía. Por eso, andá a lo cómodo y sacá la tapa, preguntate qué esconde esa comodidad".
De repente, le suena el celular y atiende. Habla de cosas cotidianas: cuentas, horarios, agendas. Entonces parece un tipo normal. Como si por un momento hubiera decidido bajar conscientemente a la tierra, después de haber estado hablando de ideas y conceptos desde que comenzó la entrevista. "No me llevo bien con las cuestiones domésticas. Soy aire, aire, aire en todos mis planetas y hay pocas cosas que me bajan a la tierra. Mi familia me baja, me baja el trabajo. Me baja andar en bicicleta, porque me conecta con el cuerpo. Me permite no pensar. Eso me pasa también solo cuando veo fútbol o cuando cocino. El resto de las horas, mi cabeza no para. Y a veces no lo soporto. O sea, me encanta... y al mismo tiempo me abruma".
Para este año, planea escribir su segundo libro –el primero fue ¿Para qué sirve la filosofía?– y continuar con el teatro, la radio y las clases. Pero antes, un merecido descanso. Y lo que para cualquiera podría ser un espacio de no pensar en nada, para Darío es, nuevamente, como casi todo, una oportunidad para repensarse a sí mismo. "Eso de ‘¿cómo me voy a angustiar en vacaciones, cuando debería estar con el cerebro bronceado?’ no es para mí. Al revés, para mí no hay mejor momento para reconectarse con las angustias existenciales que las vacaciones, reflexionar sobre los porqués que nos constituyen como personas. ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué voy a hacer este año? Ponerte un poco en crisis. Si te podés poner un poco en crisis con el mar enfrente y una cerveza en la mano, es mucho mejor que ponerte en crisis en la mitad de la vorágine del año laboral. Es una buena oportunidad".
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