DE FRENTE Y DE PERFIL
Tiene once libros publicados y un balazo en el brazo izquierdo. Enfrentó 25 querellas criminales. Una bomba le destruyó la casa y, en otro atentado, se la acribillaron con 78 balazos. Pero cuando descubrió a Edgard Allan Poe, a los 12 años, supo que la profesión de notero de temas policiales iba a ser su vida y su trabajo
Llueve en Londres, como siempre. Un tono gris, denso, aplasta la ciudad. Holmes, parado justo delante de la ventana, observa en silencio y con sus manos en los bolsillos del pantalón cómo el humo de una chimenea del edificio de enfrente juega con los hilos de agua que caen mansamente, dibujando globitos en los charcos de una calle que nadie transita.
A unos pasos de él, sentado en el extremo de un gran sillón, Watson disfruta de un jerez. Alguien llama a la puerta, con tres golpes cortos, pero firmes. El visitante, empapado, pide disculpas porque al entrar va dejando huellas de barro sobre una alfombra rectangular de color escarlata y finísimos flecos blancos. "Es que vengo de Kent, y..." Holmes lo interrumpe, mirándolo a los ojos. Recorre la figura del extraño y se detiene en sus botas. El resplandor de un relámpago ilumina el rostro de Watson, que permanece sentado, con las piernas cruzadas, aferrado a su copa; el trueno -seco y estruendoso-, que sigue al relámpago, hace vibrar los vidrios de las ventanas, pero no tapa las primeras palabras de Holmes: "Ese barro no es de Kent... esa tierra no se ve en Kent".
El sol de la mañana apenas se filtra a través de la cortina americana y mantiene casi en penumbras la amplia oficina del director del noticiero del Canal 13. "Acá vamos a conversar más tranquilos", invita el periodista. Y después de recordar viejos tiempos, de redacciones compartidas y amigos en común, el hombre, que ya anda por los 68 años, pega un salto al pasado -casi, diríamos, con nostálgico placer- para explicar este presente. Es que, como buen sabueso, intuía la pregunta.
"En mi barrio, en Villa del Parque, había un cine, el Gran Bijou, que era una piojera donde te pasaban tres películas en continuado por una moneda y te llevabas los sánguches de milanesa en esas bolsitas de papel madera... Yo era un pibe, de 12 o 13 años, y uno de esos días daban El mastín de los Baskerville, que era de un cuento de Arthur Conan Doyle, y después Los crímenes de la calle Morgue. Yo ya venía leyendo a Poe... no existía la televisión, y eso, bueno, era una gran ventaja... Pero cuando se ve esa escena en que Sherlock Holmes se da cuenta que ese barro no era de Kent, y explica por qué, bueno, me enloqueció. Me impactó tanto que después empecé a interesarme en la lógica analítica. Empecé a leer cuanto libro de lógica caía en mis manos... Sí, creo que le debo mucho de mi profesión a Holmes, al cine y a la literatura policial."
Don Felipe Sdrech, el papá de Enrique, había llegado a Buenos Aires en 1911, desde el Líbano. "Yo nací en enero de 1930 y, claro, fui el Turco desde siempre, porque acá los árabes, y los descendientes de árabes, son turcos", admite con resignación.
Felipe, que nunca pudo hablar bien el castellano, se las arreglaba como podía para criar a sus cuatro hijos vendiendo ropa.
"Esos días de infancia eran duros, realmente. Yo vengo de una familia muy humilde, con necesidades. Las distracciones eran el potrero, la pelota, el Gran Bijou y los libros. Yo siempre digo: agradezco no haber crecido con la televisión, porque eso me acercó a los libros. Sandokán, los textos de Verne, de Poe... Me abracé a los clásicos de la literatura policial: Doyle, Agatha Christie, Gastón Leroux, autor de El misterio del cuarto amarillo. Los chicos, antes, pensábamos distinto, manejábamos mejor el idioma gracias a la lectura. Había otras inquietudes. Mirá, a los 15 me afilié al Partido Socialista y ahí también aprendí mucho para la vida. ¡Cómo no iba a aprender escuchándo a gente como Palacios, Repetto, Solari, gente que dejó cincuenta años de su vida en la política y murió en la pobreza!"
-Había para elegir...
-¡Por supuesto! Y en el periodismo, en mi especialidad, también había maestros. En Crítica, por ejemplo, había periodistas del calibre de Clemente Simorra, Mariano Perla, Ignacio Cobarrubias... y un genio como Gerardo Germán González, al que todos llamaban GGG.
-¿En Clarín empezaste como corrector?
-Sí, en 1955, como corrector de estilo.
-¿Y cómo te abriste camino?
-Mirá vos lo que son las cosas: pidiéndole permiso a mi jefe para modificar el estilo de las crónicas policiales.
-¿Por qué? ¿Qué les faltaba?
-Sal y pimienta. Por ejemplo, a veces, en el copete, resumís la historia, pero hay cosas que las tenés que dejar para el final, para que el lector se encuentre con un desenlace imprevisto. Es como en los viejos libros de policía, cuando al final se decía que el asesino era el mayordomo.
-Tu estilo, incorporando la investigación, cambió la crónica tradicional. ¿Te ves como un referente para los demás?
-Bueno, sería una petulancia de mi parte... Qué sé yo... los que lo creen será porque me quieren. Pero, ¿sabés qué pasa? Yo tuve la enorme suerte -que no tuvieron otros- de trabajar al lado de un genio como Emilio Petcoff, un periodista tremendo, un búlgaro que dejó un surco en los diarios.
-Tu espejo.
-Y, claro. Además, bueno, yo siempre busqué perfeccionarme. Hice un montón de cursos en mi vida, de criminología, de balística, de manchas hemáticas...
-¿Manchas hemáticas? No sabía que hay cursos de manchas hemáticas.
-Claro, importantísimo. En eso los rumanos son pioneros, unos fenómenos. Yo siempre me preguntaba por qué los investigadores estudiaban con lupa las manchas de sangre. Ahí aprendí toda la magia que encierra el goteo hemático. Ahora sé interpretar una mancha de sangre en el suelo. Te puedo decir con seguridad si es dinámica, si es estática, si la víctima estaba corriendo, si estaba jadeando, si estaba parada...
-¿Qué diferencia encontrás entre los periodistas de investigación de tu generación y los de ahora?
-Mirá, en los diarios, por lo menos, muchos chicos no quieren escuchar a los viejos. Me refiero básicamente a los que están empezando. Creen que se las saben todas y no tienen idea de nada. Otros, también muy jóvenes, trabajan muy bien. Qué sé yo, en tu diario, por ejemplo, veo a chicos como Balmaceda, Urien Berri, Villalonga, Carbajal, que escriben bien, se expresan bien e investigan bien. O como Gerardo Ian, en Clarín. Ahora hay escuelas de periodismo, cosa que nosotros no tuvimos. Pero el problema de las escuelas es cuando te tocan profesores que nunca pisaron una redacción, y te enseñan la teoría. Yo no tuve escuela, pero había grandes maestros: Peicovich, Portogalo, Portantiero, Marchetti, Raúl González Tuñón... ¡Por favor, ese hombre chiquito, diminuto, humilde, fantástico, que fue compañero mío!
-¿Te costó incorporar tu lenguaje gráfico a la televisión?
-No, para nada. Los que venimos de la gráfica tenemos más recursos, más lectura. Si vos te ponés a escuchar a dos periodistas sin mirarles la cara, te das cuenta al toque quién viene de la gráfica y quién es producto de la tele.
-Tus apariciones en cámara con Santo Biasatti parecen charlas de café.
-¡Es que ése es el punto! Así debe ser.
-¿Siempre escribís y decís todo lo que sabés?
-No siempre, no siempre. Mucha gente habla de libertad de prensa, pero también hay libertad de empresa. A veces, con buen criterio, la empresa prefiere no tocar determinado tema. Acá, como me ves, a lo largo de mi carrera tuve veinticinco querellas criminales, y una prisión preventiva dictada por un juez del proceso, Dustin Niklenson, porque no le quise decir cómo había entrado en la cárcel de Caseros para entrevistar a Sergio Schoklender. Conmigo el secreto profesional no corre, me dijo.
-Pero era un juez de la dictadura.
-Sí, pero todavía hay muchos jueces con una soberbia que espanta. Mirá, hay un juez en San Isidro que tiene la causa del incendio criminal del boliche Kheyvis; un incendio intencional donde murieron 18 personas. Bueno, ese juez me echó de su despacho diciéndome: Yo hablo a través de mis fallos. Ya van para cinco años y todavía no hay fallo, y vas a ver que va a quedar impune a pesar de que todos saben quiénes fueron los cuatro menores que prendieron fuego un sillón, por hacer una broma. El comisario Horacio Avezani, de Investigaciones de Vicente López, hizo tan bien su trabajo que hasta le llevó a la jueza de menores la grapa con la que iniciaron el fuego. Se sabe todo, y no hay fallo.
-¿Dónde está el límite de lo morboso en las crónicas policiales?
-Tomemos el caso del chico Tablado, el que mató de 113 puñaladas a su novia. Yo te hago una pregunta: ¿cómo hacés para describir esa escena, donde Tablado usó cuatro cuchillos porque a medida que la apuñalaba se le iban rompiendo las hojas? Vos no podés describir eso sin el grave riesgo de incurrir en lo morboso. El límite lo tiene que imponer uno mismo.
-Te lo pregunto porque hay quienes sostienen que no hay que difundir tantos hechos delictivos, que los medios exageran.
-¡Por favor! Mirá, el campeón de ese razonamiento es el ministro Carlos Corach. No hace mucho, en La Plata, se produjeron 23 hechos delictivos en 24 horas. En ese momento, Corach acusó a los medios de exagerar y dijo que delitos hay en todas partes del mundo. Pero lo concreto es que en el Gran Buenos Aires hay diez violaciones diarias, que el delito aumentó un 17 por ciento y que se roba un automóvil cada cinco minutos.
-¿Quién fue, para vos, el mejor jefe de policía?
-Juan Pirker. Su muerte estuvo envuelta en muchas incógnitas. Manejó muy bien el caso Sivak, y no dudó en reconocer que había policías involucrados. Ese fue otro caso de enorme resonancia, hasta el punto de que le costó el puesto a Antonio Tróccoli, que era ministro del Interior. Pirker quiso cambiar la policía, realmente. No pudo, no se lo permitieron.
-¿Hubo, alguna vez, un Sérpico criollo?
-No, de ese nivel, no. Yo lo invité a la presentación de mi revista, Pistas, pero no pudo venir. En realidad, el hombre viaja poco, por seguridad. Se ganó muchos enemigos y está muy protegido por el FBI. Acá no tenemos policías así. Es más: tenemos muchos problemas con los agentes encubiertos, no se los protege.
-¿Qué opinión tenés del ex comisario Luis Patti?
-A Patti lo adoran o lo odian. Yo no voy a justificar los métodos que le adjudican haber empleado cuando era comisario. Pero, te digo, es un comisario de agallas y llevó tranquilidad a los lugares que estuvo.
-¿Y de Fogelman?
-Estamos enfrentados, distanciados. No nos llevamos bien.
-Ninguno como Meneses, supongo.
-¡Ah, no..., el comisario Evaristo Meneses! Tuve el orgullo, qué digo, el honor de conocerlo. Fue un hombre que dejó una estela en Robos y Hurtos de la Federal. Tengo muchas anécdotas, soy un poco su biógrafo. Mirá, cuando él lo apresa al Lacho Pardo, que era un criminal, un hampón de aquéllos, allá en el sesenta y pico, sale de una casa con un bebe en brazos y le dice a Meneses: "Diga, don Evaristo, ¿me va a disparar? ¡Mire que estoy con mi hijo!" Meneses le saca el bebe y lo esposa. Pero resulta que el Lacho se fuga de la cárcel vestido de mujer. Después de un tiempo, Meneses lo ubica en un bolichón de San Fernando. Y allá va. Entra solo, con su chambergo y empuñando su inseparable 45. El Lacho Pardo estaba tomando una grapa, frente a un gran espejo, de espaldas a Meneses. ¡Para qué! Los parroquianos se rajaron todos... y cuando Meneses está a unos quince metros de él, el Lacho gira y lo apunta con su 38 Special. Sonaron dos tiros simultáneamente. Cuando se disipó el humo de los revólveres -porque la escena era como la del Lejano Oeste-, se lo vio a don Evaristo parado frente al Lacho, que tenía un agujero en la frente por donde, como yo escribí en mi crónica, se le escapó la vida. Fue un duelo de película, de titanes: el hampón y el policía. Don Evaristo se retiró de la policía en junio de 1965, después de treinta y dos años de servicio. Murió el 26 de mayo de 1992.
-¿Meneses fue el que atrapó al descuartizador Burgos?
(La respuesta suena como un reto.) -No, no, no... Ese fue el vasco Urriselqui, de Homicidios. Jorge Eduardo Burgos, un vendedor de seguros -¡mirá vos qué ironía!-, descuartizó a su novia Alcira en 1955, en Barracas, en su departamento de Montes de Oca 284, cuarto piso, porque no quería casarse con él...
-¡Qué memoria!
-Sí, sí, y me ayuda mucho. La cosa fue así: Burgos la mete a Alcira en el baño, la mata, abre los grifos y la descuartiza en la bañera. Después va desparramando las bolsas con partes del cuerpo. Una bolsa aparece en Pablo Podestá, otra en el Riachuelo... La policía sólo tenía un torso de mujer para investigar. Ese torso mostraba las cicatrices de una operación de apendicitis y otra de clavícula, donde se veía una prótesis. La gente de Homicidios pudo localizar al médico que había hecho esa intervención -porque era una prótesis especial y sólo había tres médicos en Buenos Aires que podían hacer el trabajo-, y gracias a eso identificaron a Burgos. Lo apresaron en Chascomús, en un tren que iba a Mar del Plata.
-Decís hampón todavía, una palabra que no se pronuncia mucho en estos tiempos.
-Y, sí, qué sé yo... Son palabras de otros tiempos, así como ahora no se ven los códigos que veían antes.
-¿Cambió el crimen?
-Ahora estamos viendo crímenes de callejón. Sin que esto signifique apología del delito, digo que ya no hay reglas. En el conurbano te matan por una campera. La irrupción de la droga en la delincuencia modificó todo. Estamos ante un salvajismo inexplicable, impensado en otros tiempos.
-Pero no sólo cambió el hampa, también la policía.
-Seguro... Cambió la policía, cambiamos nosotros. Todo cambió. Antes el que entraba a la policía lo hacía por vocación. ¿Vos creés que un Pichón Laginestra, un Loco Prieto, un Gato Bonica, los hermanos Guido, no eran hampones con códigos? ¡Tenían códigos! Ninguno de ellos iba a matar a un pibe para robarle una bicicleta.
-¿Cómo era el Pibe Cabeza?
-Un criminal nato, el auténtico enemigo público número uno. Lo mató la policía en un tiroteo en Mataderos, en el 38, en pleno Carnaval. Su cabeza está en un frasco, en el museo de la Morgue Judicial..
-Hablame más de aquellos códigos del hampa, de esos patrones delictivos.
-Mirá, todos esos delincuentes se manejaban con códigos secretos no escritos, que se respetaban. Muchas veces los asaltos a los bancos eran limpios, sin muertos ni heridos. Los jefes policiales identificaban a los delincuentes por su modo de robar. Se sabía cómo actuaban. Dos coches en la calle, un tipo que entra a cara descubierta, Pichón Laginestra. El asalto a una fábrica, con tiros por todos lados, el Loco Prieto. No se tomaban rehenes, no le ponían el revólver en la boca a un chico para escaparse... había códigos. ¡Mirá Villarino! Veinte años de enfrentamiento con el comisario Meneses y jamás se tiraron un tiro. Jamás.
-La de Villarino debe ser una de las historias que más se recuerdan, ¿verdad?
-Seguro. Jorge Villarino, alias Piantandino. Lo llamaban así porque era un experto en fugas. Se escapó de todas las cárceles que estuvo, de Devoto, de Caseros y de Las Heras. Otro personaje del hampa era el Pichón Laginestra, sin duda. ¿Sabés cómo se escapaba?
-Ni idea.
-En un camión cisterna, de esos que transportan combustible, que él había convertido en una especie de casa rodante disimulada. Ahí tenía armada su guarida, con cama y todo.
-¿Qué recordás de aquel otro delincuente histórico, Mate Cocido?
-¡Uh... sí! Gordillo... Fue el último bandolero romántico. El escenario de las andanzas de Mate Cosido era la provincia del Chaco. Lo llamaban así porque tenía una costura tremenda, de 32 puntos, en la cabeza. Llenó la mitología rural con sus andanzas, porque era un hombre que les robaba a los ricos y, según se dice, les daba a los pobres. Al día de hoy, nadie sabe si lo mataron o si sigue vivo. Hoy andaría por los ochenta y pico...
-¿Qué es lo que más te llama la atención ahora, en el crimen?
-La ferocidad, el salvajismo. Una de las cosas que más preocupa a la policía, ahora, es el asesinato serial, como el caso de las prostitutas de Mar del Plata, por ejemplo.
-¿Y no te sorprende el hecho de que cada vez que alguien muere, la gente dude acerca de la forma en que murió? Los casos Yabrán y Carlos Menem Jr., por ejemplo.
-Tocaste dos casos concretos. Con Yabrán, nadie pudo ver el cadáver ni la foto ni la marca de tiza en el contorno de su cuerpo. Y así pasa siempre. Así pasó con Nair Mustafá, con Jimena Hernández, con Pedro Avila, en Los Toldos; con el caso Guardatti, en Mendoza; con el chico Sebastián Bordón, con las chicas de Cipoletti... Es como que nunca se nos permite llegar al fondo de la cuestión.
-¿Qué cosas ves a diario que te hagan pensar cómo puede ser que esto esté pasando?
-Muchas cosas, veo. Veo que hay médicos policiales que falsean autopsias -algunos, por suerte, están presos-. Hubo un episodio, en el caso de Jimena Hernández, en que dos forenses hicieron una autopsia por teléfono, induciendo a error al juez Cevasco, que caratuló la causa como accidente cuando, en realidad, fue un homicidio por ataque sexual. Todas estas cosas son avisos, señales de que algo está descompuesto en la Justicia.
Enrique Sdrech, el Turco. Casado, dos hijos, siete nietos, dos bisnietos. En su casa del barrio de Liniers tiene armado un petit museo, como él dice, donde descansa un archivo gráfico con 2700 diapositivas y 5000 fotos en blanco y negro, todas referidas a hechos policiales.
Dice que hay una gran demanda de la sociedad por los temas policiales. Razones no le faltan para afirmar esto: conduce dos programas de televisión: La cámara del crimen y Crónicas policiales. Además, edita la revista mensual Pistas (35.000 ejemplares). Además, en el Canal 13, comparte un espacio con Santo Biasatti, al mediodía. Además, en el Canal 14, tiene una columna policial diaria. Además, es colaborador en varias revistas de la Capital Federal y también del interior. Además, los fines de semana da charlas relacionadas con temas policiales. Además, escribe en Clarín.
Ex hincha de Boca ("Renuncié a ser hincha porque nunca me gustó el conventillo"), el Turco, como buen notero de policiales, lleva la marca en el orillo: un balazo en el brazo izquierdo, mientras cubría una razia en Villa Pineral.
Esa marca, él lo dice, no lo hace mejor periodista. Otras, no menos feroces, las tiene prolijamente guardadas en su buena memoria: garrotazos varios, una bomba que lo obligó a cambiar de casa, en 1992, y 78 balazos en el frente de esa nueva casa cuando, casualmente, estaba investigando el tráfico de órganos en la Argentina.
-¿Te molesta que se diga que el policial es un género menor?
-Creo que los que piensan así se equivocan. Los hechos policiales y políticos son fronterizos. El caso Watergate, por ejemplo, salió en la sección Policiales del Washington Post, en un recuadrito de morondanga. Y mirá cósmo terminó.
Lo que esconden los Schoklender
"Sergio y Pablo Schoklender fueron acusados y condenados por el asesinato de sus padres, en octubre de 1981. La carátula dice muerte por estrangulamiento mecánico. Sin embargo, el doctor Avelino Dopico encontró plancton en las vísceras de los dos cadáveres. Y el plancton, como se sabe, sólo está en el agua. ¿Cómo murieron, entonces? ¿Por estrangulamiento mecánico o por asfixia por inmersión? Son tantas las cosas que se esconden detrás de este caso..."
Oriel Briant, un clásico
"Aurelia Catalina -Oriel- Briant, una profesora de inglés de 37 años, fue secuestrada de su casa de City Bell y asesinada de 37 puñaladas y dos disparos, en agosto de 1984. Su esposo, Federico Pippo, fue acusado por el crimen, y detenido. Sin embargo, el 6 de septiembre de 1985, la Justicia lo dejó en libertad por falta de pruebas. Fue un caso en el que hubo muchas presiones, a pesar de las denuncias e indicios que rodearon al mismo. Por ejemplo, las declaraciones de Néstor Romano, el primo de Pippo. Romano dijo que su primo y su tía llegaron a su casa de Lobos una madrugada con una chica rubia, vestida con un camisón celeste, y aparentemente drogada. Y dijo también que no les había permitido quedarse allí con ella. Pero lo cierto es que lo único celeste que tenía Oriel encima eran sus medias y que, además, el barro de sus zapatos era un barro muy especial, que sólo se encontraba en ese suelo de Lobos, porque ahí, antiguamente, había un stud. El crimen de Oriel nunca se esclareció."
Jimena Hernández, otro caso irresuelto
"Jimena era la chiquita que apareció muerta en la piscina de su colegio. El principal acusado fue el profesor de educación física. En este caso, erróneamente caratulado accidente, la mallita de la nena, que era una prueba importante, estuvo en el juzgado durante casi seis meses. Esa malla, que efectivamente tenía una mancha de semen en la entretela, no fue incorporada como prueba en la investigación. En aquel momento, 1988, las pericias para determinar el patrón genético se hacían en los Estados Unidos. Se perdió mucho tiempo creyendo que era un accidente. Ahora, diez años después, la Cámara del Crimen le pidió al juez Mauricio Zamudio que reabra la causa y que cite a nuevas personas. Esta causa ya pasó por cuatro jueces. Tan mal se hicieron las cosas, que hace diez años una testigo fundamental dijo haber visto a un sospechoso salir de la escuela, y ahora la vuelven a citar. Pero resulta que esa mujer murió hace tres meses. El de Jimena es otro caso irresuelto."
Aquella autopsia de Cabezas
"Un médico policial que hizo la preautopsia, escribió: Me encontré con un cadáver masculino que presentaba estas características. Dos puntos. Y copia una autopsia del doctor Osvaldo Raffo, que éste había escrito 18 años atrás en su libro La muerte violenta. Libro que, además, me dedicó. Ahora, cuando leo el texto de la primera autopsia de José Luis, yo digo: ¿dónde leí esto antes? ¡Claro!, voy al libro y lo encuentro. Esa autopsia se refería también a un cadáver quemado, y tenía una extensión de 40 líneas. Ese médico -que después fue sancionado- había copiado ese informe palabra por palabra. Ahora, yo me pregunto: ¿somos nosotros, los periodistas, los que tenemos que descubrir estas cosas?"
El marinero Milivoj Pésic
"Acusado de asesinar a Mirta Godoy, una prostituta de Necochea, en 1979, este marinero yugoslavo fue condenado a 16 años de prisión. Pero resultó ser inocente. En un juicio donde declararon 29 personas, la única que no tenía antecedentes penales ni judiciales era Pésic. Fue condenado. En el calabozo, Pésic, sin hablar más de unas pocas palabras en castellano, hace un dibujo con los rostros de Carlos Franos y de Juan Hankel, que luego se comprobaría que eran los verdaderos asesinos de la chica. Son apresados en Sevilla, donde confiesan el crimen. Pésic se comió seis años y medio de cárcel... siendo inocente. Fue torturado y castigado. Con él me di el gusto de despedirlo en Ezeiza, en 1985. Y en su pobre castellano, me dijo: Adiós, mi hermano argentino."
El caso Carlos Menem Jr.
"Tres versiones son las que prevalecen. Pero, por principio y por respeto al dolor de la madre, no las voy a repetir. Yo estoy seguro de que fue un atentado. No sé por qué, pero creo que es así. Junior era un experto piloto de helicópteros. Hubo tres testigos importantes que murieron. La Bell -constructura de la máquina- reconoció que hay componentes que no tienen nada que ver con las aleaciones del helicóptero y, además, Zulema tiene en la tumba un cadáver decapitado.
Es más: todavía hay dudas de que el cráneo que está en la Morgue Judicial sea el de su hijo."
Robledo Puch, el ángel de la muerte
"Carlos Robledo Puch prácticamente inaugura en nuestro país el asesinato serial. Antes, lo que había eran los asesinatos múltiples, como los cometidos por Santos Godino, el Petizo Orejudo, entre 1912 y 1922. Hubo un juez, el ya fallecido Víctor Sasón, que dijo: Este pibe rompió el Código Penal. Se le imputaron once homicidios, todos innecesarios. Ese chico de 20 años y de rostro angelical, el ángel de la muerte, el ángel rubio, asesinó a prostitutas, serenos y hasta a Somoza, que era su cómplice, desfigurándole la cara con un soplete. Fue detenido en 1972. Continúa preso."
Norma Mirta Penjerek: ¿Viva o muerta?
"Fue el primer caso grande que me tocó cubrir. El hecho ocurrió en 1963, y todavía hay quienes sostienen que está viva, que la que está sepultada en el cementerio de La Tablada con ese nombre es otra mujer. Hoy, después de 25 años, nos venimos a enterar de que esa mujer medía once centímetros más que la Penjerek. El comisario Colotto sostiene que Mirta pudo haber sido secuestrada por un grupo neonazi porque su padre, Jacobo Penjerek, fue uno de los que ayudó a un comando israelí que había venido a la Argentina a buscar al criminal de guerra Eichmann. Ese crimen se lo imputaron a Pedro Vecchio, que hoy tiene una zapatería en Florencio Varela, La Favorita. En ese caso estuvieron involucrados varios personajes políticos de la época. Fue un episodio muy resonante, hasta el punto de que hasta la CGT dispuso un paro nacional. Nunca se aclaró totalmente,".
Yiya, la envenenadora
"María de las Mercedes Bolla Aponte de Murano, Yiya, fue acusada de asesinar a tres amigas, en 1979, envenenándolas con cianuro que mezclaba con el té. Con Yiya terminamos muy amigos. Nos vemos con frecuencia. El otro día, me dijo: Enrique, te juro por lo más sagrado que soy inocente. El abogado que la defendió, Mario Soaje Pinto, sostuvo la teoría de que, cuando alguien muere y va a tierra, las vísceras en descomposición generan cianuro alcalino. Con la última víctima sucedió algo extraño. Cuando el enfermero llegó al departamento de la mujer, empezó a hacerle respiración boca a boca, pero la pobre murió en el trayecto hacia el hospital. El doctor Elías Klass, un toxicólogo de gran renombre, dijo que si esa mujer se intoxicó con cianuro por medio del té o las masitas, ese enfermero, al haber tenido contacto con ella, hubiese muerto casi en el acto. Yiya Murano estuvo once años presa. Sobre este hecho, quedaron muchos puntos oscuros."
Texto: Jorge Palomar
Fotos: Daniel Caldirola