De stem cells y pan
En los últimos tiempos se escuchó hablar de un tema difícil de comprender para la gran mayoría: las stem cells . Es que el presidente de los EE.UU., Barack Obama, se mostró dispuesto a aparecer lo más lejos posible de su antecesor, George W. Bush, y parte de esa voluntad se manifiesta en su actitud hacia la investigación científica. Las stem cells están en el ojo del huracán. Es que, junto a las ruidosas esperanzas que parecen prometer, contienen un debate profundo de origen ético.
Las células stem (también llamadas madre) son de dos fuentes: las embrionarias y las adultas. Las embrionarias, indiferenciadas y pluripotenciales, pueden reproducirse en forma permanente y tienen la capacidad de transformarse en cualquier tipo de célula. Las stem adultas pueden ser de muchos tipos y pueden generar células especializadas, pero tienen menos capacidades que las embrionarias.
Hasta ahora, el único escenario visiblemente probado de utilización de las stem adultas son los trasplantes de células de cordón umbilical en enfermedades como leucemias, talasemias, déficits inmunológicos, anemias. Por eso ha sido muy auspiciosa la disposición del Incucai al determinar que las células de cordón umbilical (que son un tipo de stem) pueden ser guardadas en bancos privados, pero que en tanto la única utilidad científica demostrada no es en autotrasplantes, sino en trasplantes a otros, estas células de cordón deben ser inscriptas en un Registro Nacional de Donantes creado a tal fin y estar disponibles para cualquier integrante de la sociedad que las necesite.
Con las stem de origen embrionario el panorama es más complicado. Suponen un conflicto ético en torno a determinar qué estatus ontológico tiene el embrión. Para zanjar este problema es que existe una tercera vía que permitiría obtener células madre pluripotenciales a partir de células adultas, modificadas genéticamente, que podrían desempeñarse después como las embrionarias. Pero esto, todavía, está en pañales.
Sin embargo, el aspecto que quisiera destacar aquí es otro. Hace 12 o 13 años que escucho hablar de células stem . Desde el principio, se las caracterizó como portadoras de buenas nuevas para enfermedades como el cáncer, las neurodegenerativas, la diabetes. No ocupan menor lugar en las promesas la generación de tejidos y hasta la de eventuales órganos de reemplazo.
Nadie podría cuestionar la importancia de estos adelantos. Pero ni conocer de cabo a rabo el repertorio genómico de la especie ni manipular células stem han producido -hasta ahora- cambios radicales en la historia de la salud y la enfermedad. Por supuesto, es muy importante seguir investigando; los frenos a la ciencia se vinculan por lo general con posturas ideológicamente recalcitrantes.
Pero no olvidemos que hay otras cuestiones que merecen atención, son igualmente progresistas desde el punto de vista ideológico y político, y tienen además un plus: la solución es conocida, ha sido probada una y otra vez, y, además, es tan económica como el pan. O, al menos, tiene buen resultado a la hora de evaluar la relación costo-beneficio. Algunos ejemplos: el Pap periódico, para prevenir el cáncer de cuello de útero, y la mamografía, para reducir la mortalidad por cáncer de mama. Sin hablar, por supuesto, de cómo el erradicar las viviendas rancho o dar agua segura a la población cambiaría por completo el panorama de males tales como la enfermedad de Chagas (que es la endemia número 1 del país, pese a que nadie, o casi nadie, habla de ello) o del dengue, que azota ahora a la Argentina como nunca en la historia.
Está muy bien apoyar la investigación de punta. El horizonte es siempre una guía para la creatividad y las nuevas preguntas. Pero conservando al mismo tiempo los pies y la mirada en la tierra. O apoyando que otros la conserven. De lo contrario, como refiere Platón en su Teeteto , podría ocurrir como le sucedió alguna vez al filósofo griego Tales de Mileto, que de tanto mirar el cielo buscando descifrar el misterio de las estrellas se cayó en un pozo del que lo ayudó a salir, siempre atenta, su criada.
gnavarra@lanacion.com.ar
La autora es subeditora de LNR
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