Democracia y autoritarismo
Una buena parte de la historia argentina está marcada por las interrupciones de los períodos democráticos. En esta cuarta charla de la serie, Miguel Angel De Marco y Luis Alberto Romero reflexionan acerca del concepto de democracia y analizan la calidad de la participación ciudadana
lanacionar Estamos pasando por una situación muy paradójica: en la gran mayoría de países hay gobiernos elegidos democráticamente, pero la gente se pregunta: ¿a qué hora comemos?, ¿a qué hora trabajamos?, ¿dónde está la escuela? Y entonces hay algo muy peligroso, que es la nostalgia por el autoritarismo, que es un espejismo, porque no hay que olvidar lo que fueron los gobiernos autoritarios.
(Carlos Fuentes, escritor)
Derechos y garantías son banderas excluyentes de la vida en democracia. La ausencia de ellas sólo las comprende el autoritarismo. Hacia fines de 2001, en plena crisis política, social y económica de la Argentina, el sociólogo y profesor de la UBA Santiago Uliana escribió: "Sin derechos y libertades garantizados para todos, hay autoritarismo; sin garantías procesales, hay autoritarismo; sin clara separación de poderes, hay autoritarismo; sin vocación por la paz, surge el autoritarismo. Y, en realidad, se va hacia el autoritarismo si se renuncia a la justicia y se deja de buscar la igualdad".
La desigualdad y la fragmentación social enmarcan, hoy, la vida de los argentinos. ¿Es posible, no obstante, construir una sociedad que se acerque más al ideal democrático de libertad e igualdad?
"La democracia –reflexiona Luis Alberto Romero– no se construye simplemente con una ley. Necesita ciudadanos dispuestos a defender sus derechos y asumir sus obligaciones. Esto implica un proceso social de construcción, que usualmente es largo y lento. Preguntarse por la democracia en una sociedad es preguntarse por la calidad de la ciudadanía."
Miguel Angel De Marco, por su lado, dice que "hay quienes buscan los fundamentos de nuestra democracia en los remotos meandros de la historia colonial, e incluso sostienen que los Cabildos fueron la base de un sistema en el cual los ciudadanos podían expresarse con libertad e intervenir en forma directa e influyente en la vida local. Sin perjuicio de esos y otros antecedentes no cabe duda de que, desde Mayo hasta nuestros días, hay una constante tensión entre el concepto y la práctica de la democracia, y la existencia de posturas individuales favorables al autoritarismo y hacia regímenes que lo aplicaron con dureza, y muchas veces con la aceptación de sectores importantes de la ciudadanía".
LAR: –La democracia no excluye el autoritarismo. Desde la Revolución Francesa, la democracia es sinónimo de voluntad popular. La voluntad popular puede legitimar, en su forma plebiscitaria, a líderes, césares o dictadores. Una cosa distinta son los principios de la república –como la división de poderes– y los del liberalismo clásico: la defensa de los derechos individuales. El consenso acerca de la necesaria unión de democracia, tradición republicana y liberalismo corresponde a la segunda mitad del siglo XX. MADM: –Los hombres de la Organización Nacional, que habían padecido en el exilio o en los campos de batalla la dictadura rosista, trasladaban a los mandatarios que habían respaldado y aplicado en sus respectivas provincias un marcado y a veces cruento autoritarismo; buscaron garantizar el ejercicio de la democracia a través de las instituciones de la Constitución. Creían que a través de ese cuerpo vertebrador, con el tiempo y la práctica, se podrían alcanzar los beneficios del sistema. No en vano había dicho Esteban Echeverría, el inspirador de todos ellos, que "la obra de organizar la democracia no es de un día"", pero que el premio al final de un largo camino sería "organizar y constituir la sociedad argentina sobre la base incontrastable de la igualdad y la libertad democrática".
LAR: –Del mismo modo que la ética cristiana es superior a su práctica por los mortales, el ide-al de la democracia es siempre superior a sus realizaciones. La democracia suele dejar promesas incumplidas e insatisfacciones. Es un mérito: siempre impulsa a ir por más; y también un problema: genera desafección. La Argentina, antes y después de 1912, se trata de dos mundos distintos. No siempre se recuerda que desde 1821 existe el sufragio universal masculino en la provincia de Buenos Aires, y al menos desde 1853 en todo el país. Pero no había ciudadanos.
También hubo intentos de construir instituciones republicanas, incluso por los llamados caudillos. No prosperaron demasiado, aun después de 1853.
La razón está principalmente en las guerras civiles, las luchas por la constitución del Estado, que persistieron hasta 1880 y fueron permanentes. Las guerras engendran naturalmente jefaturas autoritarias. También engendran enconadas luchas facciosas, en las que cada parte procura la aniquilación de la otra. Jefaturas y facciones no son buenas para la democracia, sobre todo si las instituciones son débiles.
Desde 1880 hubo instituciones fuertes, pero muy pocos ciudadanos, en parte, al menos, por la gran cantidad de extranjeros. Pero también porque los gobiernos de las elites manipularon las elecciones y desalentaron cualquier práctica activa. Sin embargo, la oligarquía no engendró jefaturas autocráticas; al manipular las elecciones, finalmente les dio legitimidad.
MADM: –Coexistían los derechos consagrados en el Preámbulo y en la parte dogmática; se realizaban grandes esfuerzos, por ejemplo, para garantizar la libertad de expresión, y por otro lado tenían lugar constantes y flagrantes fraudes electorales. Paralelamente, los argentinos reclamaban el hombre de au- € toridad que los encolumnase y les resolviese los problemas mediante fórmulas mágicas. Esa fascinación por los liderazgos a rajatabla provocó muchas de las grandes distorsiones de la historia argentina. ¿Alguien puede dudar de las buenas intenciones democráticas de Sarmiento? Sin embargo, fue incansable en su afán de imponer su autoridad desde la presidencia y desde otros cargos. ¿No está consagrado en la Constitución el Ejecutivo fuerte que con mucha facilidad puede inclinarse al ejercicio autoritario del poder?
Esto mismo ha ocurrido a lo largo del siglo que pasó. Hay una fascinación por las salidas autoritarias, ya sean la de Uriburu, la de Perón o las de gobiernos militares que abrogaron de cuajo la representación popular. Pero, sociedad de incongruencias, proclive "de la boca para afuera" a los gobiernos duros, en el fondo de su conciencia no los acepta, y entonces busca su espacio y se manifiesta abierta y participativa.
–¿Qué democracia comenzó a vivirse después de 1912?
LAR: –La novedad de la ley Sáenz Peña (1912) fue hacer obligatorio el voto: ser ciudadano dejó de ser una opción. A la vez, al hacerlo secreto lo hizo creíble. También favoreció la creación de grandes partidos, con el sistema de mayoría y minoría. Desde entonces hubo en la Argentina las organizaciones necesarias para la política de masas: los partidos, con sus estructuras, sus programas y sus creencias identitarias. A la vez, la sociedad de la primera mitad del siglo XX ofrecía un contexto adecuado para la construcción de la democracia: era una sociedad abierta y móvil, con una densa trama de organizaciones civiles capaces de formar ciudadanos. Pero nuestras dos grandes experiencias democráticas, el radicalismo yrigoyenista y el peronismo, de indudable legitimidad democrática, fueron en cambio escasamente republicanas y liberales. Ambas cultivaron el principio del líder, y sendos líderes no creían mucho en la división de poderes. Estas experiencias democráticas probablemente contribuyeron al deterioro de la institucionalidad republicana. Ambas se identificaron, a su turno, con el pueblo y la nación, y relegaron a sus opositores al papel de enemigo del pueblo o antipatria. Ambas contribuyeron a dar a la política un carácter fuertemente faccioso: cada partido deseaba en realidad la aniquilación del otro.
MADM: –Yo agregaría que la sociedad argentina, desde lejanos tiempos, fue abierta, acogedora, proclive a recibir al extranjero y darle un espacio en la vida nacional. Permeable al máximo, incorporó, aun desde los tiempos de los llamados gobiernos oligárquicos –con una intención peyorativa al expresar la palabra– a cuantos quisieron estudiar, desarrollarse en múltiples esferas, prosperar a través de su trabajo y participar en la vida política. El advenimiento del radicalismo, que nació como una fuerza principista y renovadora de la política argentina, luego de la sanción de la ley Sáenz Peña, puso en evidencia esa apertura, que no se basaba en títulos de nobleza ni en añejos oropeles, sino que practicaba la máxima del Quijote: "La sangre se hereda y la virtud se aquista".
–¿Por qué los años 30 marcan un quiebre en la historia argentina del último siglo?
LAR: –Desde 1930, las Fuerzas Armadas irrumpen en el Estado y reiteradamente interrumpen las experiencias democráticas, o las desnaturalizan. Contribuyó a su irrupción la escasa legitimidad del sistema de partidos, que a fuer de facciosos resultaron incapaces de organizar una convivencia democrática. Pero, además, las Fuerzas Armadas reclamaron la legitimidad de la Nación (se decían los custodios de sus valores), y se ubicaron a sí mismas no sólo por encima de los partidos (que defenderían intereses parciales), sino también por encima de las instituciones republicanas. Llevaron así hasta sus últimas consecuencias el principio autoritario y también el principio faccioso: en su última versión, el adversario fue calificado de apátrida.
Ahora bien: de los horrores de la última dictadura surgió el impulso para construir una democracia que, por primera vez, fue respetuosa de las instituciones republicanas y de los derechos individuales. Pero llegó tarde: en medio de la larga crisis de decadencia de la sociedad argentina, manifiesta entre otras cosas en el empobrecimiento, la exclusión y el retroceso de la ciudadanía.
Por ahora, y salvo algunas manifestaciones durante el año 2002, parece estar firme la convicción de que, si bien la democracia no es en sí misma una solución, constituye el único camino aceptable y civilizado para buscarla. La duda se plantea más a largo plazo. ¿Podrá funcionar la democracia en una sociedad tan poco propicia para formar ciudadanos?
–Uno de los principios básicos de la democracia es el respeto a las leyes. ¿Cómo se forman ciudadanos respetuosos de las leyes?
LAR: –Este es un punto interesante. Yo diría que la democracia en que usted y yo estamos pensando incluye el respeto por las leyes. Pero hay otras versiones de la democracia, eso que se llama democracia plebiscitaria, que supone que la voluntad del pueblo puede fabricar permanentemente las leyes. Nuestra versión de la democracia es la versión republicana, que une la democracia con el respeto a la ley. La soberanía del pueblo está muy bien, pero la ley está un poco más allá de eso.
MADM: –Sin entrar en la falacia de decir que todo tiempo pasado fue mejor, es una verdad que nuestros padres nos inculcaban normas de respeto y hasta de civismo, cosa que no se ve ahora. Eso se vivía en nuestros hogares, y en las escuelas. Hoy ya no es así.
LAR: –Indudablemente, la democracia como régimen político es difícil, no es natural, no es espontánea. Requiere mucha disciplina, mucha autocontención, mucha voluntad de dialogar, que no son cosas que se dan espontáneamente. Por eso digo que tiene que haber ciudadanos porque, si no existe la parte activa, la ley sola no alcanza. Y agregaría: también hay que convencerse de que la democracia es un sistema "para" encontrar soluciones; no es "la" solución.
MADM: –Recordemos que Alfonsín, en su discurso, le atribuía a la democracia un poder mágico cuando decía que con la democracia se come, se cura... Y es cierto, es un proceso difícil.
–¿De qué manera estamos defendiendo la democracia?
LAR: –La democracia tiene muchas más promesas que realizaciones, de modo que siempre se puede decir "esto no es la verdadera democracia". Norberto Bobbio tiene esa frase tan linda que dice "las promesas incumplidas de la democracia". El otro punto es si nosotros defendemos la democracia. A mí me sorprendió la madurez de la sociedad argentina en la última experiencia. Hubo consenso en cuanto a que a la democracia había que darle un nuevo crédito. Entonces, la gente fue a las urnas y votó, y no le digo que respaldó a los políticos, respaldó a las instituciones. Hubo, indudablemente, una defensa de la democracia.
–¿Quién es más democrático?, ¿Menem, Alfonsín o Kirchner?
MADM: –Es una pegunta... Mire, Menem seguro que no. Pero es muy subjetivo.
LAR: –Yo diría que los tres son democráticos en el sentido de que los tres compitieron, y ganaron por sus méritos. En ese sentido, democráticos son los tres. Donde yo diría que está la diferencia es en ese segundo componente que viene con la democracia, que son las instituciones republicanas. En un cierto sentido, hasta Hitler fue democrático porque fue votado. Pero la diferencia entre Hitler y esta democracia es que nosotros pensamos en una democracia con una división de poderes, y ahí es claro que Menem está muy al costado de eso, y Alfonsín, en cambio, está muy identificado.
–¿Y Kirchner?
MADM: –Estamos viéndolo. No nos apresuremos.
LAR: –Sí. Estamos viéndolo, porque está mandando señales a distintos lados.
Por Jorge Palomar
Para saber más
www.anhistoria.org.ar
Luis Alberto Romero (59)
Historiador, profesor titular de Historia Social General de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), es investigador del Conicet, profesor de la maestría en Ciencias Sociales de Flacso y autor de varias obras
Miguel Angel de Marco (64)
Es doctor en Historia; académico de número y presidente de la Academia Nacional de la Historia, y autor de numerosos libros sobre historia argentina
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