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 • HISTORICO

Descanso. Por qué es importante estar "patas para arriba" en algún momento




Pará. Dejá el teléfono. Acostate en la cama, en un sillón, sobre la lona o la hamaca paraguaya. Lo de las "patas para arriba" es porque está comprobado científicamente que elevar los pies alivia el trabajo del corazón para hacer circular la sangre por el cuerpo. Ahora leé, si no es mucho pedir. Despacio. Más despacio, por favor. No te vamos a pedir un gran esfuerzo intelectual porque esta es una nota para invitarte a hacer nada, así que no sería justo.
Los holandeses, que tienen una palabra para explicar todo lo que es inexplicable, lo llaman niksen. Si buscás ese término en el traductor, dice: "rascarse la cabeza", "tocarse la barriga". Niksen quiere decir tomarse tiempo para no hacer nada, o para hacer cosas que no sirvan para nada, como "sentarse a mirar las ruedas rodar", diría Lennon. Pero hay que hacerlo a conciencia. ¿Qué? Nada. Y hacer nada no es meditar, hacer nada no es pararse de cabeza ni apagar el teléfono para tomar el bordado. Sí, ya sabemos, es difícil tratar de definir qué es "hacer nada" porque siempre algo vamos a estar haciendo (respirando, al menos), pero se entiende la idea, ¿no?
El filósofo medieval Santo Tomás de Aquino hacía un elogio del reposo. Y muchos de sus discípulos se lo cuestionaban, porque entendían que en esa quietud se paralizaba la vida. Pero Santo Tomás les respondía que él se refería al reposo como el cese de los movimientos exteriores, ese tipo de reposo que permite la contemplación y la sabiduría.

La ensoñación

Aun cuando no estamos haciendo nada, nuestro cerebro está procesando información reciente o pasada. Si lo relevamos del imperativo incesante de producir genialidades, él solo va a encontrar nuevas conexiones que pueden conducir a una iluminación, a una idea.
El campo de las neurociencias revela que pasamos el 47% de nuestro tiempo soñando despiertas. El cerebro cuenta con una red atencional, que se ocupa de mantener el estado de alerta y de procesar los estímulos a los que estamos expuestas durante la vigilia. Y también tiene una red por defecto, una especie de "modo avión" que conecta varias partes del cerebro y es la que corresponde al vagabundeo mental. No es tener la mente en blanco –sabelo: el cerebro no está diseñado para eso–, pero es algo así como una frecuencia eléctrica diferente.
Durante los momentos de ensoñación, los pensamientos son imprecisos y se escurren, y es muy difícil ponerlos en palabras. En general, el patrón del vagabundeo abunda en pensamientos sobre nosotras mismas y prefiere proyectarse al futuro más que enroscarse en el pasado. Algunos dicen que es el estado de las premoniciones.

El aburrimiento, esa extraña usina de la creatividad

¿Alguien sabe qué estaba haciendo Issac Newton en el verano de 1666 en el mismísimo momento en el que descubrió la ley de gravedad? Las leyendas dicen que estaba sentado debajo del manzano de su casa cerca de Lincolnshire. Como tenía puesta una de esas mullidas pelucas de la época, la manzana que se cayó del árbol sobre su cabeza no lo lastimó, pero le reveló una pista sobre la perpendicularidad del movimiento gravitatorio.
Esto no quiere decir que todas vamos a tener un gran descubrimiento revolucionario cuando nos tiremos patas para arriba, pero se sabe que aburrirse estimula la creatividad. Un estudio publicado el año pasado en Academy of Management Discoveries reveló que de dos grupos de personas, a uno se le pidió que clasificara por colores un frasco lleno de cuentas y al otro se le pidió una artesanía original, y los que tuvieron las ideas más ocurrentes fueron los del primer grupo. El aburrimiento estimula las neuronas: si no encuentran con qué satisfacerse, ellas mismas terminan creando algo.
Pero es importante no confundir aburrimiento con relajación. Acá no estamos hablando de hacer yoga o de sentarnos a respirar, porque son actividades que requieren concentración y algo de esfuerzo. Estamos hablando de cualquiera de esas actividades que no siempre tienen buena prensa, como salir a caminar sin rumbo, mirar la puesta del sol o simplemente sentarse y cerrar un ratito los ojos.
En su libro El arte de no hacer nada, Veronique Vienne dice: "Hagamos ‘nada’ como los niños. Para ellos, ‘no hacer nada’ no significa estar inactivos. Significa hacer algo que no tiene un nombre. Podés ‘recapturar’ ese momento de total serenidad si simplemente renunciás a poner una etiqueta a todo lo que hacés".

El teléfono, el padre de todas las culpas

Para no hacer nada, lo más obvio es dejar el teléfono por un rato. El teléfono se convirtió en una máquina de pendientes. Basta con activar su pantalla para encontrar que tenés varios mensajes y mails esperando tu respuesta. El teléfono destruye nuestra capacidad de aburrirnos y, lo que es peor, interrumpe los momentos en los que estamos divertidas.
Además, el teléfono anula el silencio. Llena la ausencia de presencias virtuales. Y nos da culpa cuando osamos disponer de nuestro tiempo.
En este mundo frenético en el que vivimos, que mide la eficiencia según la velocidad, disponer de cinco minutos puede desplegar a nuestros pies un vacío inescrutable que da miedo. Probalo ahora mismo: date cinco minutos, intentá sobrevivir.

Consejos que no son órdenes

Si el propósito de esta nota es invitarte a no hacer nada, tampoco tenés por qué seguir estas sugerencias. Pero como es una práctica tan poco habitual, quizás no sepas bien por dónde arrancar al principio, así que podés ayudarte de esta forma:
  • Observate. Vas a darte cuenta de que tenés momentos de gran creatividad y otros en los que no se te cae una idea y estás dando vueltas sobre lo mismo o agarrando el teléfono cada dos segundos como fuga necesaria. ESE es el momento de parar. Levantarte de la silla, o acostarte, o caminar. Pero parar.
  • Devolvele a los momentos de espera su carácter de espera. Un viaje en bondi, la sala del médico, la cola del supermercado o el café que se está filtrando a gotas en la cafetera: no hagas algo para "llenar" ese momento. Transitalo, aprovechalo para no hacer nada.
  • Armate un lounge. Un lugar adonde te puedas retirar un momento para calibrar, dentro o fuera de tu casa. Puede ser una vuelta a la plaza, el paseo del perro o un sillón cómodo con apoyapiés.
  • Abandoná (el teléfono). Salí sin él alguna vez, date ese gusto. Y si te morís de culpa, jugá a que te lo olvidaste. Olvidatelo a propósito.
Hacer nada es algo serio. Y parece redundante estar hablando de esto en período de vacaciones. Pero que no se agote acá. Justamente hicimos esta nota en enero, con nuestros mejores deseos de que este año, la próxima vez que te pregunten "¿qué estás haciendo?", puedas responder "nada" sin culpa, suelta de cuerpo, patas para arriba.

Un milímetro por día

Por Male Eirin. Coach de imagen y bienestar.
Hace cuatro años tuve un problema de salud que me hizo detener la marcha. Una inyección de anestesia durante el parto de mi segundo hijo dañó un nervio en mi columna vertebral y me dejó la pantorrilla y el pie izquierdos sin movimiento ni sensibilidad.
No había pronóstico ni tratamiento. Me dijeron que había que esperar a que mis nervios se regeneraran. Me diagnosticaron tiempo, justo a mí que ni embarazada había dejado de trabajar y no sabía lo que era el ocio.
El nervio se iba a reparar a razón de un milímetro por día, me dijeron, y esa pasó a ser la medida del tiempo para mí.
Un milímetro por día. Un milímetro de poder transformador, porque en mi vida se tradujo en la capacidad de enfocarme en el momento.
Nada nunca me enseñó tanto sobre el valor del tiempo. Entendí que hay una lentitud buena, en la que creamos el espacio para hacernos preguntas importantes, para permitirnos sentir. Me convertí en una admiradora de la vida. Gané en foco, productividad y conexión. Dejé mi trabajo en publicidad y me especialicé en mindfulness y en liderazgo consciente.
Acá te propongo mi herramienta favorita cuando siento estrés: un baño de naturaleza.
  • Ubicate en un entorno natural, sobre el pasto o la arena.
  • Sentate en un espacio fresco, bajo la sombra, para integrar la sombra como el espacio de nuestro inconsciente, decía Jung. Si hay árboles cerca, mucho mejor: los árboles emiten unos aceites esenciales llamados fitoncidas que los protegen de los gérmenes e insectos y le hacen bien a nuestro sistema inmunológico.
  • Sentí el suelo. Descalzate.
  • No busques una finalidad: no te esfuerces.
  • Enfocate en tu respiración, percibí cómo entra y sale el aire, su ritmo y temperatura.
  • Dejate conmover por el entorno y activá tus sentidos. Sentí el canto de los pájaros, el ruido del mar, el aroma de la vegetación.
  • La idea es que puedas darte esta dosis de naturaleza durante veinte minutos. O durante un milímetro. Buscá tu milímetro por día.

No dejes para mañana lo que puedes procrastinar hoy

Por Fabiana Renault. Consultora en innovación, directora de IAW (Innovation at Work), coleccionista de ideas e inspiradora serial.
Por fin llega esa época del año en la que vale no hacer nada. Nos levantamos sin apuro, no tomamos transportes públicos en hora pico y, con suerte, hasta metemos las patas en el agua.
Pero... ¿de verdad no hacemos nada? ¿O tenemos al pájaro carpintero haciéndonos comprar libros para aprovechar las vacaciones y ponernos al día? ¿O, si tuvimos la suerte de viajar, nos armamos días repletos de museos y catedrales? ¿O, si nos quedamos en casa, nos abduce Marie Kondo y aprovechamos para ordenar placares, propios, ajenos y prestados?
Entre las cosas que más me gusta hacer en vacaciones, está la procrastinación sin culpa. Pero ¡ojo!, que siempre que pensamos en procrastinar pensamos en modo online. Yo hablo de procrastinar unplugged. De salir rumbo a la playa y perder el rumbo en un bar de gallegos. De tirar el mapa donde habíamos marcado los cuatro museos del día y subir al metro sin fijarnos para dónde va. De permitirnos que el hambre nos haga elegir un plato sin saber de qué se trata... Procrastinar en modo unplugged es, incluso, quedarse en el barrio para hacer sin pensar, elegir sin razonar, sentir sin filtrar, conversar porque sí.
El éxito de la procrastinación veraniega dependerá de lo que hayamos procrastinado en el invierno. En mi experiencia, distraerme en las urgencias para resolverlas a último momento siempre arroja resultados maravillosos porque la iluminación aparece cuando se toma perspectiva.
Entonces, mi propuesta es aprovechar las vacaciones para atrevernos a lo que no planeamos y que no tiene ningún sentido ni propósito. Y entonces, cuando nos hagamos un espacio, llegará solito el famoso balance del año anterior tan propio de todos los eneros. Si la inspiración acontece, querrá decir que la procrastinación de 2019 fue productiva y enriquecedora. Y si no pasa nada, tendremos todo el año que empieza para seguir procrastinando.
Expertas consultadas: Male Eirin. Coach de imagen y bienestar. @diariodebienestar. Fabiana Renault. Consultora en innovación, directora de IAW (Innovation at Work), coleccionista de ideas e inspiradora serial. @fabiana_renault.

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